Los estrenos en los cines: “Hijo de Caín”


Por Don Quiterio

“Los narradores asistimos a los estrenos en pantalla de nuestra novelas con más cautela que alegría, temiendo que el realizador y los suyos hayan tergiversado el argumento, pervertido el sentido de la obra o llevándola a un terreno más comercial.

Por eso, cuando me propusieron convertir en filme mi novela sentí una mezcla de orgullo y temor, y me resigné a confiar en que supieran darle al texto el trato que merecía, y que yo aceptara que, desde ese momento, la historia dejaba de ser mía. Pues bien, ha sido una experiencia extraordinaria. La película me ha dejado clavado en la butaca. No me esperaba ese pulso de intriga, esa autenticidad, esa emoción del final”.


Esto afirma, en una columna del periódico más antiguo de la comunidad aragonesa, el escritor y psicólogo (educativo) zaragozano Ignacio García-Valiño de su novela ‘Querido Caín’, trasladada a la pantalla por el tarraconense Jesús Monllaó Plana con el título de ‘Hijo de Caín’. No he leído la premiada novela publicada en 2006 por Plaza y Janés, cuya lectura se adivina bastante productiva. El poder, muchas veces, pasa por saber los puntos débiles del otro. Y en esta película hay varios personajes que creen saberlos. ¿Qué familia no tiene secretos? ¿Qué sucede cuando unos padres pierden el control sobre su hijo? La familia es incapaz de reaccionar ante un hijo que se les escapa de las manos. El protagonista, en efecto, es un adolescente (David Solans) misterioso y observador, silencioso e inteligente, de reacciones imprevisibles, a la manera de una personificación del mal, obsesionado con el juego del ajedrez (metáfora evidente sobre las distintas estrategias de los personajes por hacerse con el control de la situación), y un terapeuta infantil (Julio Manrique) se adentrará en su inquietante universo. Y, también, en el de los padres, un José Coronado y una María Molins que parecen preguntarse sin son víctimas o culpables.


Estamos ante un thriller psicológico, primer largometraje de ficción del realizador, que ofrece más sensaciones en el interesante punto de partida, y en su cuidada puesta en escena, que de resultados, correctos pero discretos, en la superficial definición de personajes (discutible dirección de actores), sus conflictos y reacciones. El filme, así, rezuma mecanicismo, no logra superar lo puramente anecdótico, no profundiza en los hechos sociales, y, para colmo, las andanzas de nuestro joven protagonista no responden a ningún origen reconocido. Una mezcla, en fin, de terror, policiaco, melodrama familiar y crítica al poder del dinero, a la manera de las histoiras fílmicas con niño diabólico, que quiere ser perturbadora pero se perciben ciertas concesiones en el guion de Sergio Barrejón y David Victori, con giros argumentales acaso previsibles y precipitados, lo que hace problemático el avance del relato como ejercicio de puro suspense, buscando constantemente la tensión de un entretenimiento comercial abocado a un desenlace inversosímil.

Otro estreno con sabor aragonés es ‘Un Dios prohibido’, del mirobriguense Pablo Moreno, pues la acción sucede en Barbastro y entre los intérpretes se encuentran nuestros paisanos Gabriel Latorre, que encarna al obispo del pueblo oscense, y Ainhoa Aldanondo, que da vida a una miliciana, la mejor amiga de la protagonista, interpretada por Elena Furiase. Inspirado en un sangriento suceso de la guerra civil en Aragón, el fusilamiento de una cincuentena de jóvenes seminaristas y sus superiores en la capital del Vero, el filme encuentra ecos de ‘El noveno día’ (Volker Schlöndorff, 2004), ‘Encontrarás dragones’ (Roland Joffé, 2010) o ‘De dioses y hombres’ (Xavier Beauvois, 2010), pero, sin embargo, se acerca más a ‘Cristiada’ (2012), sobre los mártires mexicanos, o a varios filmes nacionalcatólicos rodados en la posguerra española, como ‘Cerca del cielo’ (Domingo Viladomat, 1951), sobre el martirio del obispo Anselmo Polanco en Teruel, o ‘El santuario no se rinde’ (Arturo Ruiz Castillo, 1949), a tono con el espíritu triunfalista pero con curiosos rasgos invitando a la reconciliación nacional. Un panfletillo aleccionador en el que las víctimas perdonan a sus verdugos. Loado sea el señor.

También de Huesca es el fuerte militar de Canfranc, que sirve de escenario para el rodaje del debut cinematográfico de Juan Carlos Medina, ‘Insensibles’, algo descompensado y truculento thriller psicológico, pero atento a la atmósfera y a la precisa articulación narrativa que abarca diversos periodos históricos (guerra civil española, segunda guerra mundial, el nazismo, la posguerra, el momento actual), donde la guerra es explicada en base al mito fraticida de Caín y Abel, para contarnos la historia de un médico que descubre que unos niños de un pueblo del Pirineo nacen con la peculiaridad de ser insensibles al dolor físico. El filme nos invita a reflexionar sobre el complejo mundo de la infancia, de la memoria histórica, combinando con eficacia el presente y el pasado, un mundo, también, de víctimas y verdugos.

Más interés ofrece Gracia Querejeta en ‘Quince años y un día’, que está dedicada a su padre, ya que es la primera película que no puede producirle el recientemente fallecido Elías Querejeta (ver artículo en esta sección). Cuenta la historia de un adolescente conflictivo dentro de una familia desestructurada, una mezcla de puzle familiar e intriga policiaca, con un guion no del todo bien resuelto (falla la pura mecánica argumental), pero la directora, como siempre, domina la parte emocional de la narración.

Tambien se han estrenado otros filmes producidos en España: ‘Somos gente honrada’ (Alejandro Marzoa), convencional y desestructurada tragicomedia costumbrista sobre dos parados cincuentones en paro que deciden vender un alijo de cocaína que se encuentran, más cerca del Forqué de ‘Un millón en la basura’ que del Poncela de ‘Los ladrones somos gente honrada’, aunque el director quiera acercarse, si conseguirlo, al universo de Billy Wilder, quien solía afirmar, con su proverbial mala leche, “que no podemos afirmar que todo el mundo es corrupto, porque no conocemos a todo el mundo”; ‘Encierro’ (Olivier Van Der Zee), brillante documental producido en España y dirigido por un holandés residente en San Sebastián, sobre el evento sanferminero, la impostura alrededor de Hemingway como personaje, la jota que abre la narración, los bufidos de los toros y los tensos corredores; o ‘Gigantes’ (Manuel García), floja historia de animación que adapta la obra original de 1930 de José Pascual Tirado en torno a las peripecias de un gigante valiente y bondadoso que tratará de arrebatarle el territorio a un malvado príncipe para así ayudar a su rey, donde lo mejor es la banda sonora compuesta por Diego Montesinos, que hace volar las imágenes, mucho más de lo que sugieren por su falta de ritmo narrativo.

El aluvión de productos estadounidenses está compuesto por ‘El mensajero’ (Ric Roman Waugh), thriller de acción más sutil que musculoso, sobre el tráfico de drogas, los confidentes infiltrados y una integridad moral de una pieza, aunque tiene un desarrollo dramático más amplio de lo habitual al denunciar algunas deficiencias del sistema judicial norteamericano; ‘Un invierno en la playa’ (Josh Boone), inteligente tragicomedia sobre la angustia amorosa y creativa con citas directas a Raymond Carver y Stephen King; ‘Resacón 3’ (Todd Phillips), curiosa tercera parte de la franquicia a la que se añade una peripecia criminal y algún devaneo romántico, y en la que destacan dos momentos afortunados: el incial del funeral (con el uso del ‘Ave María’ de Schubert fuera de campo) y el gag de la jirafa; y ‘El hombre de acero’ (Zack Snyder), nuevas y aparatosas aventuras de Superman, personaje creado por Jerry Siegel y Joe Shuster hace setenta y cinco años, una acción fantástica que más bien parece un grandilocuente y embarullado remake de ‘Terremoto’, debido a tanta destrucción de edificios y mobiliario urbano;

O también ‘Turistas’ (Ben Wheartley), las idílicas vacaciones de una psicopática pareja que se convierten en una perturbadora odisea, en un filme de un humor venenoso, terrible; ‘Los becarios’ (Shawn Levy), graciosa pero floja comedia que ridiculiza el desfase generacional de dos cuarentones a través de la reconversión laboral en la era de internet; ‘’Antes del anochecer’ (Richard Linklater), cierre de la apasionante trilogía iniciada en 1995 con ‘Antes del amanecer’ y proseguida diez años después con ‘Antes del atardecer’, un cruce entre Rohmer y Bergman; ‘After earth’ (Night Shyamalan), tediosa y tópica ficción científica entre un chaval inexperto y el cretino de su padre, una historia de reconciliación del sobrevalorado cineasta de origen indio; y el filme de animación ‘Monstruos university’ (Dan Scanlon), aventura cartesiana que reformula el esquema de las comedias universitarias (de Bob Clark a John Landis) en clave infantil, especie de precuela de ‘Monstruos, S.A.’, de la empresa Pixar, que viene acompañado del excelente corto animado ‘The blue umbrella’, de Saschka Unseld, la delicada historia de unos paraguas que expresan su vida emocional a través de sus rostros, hechos de iconos extremadamente sintéticos.

El resto de estrenos viene precedido por la variedad: la brasileña ‘360: juego de destinos’ (Fernando Meirelles), dispersa adaptación de ‘La ronda’, del escritor austriaco Arthur Schnitzler, que genera entre finales del XIX y principios del XX una gran controversia por su alto contenido sexual en esta especie de caleidoscopio de amor y relaciones que unen a personajes de diferentes ciudades y países (Viena, París, Londres, Bratislava, Río de Janeiro, Denver, Phoenix) que intentan reflejar el tejido de relaciones azarosas bajo el signo de la circularidad, en un mosaico globalizado al modo del González Iñarritu de ‘Babel’; la japonesa ‘Milagro’ (Hirokaza Koreeda), peculiar comedia dramática de un director cuya trayectoria aborda el tema de la famila, un asunto cercano a todas la personas y de donde siempre se pueden sacar historias, como esta sobre un dúo infantil compuesto por dos niños que sueñan con la reconciliación de su progenitores; la saudí ‘La bicicleta verde’ (Haifaa Al Mansour), tan honesto como discreto primer filme rodado por una mujer en Arabia Saudí, un país donde las salas de exhibición están prohibidas y no se pueden ver películas en público; la británica ‘Trance’ (Danny Boyle), versión del telefilme homónimo dirigido por Joe Ahearne que tiene su punto de partida en el robo del cuadro de Goya ‘Vuelo de brujas’, una especie de fusión, en exceso efectista y decepcionante, entre el Hitchcock de ‘Recuerda’ y el Lang de ‘Secreto tras la puerta’; o la alemana ‘Hannah Arendt’ (Margarethe Von Trotta), mirada nada desdeñable, tan interesante como algo discursiva, sobre el poder, el ultranacionalismo y las falsas apariencias, que relata la vida de la pensadora, filósofa y periodista judía del título, centrada en cómo vivió y la protagonista el juicio contra el nazi Adolf Eichmann y en la enorme polémica que causaron sus textos.

O también las francesas ‘Populaire’ (Régis Roinsard), comedia de diseño retro ambientada en la posguerra, con un color apastelado que parece sacado de un melodrama de Douglas Sirk o de una historia de teléfonos blancos de Doris Day, con predecibles clichés de género, un suministro constante de empalagoso caramelo y guiño gratuito al Hitchcock de ‘Vértigo’, en el relato de una joven que se juega su empleo durante una competición de mecanografía; ‘Después de mayo’ (Olivier Assayas), donde el cineasta retoma a la pareja de su película de 1994 ‘L’eau froide’, unos personajes en constante debate emocional e ideológico para un emotivo relato decididamente político en el que se muestra la resaca del “mayo del 68” entre un grupo de jóvenes en el inicio de su militancia, y también un retrato generacional que lejos de fundamentarse sobre una mirada exclusivamente nostálgica posee un alcance universal en los temas de la política, la sociedad, el amor, el sexo, las drogas, el cine, la literatura, la religión y la clase obrera; y ‘Mi encuentro con Marilou’ (Jean Becker), interesante adaptación de la novela de Eric Holder que explica cómo un viaje sin destino puede sanar la vida de personas heridas, un pintor viejo y una adolescente desplazada, implicando la importancia de la educación, del paisaje, de cada experiencia no vivida previamente o demasiado lejana del devenir cotidiano.

O la canadiense ‘Inch Allah’ (Anaïs Barbeau-Lavalette), sincero y directo drama, no demasiado creativo, que pone en duda las certezas occidentales sobre el conflicto árabe-israelí y explora los límites de la empatía humana en esta historia de una joven tocóloga que se ocupa de mujeres embarazadas en un ambulatorio improvisado en un campo de refugiados palestinos en Cisjordania, en un discreto estilo semidocumental, de indudable interés social y humano, que recuerda a ‘Paradise now’ (Harry Abu-Assad, 2005) e ‘Incendios’ (Denis Villeneuve, 2010), pero tan digno como insuficiente a la hora de plantear la raíz más profunda del problema, que se remonta a la época de los cananeos, cuatro mil años antes de Cristo.

Y, para finalizar, ‘Holy motors’, filme del francés Léos Carax estrenado por el circuito alternativo, en el colegio mayor universitario Cerbuna, nos narra un día en la vida de un hombre con múltiples personalidades: asesino, mendigo, ejecutivo, monstruo y padre de familia, encarnando a personajes como si se tratase de una película dentro de otra película. El autor de ‘Mala sangre’ o ‘Los amantes del Pont-Neuf’, considerado tan poético e imprescindible por unos como pedante, hueco, manierista y petulante por otros, se muestra en este delirante relato tan original como intenso, tan romántico como desesperado, un cine de arrebatos líricos y, a veces también, de excesos estilísticos.

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