El patrullero de la Filmo: Herzog, la cólera de Dios


Por Don Quitero

     La Filmoteca de Zaragoza, en colaboración con la Cinemateca del Goethe Institut de Madrid, ofrece una retrospectiva del importante director alemán Werner Herzog (Munich, 1942), un cineasta apasionado, hipnótico y alucinado, de gran fuerza poética, radicalidad estética y autonomía industrial.

    Entre la fascinación y el racionalismo, con un estilo narrativo seco, frío, distante y antisicologista, Herzog traza en su obra una dialéctica en torno a la locura, la aventura, el deseo de poder y la marginación, a través de unas reflexiones, irónicas y mordaces, sugerentes y conceptuales, que van mucho más allá de sus supuestas sinopsis. Sus delirios visuales no conocen parangón y utiliza unas imágenes de sobrecogedora belleza que narran historias con realismo y pureza, experiencias humanas singulares, que tratan de captar la memoria de la raza humana. Su obra nunca pierde el referente antropológico para destacar el comportamiento humano y ahondar en el por qué de sus actos.

Hijo de madre yugoslava y padre de origen francés, quien se había dedicado a elaborar extraños inventos y a escribir historias fantásticas, Herzog, tras estudiar Literatura e Historia en su ciudad natal, intenta dirigir un cortometraje a los diecisiete años, pero su corta edad no se lo permite, si bien el guión es comprado por un productor. Pasa después a trabajar como soldador en una fundición con el objetivo de ahorrar dinero y convertirse en su propio productor. Trasladado después a Estados Unidos, prosigue sus estudios en la Universidad de Pittsburgh, pero, tras un intento frustrado de suicidio, es expulsado del país, dedicándose por algún tiempo al contrabando de armas y televisores.

    En 1962 debuta en la dirección cinematográfica con el cortometraje documental “Herakles”, una contraposición de imágenes de archivo de vertederos, desfiles, aviones, culturistas y un accidente en el circuito de Le Mans. Desde entonces, el realizador muniqués filma una prolífica y modélica carrera como cortometrajista y documentalista, tan singular como apasionante.

    Así, sucesivamente, los niños de las aldeas croatas del sur de Austria quedan reflejados en “Spiel im Sand” (1964); el simbólico drama de un grupo humano que acaba por inventarse una guerra en “La incomparable defensa de la fortaleza Deutschkrentz” (1966); la historia de un anciano exiliado voluntariamente a una isla en “Últimas palabras” (1967); la irónica divagación sobre la tolerancia y la represión en “Precauciones contra los fanáticos” (1968); los nativos del África Oriental en “Die fliegenden nerzte Von Ostafrika” (1969); los niños minusválidos en “Behinderte Zukunft” (1970); la mujer que perdió la vista y el oído por un accidente infantil en “El país del silencio y la oscuridad” (1971); la mirada penetrante en torno al artista Walter Steiner en “El gran éxtasis del escultor de madera” (1974); la competición de unos subastadores de ganado en “Cuánta madera roería una marmota” (1976); la amenazadora erupción de un volcán de Guadalupe en “La azufrera” (1977); el telepredicador cuyo verdadero objetivo es racaudar dinero en “Fe y moneda” (1980); el sacerdote negro que predica a gritos contra la pérdida de valores en pleno centro de Brooklyn en “El sermón de Huie” (1981); los estragos del sandinismo nicaragüense en “Balada del pequeño soldado” (1984); o el retrato del alpinista Reinhold Messner y su ascensión de dos montañas en “Gasherbrum, la montaña luminosa” (1984).

   Herzog, en estos documentales, refleja la fascinación por lo imposible hasta llegar a la locura. Se puede fracasar, pero una increíble voluntad y una fuerza irracional está muy por encima de un mero desenlace fallido. Sus documentales ilustran la relación de oposición entre la naturaleza y la civilización, entre la utopía y la técnica, entre lo artístico y lo económico, entre la cultura occidental y la de los nativos.

    Y para comprobarlo, sus últimas producciones documentales nos sumergen de nuevo en ese universo estético y conceptual: “Ecos de un reino oscuro” (1990), en torno a un periodista torturado por el emperador de la República Centroafricana; “Lecciones de oscuridad” (1992), sobre el desastre ecológico que arrasó Kuwait tras la guerra del Golfo; “Campanas del alma” (1993), sobre las creencias de exorcistas y nuevos mesías; “Gesualdo, muerte para cinco voces” (1995), en torno al excéntrico y criminal Carlo Gesualdo, que revolucionó en pleno siglo XVI la composición musical; “El pequeño Dieter necesita volar” (1997), sobre la captura del piloto Dieter Dengler en los prolegómenos de la guerra de Vietnam; “Alas de esperanza” (1999), donde Herzog regresa a la selva peruana con la única superviviente de un accidente aéreo acaecido en 1971; “Mi enemigo íntimo” (1999), donde Herzog expone un balance de su complicada relación con el actor Klaus Kinski, tras rodar con él media docena de filmes; “La rueda del tiempo” (2002), sobre el peregrinaje hacia la construcción de un mandala de arena budista; “Ten minutes older” (2002), filme compuesto por siete episodios de diez minutos cada uno en los que cada cineasta –Herzog, Kaige, Erice, Wenders, Jarmusch, Aki Kaurismäki y Spike Lee- sinsetiza respectivamente sus universos personales; “El diamante blanco” (2004), en torno a un documentalista alemán que encontró la muerte en el corazón de la selva de la Guyana cuando volaba con un ingenio aerostático; “La salvaje y azul lejanía” (2005), sobre un experto en osos que vivió en Alaska entre esos animales durante trece años sin ningún tipo de armas; “Encuentros en el fin del mundo” (2009), donde el realizador muniqués refleja su gran preocupación por el medio ambiente…

    Su actividad frenética se perfila igualmente en sus largometrajes de ficción. Debuta en 1967 con “Signos de vida”, una bella historia de locura y amenaza sobre tres personajes que se debaten en una desolada fortaleza. Dos años después, Herzog dirige “Fata Morgana”, también conocida como “Espejismos”, una mezcla de documental y ficción científica con un planteamiento metafísico expresado con imágenes surrealistas. Metáfora del universo en tres capítulos (“La creación”, “El paraíso”, “La edad de oro”), el realizador detiene su mirada en unos habitantes del desierto y reflexiona sobre la ilusoria naturaleza de lo real. En 1970 realiza “También los enanos empezaron pequeños”, extraordinaria parábola sobre la rebelión de una comunidad de enanos contra la dirección del correccional donde viven encerrados. Rodada en Lanzarote, la película muestra una curiosa escena en la que uno de los personajes ojea la revista “Crónica” de diciembre de 1935 cuya portada refleja un dibujo de Federico Ribas y en la contraportada otro del turolense Bayo Marín, ilustración esta última que Eduardo Laborda rescata del olvido en su libro “Manuel Bayo Marín, entre luces y sombras” (2010).

El inicio de su relación con el actor Klaus Kinski se produce con la absorbente “Aguirre, la cólera de Dios” (1972), una de las cimas de su autor, conducida por un pulso y un ritmo precisos, hasta llegar a la congoja. La película no pretende en ningún caso ser la reconstrucción histórica o documental de la aventura del conquistador Lope de Aguirre, sino un apólogo sobre la búsqueda de un El Dorado, a través del diario del fraile Gaspar de Carvajal. El angustiado y torturado protagonista nos muestra la pequeñez física de los seres humanos en un ambiente grandioso y hostil, donde la humedad y los peligros de la naturaleza sirven de marco a las acciones y los excesos humanos.

“El enigma de Gaspar Hauser” (1974) es otro sensacional filme, esta vez sobre la educación y la manipulación a través de un excepcional personaje convertido en una curiosidad científica y social. Con “Corazón de cristal” (1976), donde los actores fueron dirigidos en estado de hipnosis, Herzog adapta unos textos del escritor Herbert Achternbusch sobre un hombre que tiene visiones apocalípticas. Un año después dirige “Stroszek”, una importante desmitificación del sueño americano también conocida como “La balada de Bruno”. A ésta siguen “Nosferatu, vampiro de la noche” (1978) y “Woyzeck” (1979). La primera es una revisitación tremendamente personal de las obras y personajes de Bram Stoker y F.W. Murnau, con un gran Kinski en el papel del conde Drácula. La segunda es una excelente adaptación de la obra inconclusa del Georg Büchner, una epopeya de la miseria y la humillación humanas cuyo “héroe” es un soldado paria empujado a la locura y el crimen. Büchner, en esta tragedia existencial, traza una senda funesta de adulterio, celos y asesinato, y Herzog nos muestra al protagonista –un espléndido Kinski, otra vez- como un creador de imágenes que habla de las estrellas, los truenos, la tempestad, de su crimen antes de consumarlo. Un personaje al nivel de Hamlet o de Macbeth que nació en tiempos del romanticismo…

Tan imperfecta como hermosa, “Fitzcarraldo” (1981) es la historia del viaje de un hombre y su voluntad, un viaje interior a la manera de “El corazón de las tinieblas” de Conrad. Ese enamorado de la ópera, obsesionado con hacer interpretar a Caruso en pleno Amazonas, es la fascinación por lo imposible hasta llegar a la locura. Las peripecias e incidencias del rodaje fueron tantas que incluso se rodó un filme sobre ellas titulado “Burden of dreams”, de Le Black. Baste recordar que, antes de Kinski, el papel protagonista se ofreció a Jack Nicholson y luego a Jason Robards, que abandonó el proyecto debido a las condiciones meteorológicas adversas.

Sus siguientes filmes acaso sean los más irritantes, discutibles e irregulares de su extensa filmografía: “Donde sueñan las verdes hormigas” (1984), sobre dos tribus aborígenes que luchan desesperadamente por conservar su cultura, sus mitos y costumbres; “Cobra verde” (1988), la historia de un buscador de oro condenado a una difícil misión en África; y “Grito de piedra” (1991), una aventura entre la rivalidad amorosa, el ecologismo o el choque generacional, sin olvidar una crítica a los medios de comunicación en la figura del periodista interpretado por Donald Sutherland. Títulos todos ellos sugestivos, sí, aunque pequen de una cierta autocomplacencia.

    Ya en pleno siglo XXI el genio muniqués sigue mostrando su particular universo en una serie de filmes de compleja variedad. “Invencible” (2001) es una ambiciosa pero fallida historia ambientada en el Berlín de Weimar y centrada en las relaciones entre un forzudo, el mago Hanussen y los nazis. Herzog retoma el personaje de su documental “El pequeño Dieter necesita volar” en “Rescate al amanecer” (2006) y lo lleva al terreno de la ficción con Christian Bale como protagonista. Con “Hijo mío, hijo mío, ¿qué has hecho?” (2008) realiza una relectura sin concesiones de las claves y constantes de la serie negra con Michael Shannon y William Dafoe como protagonistas. Finalmente, en “Teniente corrupto” (2009) revisita el filme de Abel Ferrara, en una historia compleja y perturbadora interpretada por Nicholas Cage, Eva Mendes y Val Kilmer.

    Polémico, raro, alucinado, el cine de Herzog se estiliza con base a unos planteamientos al mismo tiempo románticos y pútridos, plásticos e irreales, acaso irritantes, pero coherentes y profundos, subrayados por magníficos fragmentos musicales de Mozart, de Albinoni, de Couperin, de Bach, de Vivaldi… Sus filmes son alegorías de gran poder de captación, dentro de la paranoica singularidad de su autor. Pocas veces el cine nos ha sumergido en un universo estético y conceptual tan penetrante como éste. Las empresas de Herzog se convierten, en última instancia, en unas oníricas obsesiones para sus protagonistas, para el director y para los espectadores.

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