Por Don Quiterio
Muchas veces, cuando uno se siente perdido e incomprendido y le entra el síndrome de la soledad, sabe que si se acerca por el Bonanza (Refugio, 4) a lo mejor se le arregla la tarde-noche.
Ese teatro que es el Bonanza me recuerda el cine de Godard. Cuando se abre el local es como las primeras películas del director francés, con ese cierto clasicismo y romanticismo y esa peculiar estética del cine mudo.
A medida que va entrando la noche, cierto barullo y caos se adueñan del lugar. Un revoltijo de fragilidad y ausencia, de envidias y conocimiento, mezclado con el olor del vino y del jamón, el olor de las tortillas de Marisa, el olor de cada individuo, las toses, las risas, el bullicio, el esperpento español…
Pero Manolo, a la manera godardiana, rompe la línea narrativa con sus citas, sus interrupciones, sus latiguillos literarios, filosóficos, musicales, pictóricos, sus chistes, su sonrisa, su buen carácter, su timidez, su tono familiar, como si nos encontrásemos en nuestra propia casa, en una suerte de familia numerosa. Manolo, en efecto, es el contrapunto, como sus collages, sus pinturas, sus dibujos, que rompe las maneras convencionales de un bar y lo transforma, como ese personaje de la novela de Saramago, cuando Europa está en plena guerra, y el protagonista se sienta frente al Atlántico y se pregunta si él existe.
Un bar de tertulias, con personajes berlanguianos, en el que Manolo ayuda a rebajar los niveles de estupidez de los vanidosos, de los malhumorados, de los malcarados, de los cabrones. Es tan realista como optimista y permite recordarnos que el más crudo realismo no tiene por qué carecer de humor. Se esfuerza en hallarle sentido al mundo. El mundo se puede venir abajo, pero hay alguien que silba una canción…
Lo mismo que sus cuadros, que podrán gustar más o menos, tendrán categoría o no la tendrán –doctores tiene la iglesia-, pero es una forma de agruparse al carro del conocimiento, del romanticismo, del gentío…
Con todo este material, los realizadores aragoneses José Manuel Fandos y Javier Estella (“Poporopos”, “La memoria proyectada”, “En el agua”, “La niña y el unicornio”…) han perpetrado el documental “Manolo García Maya, desde el otro lado de la barra” (2011), un mediometraje en torno a la figura del pintor y propietario del zaragozano y mítico bar Bonanza, lugar de encuentro de artistas desde la década de 1960 hasta la actualidad.
Como bien indica el subtítulo del documental, la cámara de Fandos y Estella “sale” del emblemático bar para adentrarse en otros lugares: las calles de la ciudad, el bazar Quiteria Martín, los estudios de ciertos pintores y poetas, el jardín de Manolo… De este modo, distintos personajes van introduciendo la personalidad del protagonista: Manuel Martínez Forega, Alfredo Saldaña, Carlos Calvo, Eduardo Laborda…
El resultado, aunque discutible, es divertido y amargo, siempre entrañable, con impagables escenas como la del hijo haciendo una tortilla redonda o las imágenes recogidas de la película de Eduardo Laborda, realizada en 1986, en las que vemos al enigmático Paquito Laínez o al extravagante “gerente Tico-Tico” bailándose un swing para recibir a Wagner.
Manolo de principio a fin, eludiendo todo orden narrativo convencional, y principio y fin, como ese crucero de la última película de Godard, “Filme Socialisme” (2010), donde se reflexiona permanentemente entre la ficción y la realidad, siempre sobre la representación, enlazando frases y citas que cuestionan esas relaciones en las variantes de las disciplinas artísticas. Principio y fin, y fin y principio, como es crucero donde el mar, y las aguas, y los puertos nos acompañan, como los personajes que los pueblan.