Desde el diván: Ricardo III de Richard Loncraine

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Por José María Bardavío

     La estupenda película de Richard Loncraine sitúa los últimos años de la vida del rey Ricardo III que vivió en el siglo XV (1452-1485) como si hubieran transcurrido en los años treinta del siglo XX.

    Nacionalidad: Estados Unidos, Inglaterra. Título original: ‘Richard III’. Año de producción: 1995.

      Dirección: Richard Loncraine. Guion: Ian McKellen, Richard Eyre y Richard Loncraine. Argumento: obra teatral de William Shakespeare. Fotografía: Peter Biziou (color). Música: Trevor Jones. Intérpretes: Ian McKellen, Annette Bening, Jim Broadbert, Robert Downey Jr. Duración: 105 minutos.

     Esos años en los que el nazismo triunfante despertaba simpatías en la mismísima casa real inglesa. Efectivamente el rey Eduardo VIII (1894-1970), luego duque de Windsor, mujeriego empedernido sobre todo antes de conocer a la norteamericana Wallis Simpson con la que terminó casándose, fue un decidido simpatizante de Hitler creando por ello muchos problemas a su propio gobierno que por fin se sintió aliviado cuando, ante la alternativa de persistir o abdicar, casarse con una norteamericana que ningún inglés aceptaba como reina, decidió abdicar, encantando a muchos pero decepcionando gravemente a Hitler.

      Pero no van por ahí, por los vergonzosos 325 días en los que reinó el mediocre Eduardo VIII, los magníficos tiros de Loncraine si no por la atemporal hermandad siniestra entre el antiguo y funesto Ricardo III y el infernal y el moderno veintecentista Adolf Hitler.

     Así que esas dos etapas históricas tan perfectamente alejadas en el tiempo se atraen poderosamente en virtud del gemelismo moral y la esencial letalidad que practicaron ambos líderes. La hecatombe que se produjo al final de la Edad Media inglesa, y el apocalipsis –o casi-  durante el esplendor helado del Führer y el nazismo.

      En sus últimos cinco años de vida, Ricardo III asesinó con sus manos, o enguantado en las manos de sus escogidos esbirros, a esposas (1), familiares (4), reyes (2), príncipes herederos (3), gobernantes y colaboradores (más de 20).  Moría todo aquel que paranoicamente se convertía en obstáculo para sus intereses. Cuando consiguió heredar el trono (eliminando primero a su hermano el duque de Clarence y luego, y  de una misma tacada, a los dos príncipes herederos hijos de su hermano el rey Eduardo IV ), siguió matando para quitarse de encima la obsesión que le decía y convencía de que alguno, uno tras otro, de sus colaboradores le arrebataría la corona. Fue un maestro en matar sin dejar rastro. Y de mantener un estado de pavor transparente, fantasmal, en la corte. Su conducta estuvo dominada por ese mecanismo inconsciente de defensa descubierto por Freud al que llamó desplazamiento, que recuerda mucho las tendencias psíquicas defensivas inconscientes no de Iago (el sin par villano de Othello), pero sí del mismísimo Macbeth que asesina desplazando y convirtiendo en fantasía persecutoria lo que él mismo comete, teniendo que volver a matar al encadenar interminablemente el episodio original. Solo que aquí, en Shakespeare y en Loncraine,  Ricardo se ríe de todo el mundo, también de sí mimo, y de su propio aspecto físico. Y la risa permanece ausente, helada, en el texto de Macbeth. Ricardo, por eso de proyectar defensivamente su realidad en animadversión de los demás hacia su persona, convierte su cuerpo tullido en el pecado imperdonable que han cometido los demás.

 

…I, that am curtail’d of this fair proportion,
Cheated of feature by dissembling nature,
Deformed, unfinish’d, sent before my time
Into this breathing world, scarce half made up,
And that so lamely and unfashionable
That dogs bark at me as I halt by them;

… mutilado yo de esa tan bella proporción,

timado en mi aspecto por tan chapucera naturaleza,

deforme, inacabado, echado antes de tiempo

a este mundo de los vivos apenas medio hecho  

y tan renqueante e impropio

que hasta los perros me ladran cuanto ante ellos me paro…

Ricardo  III  (1.1.) La traducción es mía.

        Finalmente, el escaso puñado de nobles que quedan milagrosamente con vida, más la ayuda de Francia, consiguieron dar muerte a Ricardo III en la batalla de Bosworth de 1485 cuando una alabarda le atravesó el cuello mientras se desgañitaba gritando:

 

A horse, a horse, my kingdon for a horse!

       Esa enloquecida furia asesina del duque de Gloucester (luego Ricardo III (magníficamente interpretado por Ian McKellen),  no surgió por casualidad o por generación espontánea ni  fue exclusiva de su persona, si no que la amasó y convirtió en el pan nuestro de cada día el persistente ambiente de intriga y traiciones de su infancia y adolescencia transcurridas durante la interminable Guerra de las Dos Rosas. Fue entonces cuando dos linajes menores de la casa de Plantagenet, los Lancaster (que habían depuesto al rey legítimo), y los York, que también  querían  gobernar, se enzarzaron en conflictos interminables mientras se aniquilaban entre ellos en las interminables contiendas que protagonizaron. Si los Lancaster vencieron al principio, terminaron luego vencidos. Y en la decisiva batalla de Tewkesbury, Gloucester (que ya muy pronto se convertiría en Ricardo III), los derrotó para siempre. Ricardo III se encargó de apuñalar hasta la muerte al duque de Gales, y de hacer prisionero al rey Enrique VI que conducido a la Torre (el espacio preferido para tutelar asesinatos inexplicables) fue ejecutado por los sicarios de siempre. La versión de Loncraine de estos acontecimientos en el arranque mismo de su película no pueden ser más creativos y originales.

     Y años más tarde, convertido ya en Ricardo III, fue derrotado, y los York exterminados, por Enrique VII en la batalla de Bosworth. La dinastía vencedora,  la Casa de Tudor, trajo a Inglaterra una nueva era, el Renacimiento. Época en la que Enrique VI consolidó el reino, internacionalizó la política, y la cultura, muy especialmente la literatura, alcanzó con William Shakespeare (y con otros muchos excelentes autores), cimas inéditas y extraordinarias. Esos autores tallaron el idioma inglés realizando una magnifica tarea de orfebrería grafemática significativa, para fijarlo y convertirlo en tesoro  magnífico de esplendor inigualable.

      Es precisamente en la trascendental Tewkesbury donde empieza la película de Richard Loncraine. Cuando aniquilado el enemigo se gana el respeto y la admiración de la corte y del pueblo. Y es entonces cuando de Ricardo se apodera la obsesión imparable de arrebatar el trono a su hermano Eduardo. Perturbación surgida de la evidencia de que, aniquilados los Lancaster, solo podrían reinar legalmente individuos del linaje de York. Y siendo que a la sazón existían tres personas que le antecedían en el derecho al trono, a saber, los dos hijos, todavía niños, de su hermano el rey, y el duque de Clarence  hermano de Ricardo, decidió preparar exquisitamente esas tres muertes para que nadie sospechara de su autoría  intelectual.

     Así que el duque de Gloucester mandó matar primero a su hermano el duque de Clarence, un hombre bueno y pacífico al que encantaban las reuniones familiares y el aliviar conflictos. Sin que apenas se diera cuenta nadie, por culpa de un lamentable error, adujo hipócritamente, consiguió encerrarlo en la Torre acusado de algo tan letal como de conspirar contra el rey. Fue el propio Ricardo en un alarde de hipocresía, quien forzó la casualidad de encontrase con él cuando la guardia lo lleva preso a la Torre. Explicarle, haciéndose el incrédulo, que ha sido sin duda objeto de un imperdonable error, y que inmediatamente lo sacará de allí. Clarence le cree totalmente, y espera tranquilo a que su hermano, el hombre más influyente del reino, aclare el asunto. El caso es que Clarence es asesinado y nadie en la corte sabe ni de lejos nada del supuesto embrollo administrativo que ha terminado con su vida. Incontables rumores que el propio Ricardo lanza y recoge, acrecientan las sospechas de traición hacia el difunto, espesando el enredo hasta convertirlo en enigma. Y al final nadie sabe nada de lo que en realidad ha pasado.

      Loncraine describe el asesinato de Clarence mientras lee tranquilamente el periódico en la sala de baños de la Torre. En verdad, sumido, más que nada, en el agua de su congénita ingenuidad. Clarence lee relajado y desnudo, creyendo a pie juntillas en un Sistema que le va a librar del error burocrático, en realidad, del ansia asesina de poder de su hermano que quiere su muerte. El Sistema perfectamente representado por su hermano Ricardo que lo controla todo desde el prisma de su maldad, pronto será nombrado por el parlamento Protector del Reino, así que subsanará el incomprensible error administrativo que ha castigado a Clarence y todo volverá a ser (cree ingenuamente) como siempre ha sido.  El baño rexpresa  la falta total de peligro que siente la víctima;  el leer el periódico su confianza en el Sistema; y el agua de la bañera el traje protector  del que confía en ese mismo Sistema. Leer el periódico allí se convierte en eficaz alegoría sobre la bondad del Sistema. Los ojos de Clarence tumbados sobre la página del periódico creen que el mundo se entiende mejor leyendo el periódico. Cuando es cada letra, cada uno de los ladrillos de la muralla de hierro, de papel engañoso, levantada ante sus ojos lo que ciega su entendimiento. Creyendo leer para entender, Clarence se precipita en el abismo del engaño de un Sistema que el periódico sostiene. Clarence está más preso en el periódico que en la Torre.

     Y poco después y sin que nadie sepa bien lo sucedido con Clarence, Eduardo IV, ya en las miras asesinas de Ricardo, fallece de manera natural a causa de una neumonia fulminante. Un extraño giro del destino que ayuda a olvidar la desaparición del duque de Clarence y que acelera los planes de poder y exterminio del duque de Gloucester. Antes de morir, el rey le pide que se ocupe personalmente de la protección y el cuidado del príncipe heredero y de su hermano. Nombrado luego Protector of the Kingdom los conduce a la Torre para –dice- protegerlos mejor, y manda asesinarlos para, convertido en heredero legal, subir al trono con el nombre de Ricardo III.

     La duquesa de York se encuentra inesperadamente con su hijo el rey Ricardo:

 -¿Quién detiene mi marcha?

-La que debió  ahogarte en su vientre para evitar tus matanzas. ¿Donde están los nobles Rivers, Vaugham y Grey ¿Dónde está el buen Hastings? ¿Eres tú mi hijo?

-Sí, gracias a Dios. A mi padre y a vos.

-Entonces escucha bien mi impaciencia

-¡No soporto los tonos de reproche!

-¡Déjame hablar!…Tu nacimiento fue para mí una pesada carga…Viniste a la tierra para hacer de ella mi  infierno…¿Puedes nombrar una hora de consuelo en la que me alegrara tu compañía?…Llévate mi más profunda maldición…Has sido sanguinario, y sanguinario será tu final. Que la vergüenza que merece tu vida te acompañe en tu muerte.

Ver el texto completo en Acto IV escena IV

     He resumido en este levísimo apunte (1) las tendencias psíquicos de su conducta,  (2) la explicación sociológica de la War of the Two Roses, y (3) la obsesión final (surgida del contexto político) de apoderarse del trono justo después de Tewkesbury. La interpretación hecha por  Shakespeare de la persona histórica de Ricardo III resulta sumamente atractiva, claro. Y uno se siente más cerca del Ricardo radicalmente atroz, que de la hipócrita posición exhibida ahora por algunas asociaciones anglosajonas, empeñadas en la reivindicación de su persona para  re-convertirlo en un rey ejemplar.

     La prueba de que para Ricardo vale todo alcanza cotas inimaginables, insoportables e  insuperables en la escena en la que siendo todavía duque de Gloucester (y muy pronto rey) convence a Ana Neville, la esposa del príncipe de Gales asesinado por él a puñaladas  en Tewkesbury, a que le acepte en matrimonio. Por imposible que parezca refieren un hecho real, histórico, y no ficticio o teatral. El cómo Ricardo convierte en beneficio el desvarío de Ana causado por el asesinato de su esposo por Ricardo. Es como si la retorcida maldad del duque se infiltrara y ascendiera hasta el corazón exangüe de la dama para convencerle de lo imposible. Cuando Ricardo detiene violentamente, con la espada en alto, el cortejo fúnebre que conduce a la tumba al marido muerto y los soldados se asustan, Ana exclama:

 What do you tremble?, are all you afraid?

Alas, I blame you not, for you are mortal

 entendiendo que los soldados obedecen temblando de miedo a Ricardo porque son –dice- mortales. Dando a entender que el violento intruso, en cambio, no es mortal. Y no lo es al estar (por defecto mismo de su conducta) más cerca de lo inhumano que de lo humano. Ana lo entiende pues comodemonio, o como colonizado por el demonio, o como si el demonio hubiera anidado en el corazón del duque. Entendiendo que el aspecto físico, la deformidad de Ricardo, influye mucho en verlo ahora mismo como un demonio, y más todavía valorando el desvarío en el que vive hundida Ana.

      En la Edad Media solían calificar de endemoniado al loco. Hoy se califica de psicópata a la persona con incapacidad radical para apreciar, entender  y atender a la realidad objetiva. Ricardo atiende solo a su delirio. Ontológicamente considerado es puro delirio, desvarío vestido con los ropajes de una retórica envenenada que desarma la cordura de la joven y melancólica dama. La aparición de Ricardo deteniendo por la fuerza el cortejo fúnebre (resuelto en la película en la secuencia de la morgue), espolea el desvarío que ya sufre Ana. La magnificencia literaria del caos y lo irracional del maniaco y la melancólica.

     Pero resultó que un día, hace ahora solo dos años (hoy es 1 de Noviembre de 2014), unos obreros que estaban levantando el suelo del parking cercano a la catedral de Leicester, encontraron una osamenta que resultó ser, después de estudios exhaustivos la del rey Ricardo III.

    Resultó que el esqueleto, al poco  de ser descubierto, empezó a echar por tierra la leyenda de la deformidad corporal del temido rey York. Empezó a decirse que el auténtico y verdadero Richard III fue un varón que sufrió una ligera escoliosis, que sus brazos no estaban atrofiados, que la altura de su cuerpo era superior a la media, que gozó de excelente salud, y que gustaba a las damas.

    Así que el cuerpo tullido que le asignó Shakespeare, había  pervertizando al rey a través de un cuerpo grotesco pero sobre todo falso. Sin embargo, pasados los meses y  el análisis del esqueleto era analizado con técnicas más sofisticadas, se llegó a la conclusión de que Ricardo III tenía la columna vertebral arqueada lo cual le obligaría a andar encogido mientras que los huesos de los hombros indicaban que tenía uno más alto que el otro. La descripción forense del esqueleto viene  a ser benéfica brisa venida desde lo más lejano y profundo de la Historia para contarnos, para decirnos de verdad lo que fue y lo que le hicieron.

    Detalles sobre el descubrimiento de la tumba y las exóticas controversias levantadas sobre su enterramiento definitivo, pueden encontrarse en Internet. Sumamente interesante resulta ser la descripción científica del esqueleto que arroja verdades incuestionables sobre su cuerpo y su persona y de cómo fue tratado el rey al poco de pedir un caballo a cambio de su reino. Todo ello hace pensar que Richard III nunca termina de terminar. En España se ha manifestado, además, a través de una corrupción desenfrenada que ha puesto al descubierto la  increíble podredumbre de una clase política perfectamente deleznable. Leyendo a Shakespeare y viendo la película de Loncraine, la catarsis que producen es monumental a la vista del panorama político actual español. 

   En total el esqueleto contaba con 10 lesiones: 4 heridas leves en la parte superior del cráneo, 1 lesión de puñal en la mejilla, 1 corte en la mandíbula, 2 heridas fatales en la base del cráneo, 1 corte de cuchilla en las costillas y 1 herida de puñal en la pelvis infligida después de la muerte del Rey. Está generalmente aceptado que después de fallecer, el cuerpo desnudo de Ricardo se arrojó sobre un caballo, los brazos colgando por un lado y las piernas y el trasero por otro. Esto habría presentado un objetivo muy oportunista para los espectadores, y el ángulo del corte en la pelvis insinúa que uno de ellos le apuñaló la nalga derecha con fuerza considerable, dado que el corte se extiende desde la parte trasera hasta la parte delantera del hueso coxal. Además, poca duda cabe de que esta herida se le haya infligido como acto de humillación.También es posible que haya sufrido heridas adicionales que no dejaran rastro en el esqueleto.

      Dentro de unos días va estrenarse en Madrid una nueva versión de Ricardo III interpretado por el gran Juan Diego inspirada en  la dramaturgia creada por el no menos grande Sánchis Sinisterra. Tal como está el panorama político español ese estreno no puede ser más oportuno. Por un lado el espanto de una clase política española que saquea a sus anchas el dinero de todos, ajena al sufrimiento y muerte (repito  muerte) de demasiados españoles. Algunos ya han sucumbido, otros  lo están haciendo ahora mismo, y otros lo harán si continúa el robo monumental de demasiados servidores públicos. Por otro, la imposibilidad de regeneración de la derecha, y de la clase política de derechas. Dejar de robar supondría para ellos dejar de ser como son (debo incluir aquí a la Iglesia católica), les resultaría tan imposible como cortarse las piernas porque sin robar no serían lo que son, lo que han acabado siendo. El Sistema está tan podrido que no puede funcionar ni volver a funcionar. En este contexto resulta esperanzadora la nueva postura del PSOE aunque esperanzadora sea muy poco. En Ricardo III, al final, los pocos gobernantes que quedan con vida (PSOE), se alían con otros (PODEMOS), y, al mando de Enrique VII derrotan al monstruo definitivamente. Muerte que supone nada menos que el final de la oscura Edad Media y los ríos de luz, las nuevas maneras, que trae el Renacimiento.

      Los personajes clásicos geniales los son porque significan cosas distintas según las épocas. Ricardo III significa ahora el egoísmo constante, implacable, y asesino, de la clase política española. Y Enrique VII es Pablo Iglesias.  Que sin duda traerá (si no dejamos que lo maten antes de alguna de las muchas formas que existen) el esplendor de un nuevo tiempo sin robos y con justicia para todos. Si así sucede y lo cuidamos, el Renacimiento se instalará de una vez por todas entre nosotros.

 El blog del autor:   http://bathtubsinfilms.blogspot.com.es/

 

Nota de la redacción: Tenemos la suerte de poder contar en esta sección de cine del Pollo Urbano con la singular  colaboración del amigo, profesor y escritor José María Bardavío.    De su blog: “Las bañeras en el cine” vamos a ir acercando a nuestros lectores amantes del mismo estas apreciaciones sicoanalíticas  de algunas películas  que , sin duda, forman parte de nuestras vidas. Y todo ello se hará a través de este apartado que hemos decido llamar:  “Desde el diván”. Gracias al profesor por su generosidad y enhorabuena a los polleros enamorados del cine.

 

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