La cultura de la cancelación no existe / Antonio Tausiet


Por Antonio Tausiet
http://tausiet.blogspot.com

    Hola, amiguitos. Voy a volver sobre un tema que ya traté en una reciente entrevista. Se trata de la llamada cultura de la cancelación, tan de moda.

    Para los que no sepáis exactamente a qué me refiero, es el fenómeno de retirar el apoyo a personas famosas porque dicen o hacen supuestamente algo reprobable.

    ¿Qué es reprobable? Para los que creemos en el progreso de la humanidad y sus costumbres, es decir, para la gente de izquierdas, lo malo es lo que forma parte del conjunto de usos y costumbres asociados al pasado, que consideraba inferior a alguien de otro país, de otro sexo o de otra edad. Las sociedades y sus legislaciones van disminuyendo las discriminaciones, y eso nos parece muy bien a los humanistas.

    La supuesta cancelación extendida de individuos que se aferran al pasado en algunas de sus manifestaciones de injusticia social no existe. Lo que sí hay es anécdotas de famosos que han sido criticados en las redes sociales por sus barbaridades, llegando en algún caso a afectar a su vida laboral. Por lo general, los tribunales de justicia no han dictado sentencia contra ellos, puesto que no han cometido ninguna ilegalidad.

    Estos casos no pasan de ser curiosidades sin importancia. Primero, porque los famosos son una minoría insignificante. Segundo, porque los famosos fachas o bocazas son solo una parte de esa minoría. Y tercero, porque esos casos se pueden contar con los dedos de una mano.

   Lo que sucede es que desde la derecha se hace todo lo posible por conservar tanto su estatus económico y de poder como las rancias prácticas que les caracterizan. E inventan bulos universales en su intento de que todo siga igual de mal. Cuando alguien lanza una opinión progresista para contrarrestar acciones o manifestaciones retrógradas, los conservadores alzan la voz hipócritamente para defender la libertad de expresión, esa que siempre han intentado evitar.

    Ahora resulta que, gracias a la estrategia de inversión ideológica de la derecha, se está extendiendo peligrosamente la falsa idea de que es la izquierda la que censura. El invento facha de la cultura de la cancelación es un capítulo más de toda esa basura. Los plañideros mediáticos y sus acólitos de internet o de los bares propagan como la pólvora que antes había más libertad, y muchos ciudadanos bienintencionados se tragan el discurso cavernícola.

     Vamos al caso de España, que es el que tenemos más a mano. ¿Alguien con más de una neurona es capaz de afirmar sin género de dudas que durante el franquismo o el gobierno de la UCD había más libertad y más justicia social? Quizás haya que recordar que los avances sociales, promovidos por la izquierda siempre, nos han llevado a una situación en la que está legalizado el divorcio, el aborto y el matrimonio homosexual, y que los tribunales están obligados a defender a las mujeres, a la naturaleza, a los animales, a los ancianos o a los extranjeros, con mucha mayor fuerza que antaño.

   Por supuesto que todo es perfectible y que se han dado casos de retroceso en derechos, sobre todo laborales, y también en la libertad de expresión de los indispensables críticos al sistema. Todo ello fruto de la terrible conjunción de una Comunidad Europea antisocial y de unos gobiernos conservadores. Pero hay una tendencia histórica clara de avance. Todos los que afirman lo contrario son voceros de la derecha y pesimistas apesebrados.

    La magnificación y crítica del “Me Too” es una parte de toda esta trampa conservadora. Nacido en 2017, es un movimiento de denuncia contra quienes tienen comportamientos sexuales de acoso. Algo encomiable: cuantas más personas son bloqueadas en esas actividades de abuso de poder, más avanza la sociedad. Y aquí llega la derecha, en algunos casos disculpando a los perpetradores, y en los más intentando inflar los casos denunciados. Todo vale para esas alimañas: cuando el supuesto criminal sexual es un reconocido intelectual de izquierdas, hay que ir a por él, aunque los tribunales hayan dictado sentencias exculpatorias.

   Sin duda hay casos de denuncias falsas. Los hay en cualquier asunto susceptible de litigio. De nuevo, las agencias de desinformación derechistas acuden como buitres a airearlas, para dar la impresión de que son algo más que casos aislados. Lo hacen a diario, tanto con los casos de violencia de género como con cualquier otro avance legislativo, sea de defensa del medio ambiente, de los animales, del empleo, de la vivienda, de la educación o de la sanidad. Y cuando no tienen a qué anécdota agarrarse, mienten directamente.

    El lenguaje inclusivo es continuamente rechazado por los fachas, que alardean de resistentes ante la corriente igualitaria. Intentan hacer creer que transgreden no usándolo, cuando lo único que logran es volver a demostrar que defienden el código apolillado de supremacía de género. Esconden de nuevo la evidencia de que nadie les obliga a utilizarlo y se ponen la medalla de la lucha por la libertad.

    No les gusta la innovación lingüística, siempre que sea para que las sociedades avancen. Pero los reaccionarios han inventado un nuevo vocablo para referirse despectivamente a los progresistas: woke. Para más información, leer mi breve artículo al respecto.

    Hay episodios de censura política pretendidamente progresista, como la eliminación de lenguaje procaz en libros infantiles o la interrupción de la emisión de canciones con valores anticuados en las radios y televisiones. Son acciones de mentes poco desarrolladas, en muchos casos mercantilistas, que denotan nulo respeto a la cultura. Es decir, provienen del mundo conservador. Una vez más, se difunden como fruto de la imposición de la nueva izquierda.

   La disminución de libertad que inventan los que nunca la han defendido es la práctica publicitaria más asquerosa de la historia de la derecha. Estoy seguro de que muchas de las personas de cierta edad que están leyendo esto han sido ya captadas por esa tremenda falacia. Pido por favor que reflexionen. Un ejemplo español actual: cada vez que alguien maduro hace referencia a cualquier desigualdad tradicional, asumida por la sociedad de su juventud, bromea automáticamente con la posibilidad de que la actual mirada progresista le llegue a censurar o denunciar.

   El arco es amplio: desde los varones que aseguran ufanos que con la actual legislación que evita la agresión sexual no habrían ligado nunca, hasta los artistas que dicen autocensurarse para evitar problemas legales. Pasando por quienes ven con desagrado su pérdida de privilegios para denigrar a los colectivos marginados. Afortunadamente ese antiguo estatus de caspa y desigualdad está desmoronándose, gracias a los que siguen creyendo en un mundo mejor.

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