Los estrenos en los cines: La ilusión viaja a escondidas

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Por Don Quiterio

     Mucha ilusión tenía el bilbaíno (con diptongo) Mikel Rueda con el estreno de ‘A escondidas’ en Zaragoza. De hecho, esta ciudad, inmortal llamada, es como su segunda casa. Aquí tiene familiares (su tío, Jesús Rueda, es el que componía los crucigramas y sudokus del ‘Heraldo de Aragón’ durante años y años, antes de que lo echaran de malas maneras) y ostentaba mucha ilusión en la respuesta de los ciudadanos con ocasión de su distribución en las salas comerciales.

     Aquí, en Zaragoza, que si quieres arroz, Catalina. Apenas ha durado cuatro días en cartel y dudo que alguno de la intelectualidad provinciana se haya dignado ir a verla. Porque promoción, ninguna. La propia Carmen Puyó (gacetillera cinematográfica del ‘Heraldo’) se la despachaba en cuatro líneas, mal escritas –como siempre- y calificándola de mediocre. Y las esperanzas de Rueda, por los suelos. La ilusión, ya saben, viaja en tranvía. O a escondidas. Una auténtica injusticia, en fin, porque se trata de un filme verdaderamente inusual.

     ‘A escondidas’ nace a partir de la experiencia de Mikel Rueda en el corto ‘Cuando corres’ y habla de inmigración, adolescencia y homosexualidad, una historia de amor entre dos chicos a una edad temprana. Parece que determinados sectores de la sociedad se rasgan las vestiduras, no están cómodos, si se habla de homosexualidad por debajo de los dieciocho años. La película reflexiona sobre los prejuicios, la desigualdad de oportunidades o los abusos policiales, en la que, ciertamente, los dos protagonistas no son los únicos que se esconden. Al final del filme aparece una dedicatoria a Álex Angulo, actor que participó en él. “Cuando estábamos terminando la película”, afirma Rueda, “ocurrió lo que ocurrió. Él ha supuesto mucho para esta película. Yo sabía desde el primer momento que había un personaje para él, un personaje que no le suponía ningún reto interpretativo. Toqué su puerta humildemente hace seis años, él me la abrió y me dijo que creía que la película era necesaria y que quería ayudarme en todo lo que pudiese. Lo que él ha hecho durante todos estos años es ayudar, y solo puedo estar agradecido a todo lo que hemos aprendido con él y a todo el amor que nos ha dado dentro y fuera del rodaje”.

     Más cine español: ‘Rastros de sándalo’ (María Ripoll), un bienintencionado y exótico drama sobre la búsqueda y la identidad, de guion algo forzado, según la novela de Asha Miró y Anna Soler-Pont, en torno a una famosa actriz india que intenta localizar a su hermana en Barcelona, separadas de niñas desde la muerte de la madre; ‘Fuego’ (Luis Marías), un thriller maniqueo y previsible, fallido y edulcorado, acerca de un policía que sale ileso de un atentado en el que fallece su mujer y su hija pierde las dos piernas; ‘Loreak’ (Jon Garaño y José María Goenaga), un drama íntimo, poético, lleno de pequeños detalles, sobrio y elegante, a la manera de agridulce historia de amor, la de una mujer que recibe ramos de flores de forma anónima; ‘Rec 4: Apocalipsis’ (Jaume Balagueró), cuarta entrega de esta fórmula ya agotada, una especie de ‘El buque maldito’ (Amando de Ossorio, 1973) pero con un tono entre el cine de terror de Umberto Lenzi y el de John Carpenter; ‘La ignorancia de la sangre’ (Manuel Gómez Pereira) es una poco verosímil mezcla de historia de amor, el fanatismo islámico y la mafia rusa, inspirada en la novela de Richard Wilson, con una secuencia erótica previa al clímax que produce vergüenza ajena.

     El cine europeo viene representado por unas cuantas películas. En la británica ‘Filth, el sucio’ (Jon Baird), según la novela de Irvine Welsh ‘Escoria’, humor negro y acción se mezclan a la manera de ‘Trainspotting’, pero en plan barato, sin la textura del filme de Danny Boyle. La francesa ‘La sal de la tierra’ es una inteligente biografía audiovisual donde el alemán Wim Wenders y el hijo del fotógrafo portugués Sebastiäo Salgado nos revelan su obra y su vida viajera por los cinco continentes, sus miedos, certezas y reflexiones sobre la maldad que anida en la especie humana, en una poética de lo oscuro: hambrunas, guerras, genocidios, naturaleza degradada frente a una vibrante llamada a la dignidad, a la toma de conciencia de lo que ocurre ahí afuera. La comedia francesa ‘French women’ (Audrey Dana) es un lamentable retrato sobre once mujeres de lo más variado: casadas, solteras, famosas, fracasadas, insolentes, desorientadas, explosivas, tímidas…

      Las coproducciones son cada vez más frecuentes. La anglo-brasileña ‘Trash’ (Stephen Daldry) es un maniqueo drama social según la novela de Andy Mulligan, un recorrido por las favelas de Río de Janeiro de la mano de tres adolescentes inmersos en la corrupción policial, que recuerda al Mereilles de ‘Ciudad de Dios’, pero mal entendido. Coproducida entre Inglaterra, Francia, Rumanía y Estados Unidos, ‘The zero theorem’ (Terry Gillian) es una tan barroca como irritante historia de ficción científica sobre un excéntrico genio de los ordenadores en su intento de descifrar los misterios de un teorema mientras se enfrenta a la burocracia tecnócrata del mañana. El drama franco-estadounidense de Ira Sachs ‘El amor es extraño’ es un tan sintético como sutil relato que recuerda a los preciosos cuentos de Tokio del gran Ozu y su elaborada puesta en escena. El drama histórico anglo-franco-irlandés ‘Jimy’s hall’ (Ken Loach) es la secuela inconfesa de ‘El viento que agita la cebada’, pero sin su ambición, a la manera de un wéstern clásico que enfrenta al cowboy noble con el párroco rígido y anacrónico, en las tumultuosas aguas de la Irlanda de 1931.

     La comedia dramática anglo-italiana ‘Nunca es demasiado tarde’ (Uberto Pasolini) es un minimalista y eficaz melodrama con momentos de comedia negra sobre un oscuro funcionario que se ocupa de aquellas personas fallecidas en soledad y que nadie reclama, repleto de pequeños detalles cotidianos, objetos y recuerdos que luego resultan determinantes. El thriller sicológico hispano-mexicano ‘Espacio interior’ (Kai Parlange Tessmann) es un tan tenso como irregular relato con abundancia de flashbacks que recrea el infierno de un joven arquitecto secuestrado por un grupo criminal en busca del consabido rescate. El drama franco-alemán ‘Diplomacia’ (Volker Schlondorff) es una adaptación de la pieza teatral homónima de Cyril Gely, sin renegar de su condición, cuyos protagonistas construyen un interesante juego dialéctico sobre el deber y la moral, cuando un general nazi y el cónsul sueco discuten en el despacho del primero sobre el futuro de París, a punto de ser liberada. El thriller hispano-franco-belga ‘Escobar, paraíso perdido’ (Andrea di Stefano) es una especie de biopic tan decoroso como irregular sobre el narcotraficante colombiano, entre el romance y la intriga, la aventura y la política.

     El cine norteamericano, como siempre, está infectado de thrillers, algunos de ellos muy buenos. ‘Blue ruin’ (Jeremy Saulnier) es un desnudo y minimalista relato sobre la venganza que emprende un vagabundo y recuerda las películas de Jonathan Nossiter o Lodge Kerrigan. ‘Caminando entre las tumbas’ (Scott Frank), según la novela de misterio de Lawrence Block, es una detectivesca historia de traficantes de heroína y asesinos, de arrepentimientos y culpas, de una seca y subyugante puesta en escena. ‘Orígenes’ (Mike Cahill) es un atractivo y algo pedante relato sobre la ciencia, la fe y la reencarnación, en torno a un biólogo molecular que estudia la evolución del ojo humano y conoce a una misteriosa chica en una fiesta que posee unos ojos de iris multicolor. ‘The Skeleton Twins’ (Craig Johnson) es una interesante tragicomedia que habla de dos mellizos reunidos después de una década de distancia. ‘Los juegos del hombre: Sinsajo I’ (Francis Lawrence) es la primera parte de la tercera entrega de la saga de ciencia ficción, según la novela de Suzanne Collins, con una trama más sicológica y menos ágil y un guion de escaso atractivo.

     ‘Alexander y el día terrible, horrible, espantoso, horroroso’ (Miguel Arteta) es una comedia para toda la familia que no alcanza el caos pretendido, según un libro de Judith Viorst. ‘Dos tontos todavía más tontos’ (Bobby y Peter Farrelly) es la tercera entrega de esta franquicia grotesca, excesiva y pedorra, que enarbola la estupidez como asumido estilo de humor. ‘Matar al mensajero’ (Michael Cuesta) es una pulcra y algo pedante intriga sobre las investigaciones de un periodista norteamericano que relaciona al gobierno de su país con el negocio de la droga nicaragüense, según un libro de Nick Schow y Gary Webb.  La danesa Susanne Bier realiza en Estados Unidos ‘Serena’, una atropellada y efectista historia, ambientada en 1928 en unas montañas de Carolina, de madereros, hijos no deseados, profecías y corrupción política, según la novela homónima de Ron Rash. En ‘Interstellar’, Christopher Nolan dirige una demasiado explicativa ficción científica, según un relato de Kip Thorne, la historia de unos astronautas que cruzan la galaxia con la misión de encontrar un nuevo hogar para la humanidad, y que funciona mejor en su vertiente de aventuras que en sus prestaciones filosóficas.

    El cine de animación, ahora que llegan las fechas navideñas, es un clásico. ‘Mortadelo y Filemón contra Jimmy, el cachondo’, del español Javier Fesser, es una gamberra tercera entrega de las aventuras y desventuras del caótico dúo inspiradas tanto en el original de Francisco Ibáñez como, singularmente, en Tex Avery, con una sucesión de gags vertiginosos y parodias malévolas de la España cañí. ‘Los pingüinos de Madagascar’ (Eric Darnell y Simon Smith) es una tediosa e inane cuarta entrega de la franquicia estadounidense en torno a un malvado pulpo que quiere acabar con todas estas alocadas aves marinas, en la que se incluyen chistes –malos- a costa de Werner Herzog. ‘Los boxtrolls’ (Graham Annable y Anthony Stacchi) es una ingeniosa historia basada en el libro infantil de Alan Snow ‘Las crónicas de Ratbridge’, sobre unos monstruos que salen por la noche de las alcantarillas para hacerse con los bienes más preciados de los habitantes de una ciudad obsesionada por el dinero y los quesos. Por su parte, ‘Dixie y la rebelión zombi’ (Ricardo Ramón y Beñat Beitia) es una mediocre animación española sobre un poder mágico que intenta poner punto final a la lucha entre muertos vivientes y humanos.

     Y ahora, a esperar el aluvión de estrenos navideños. La ilusión, ya saben, viaja a escondidas. ¡Horror!

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