“Aragón 1982-2012: treinta años de autonomía”, documental de Javier Jiménez


Por Don Quiterio

Una oportunidad perdida para profundizar en un tema tan apasionante como el de las autonomías, para mostrar a la audiencia una cara menos tópica de un proceso histórico, de cambio, con sus contradicciones, con sus dudas y sus complejidades.

Javier Jiménez, en efecto, se queda en la superficie, no indaga, no profundiza, en su documental ‘Aragón 1982-2012: treinta años de autonomía’, en el que se hace un repaso a la historia reciente de la autonomía aragonesa y de cómo se gestó en esta comunidad tras el final de la dictadura. Se trata, efectivamente, de una mirada a los momentos de la gestación de la autonomía aragonesa, en plena transición, y recuerda el contexto en el que se firma el primer estatuto de autonomía en el año 1982.


Este trabajo pretende –sin conseguirlo- ir más allá de la cronología de los hechos para ofrecer una reflexión sobre la evolución de la autonomía y la identidad de los aragoneses. El documental recorre algunos de los hitos de la historia, la vida, la economía y la sociedad de esta comunidad durante estos treinta años. Y hace especial hincapié en explicar cómo se instituyeron los símbolos de la comunidad autónoma, basados en las raíces históricas de la corona de Aragón.

El trabajo recoge los testimonios y reflexiones de quienes vivieron estos momentos trascendentes en primera línea desde las diversas posiciones políticas, pero también desde la visión de los hombres de las artes y las letras. Ellos relatan cuál era el ambiente político y social de la época en la que nació la autonomía, marcado por el intento de golpe de estado del veintitrés de febrero de 1981 y la escalada de la violencia terrorista. Un tiempo comprometido con la lucha por la defensa del territorio aragonés y de los principales valores de la comunidad autónoma: el agua, la autonomía, el desarrollo territorial equilibrado o la ejecución de grandes infraestructuras de vertebración de la comunidad. Pero el continente no justifica el contenido. O al revés.

Lástima, porque el documental –en realidad, un reportaje televisivo disfrazado de documento- no aporta discurso alguno, pese a los parlamentos de algunos políticos (José Ángel Biel, Santiago Marraco, Bolea Foradada, Marcelino Iglesias, Javier Lambán, Luisa Fernanda Rudi, José Luis Soro, Antonio Torres, Adolfo Barrena, Alfredo Boné, Antonio Lacleta, Hipólito Gómez de las Roces, Adolfo Burriel), de determinados personajes desde el ámbito de la cultura o sociedad (el compositor Luis Miguel Bajén, la cantante Ámbar Martiatu, el historiador Guillermo Fatás, el periodista José Luis Valero, el profesor Eloy Fernández Clemente, el escritor Javier de Uña, el poeta Ángel Guinda), ni particular relieve en su realización, chata y convencional. El elenco es de lo más previsible y aparecen, como digo, los protagonistas del momento, los agitadores del Aragón de la transición, muchos de ellos en activo y ocupando un lugar hegemónico en el ámbito público aragonés.

Sergio del Molino, en un inteligente artículo periodístico, afirma que le desasosiega el ver que a sus edades mantengan esas personas el dominio del discurso, que nadie les haya revelado en estos treinta años. O, si no relevar, discutir, al menos, en pie de igualdad. No le falta razón al autor de ‘La hora violeta’ cuando escribe: “Es hasta cierto punto lógico que una sociedad respete y escuche a quienes considera sus ‘padres’ (y quienes lideraron la construcción de la autonomía son algo así como los padres de este Aragón que vivimos hoy), pero también es sano y normal que los hijos les discutan y contradigan. Eso no sucede en Aragón. Los hijos estamos callados. O hablamos, pero nuestras palabras no alcanzan el volumen y la influencia de las suyas. Pienso en mi generación, la que ahora tiene entre treinta y cuarenta años, y compruebo que, a nuestra edad, los protagonistas de este documental ya tenían grandes voces. Se argumentará que a ellos les tocó vivir un momento histórico crucial en el que interpretaron un papel clave, pero el momento actual, donde buena parte de lo construido por aquella generación se desmorona, no es menos grave”.

Y termina el escritor madrileño afincado en Zaragoza: “No podemos permitirnos el lujo de que otros lo arreglen por nosotros. Necesitamos liderar el debate, tomar el discurso público como ellos lo tomaron hace tres décadas. Debemos hablar del Aragón actual, que apenas se reconoce en el de hace treinta años. Tenemos que hablar de nuestro Aragón, como ellos hablaron del suyo. Por mucho que las queramos y por mucho que hayamos crecido con ellas, ya no nos sirven las canciones de Labordeta, porque hablan de un paisaje que ya no existe e invocan presencias que hoy son fantasmas”.

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