Contra tanto despropósito / Gonzalo del Campo

Por Gonzalo del Campo

    Escucharles es oír la letanía de curas que una y otra vez recitan la misma monserga, como si hacerlo fuera vital para su salvación y la de todos, inspirados por una especie de mesianismo..

…obcecado que les lleva a creerse sus propias mentiras y a querer obligar a los demás a que también se las crean y les sigan en su misión de hacer del Pirineo una potencia mundial del esquí alpino.

    A la palabra sostenibilidad se superpone la visión de enormes máquinas, abriendo grandes zanjas en parajes vírgenes.  Esa palabra pierde su significado en boca de los que solo ven en su uso la rentabilidad rastrera que engordará la cartera de unos pocos caciques, que ven dinero donde otros vemos belleza sin hollar.

     Los verdaderos beneficiarios de los destrozos, ni siquiera tienen nunca la necesidad de dar la cara porque otros hablan por ellos. Estos son, sobre todo, políticos sumisos a la manera de fabricar futuro que obsesiona a sus patronos. Aquellos predican proyectos público privados (que tanto les gusta remarcar), donde la sangre financiera principal la aportan las arterias de las arcas públicas, pero donde los beneficios se privatizan, haciendo partícipes de ellos a los que allanan el camino de acceso al dinero de todos. Javier Lambán y Arturo Aliaga son en este momento los principales instrumentos que dan alas, con argumentos totalmente falaces, al deseo de esos caciques en la sombra por seguir expandiendo sus negocios, a costa de degradar cada vez más la naturaleza y seguir alimentando negocios que no dan más de sí.

    Aumentar el espacio esquiable, seguir construyendo urbanizaciones o teleféricos que degraden irreversiblemente el paisaje no contribuye a retener y menos aún a atraer a nueva población. Sí, al contrario, resta territorio para un disfrute más respetuoso con el medio, como lo es el senderismo u otras muchas actividades que no requieren el gasto ingente en cemento y metal y la presencia fantasmagórica de elementos artificiales y extraños, que bastante han invadido y afeado ya nuestras montañas.

    El optimismo de Lambán, cada vez que nieva, por poco que sea, es patológico, pues le obliga  a convertirse en  negacionista de lo evidente, que es el hecho de que cada vez nieva menos globalmente y que esa tendencia va en aumento, lo que supondrá la mengua de los espacios esquiables ya existentes. En su cabeza, sin embargo, el modelo turístico del siglo ya pasado, impera como verdad de fe. Acercar a toda costa cuanta más masa humana mejor hasta el corazón mismo de las estaciones, sin importar el coste que supone para una naturaleza cada vez más frágil, en la que las actividades tradicionales que han dado y dan aún vida a su población, están a punto de extinguirse y convertirse en historia, como ocurre en el caso de la ganadería extensiva.

    No se puede ni se debe nombrar como sostenible a un turismo basado en la depredación y degradación del territorio y de sus gentes, un turismo que permite el acceso de vehículos hasta los rincones más recónditos y fabrica una prolongación artificial de esa comodidad tan costosa medioambientalmente, que facilita la humanización más feroz de espacios necesarios para la preservación de  la fauna y la flora, libre de máquinas, de ruidos, de todo aquello que acaba convirtiendo en un erial estéril, lo que aún se puede disfrutar como casi un “paraíso”.

     La estirpe de los políticos nefastos, tiene para mí, su máximo exponente en José María Aznar, el más soberbio e irreductible de los que compusieron el mal llamado Trío de las Azores. De los tres es el único que no ha reconocido veinte años después de su nefasta decisión que la causa principal para invadir Irak era en realidad una enorme mentira, que derivó en una guerra interminable y muy mortífera, de la que él es uno de los mayores responsables.

    Lambán no llega a tanto, pero no deja de ser un personaje político que obedece a una concepción servil (no de servicio) del ejercicio de la cosa pública. Su gestión está sujeta a los dictados de grandes empresarios a los que les viene de perlas que el Aragón vaciado lo siga estando. Cuanta menos gente, menos obstáculos para seguir expoliando territorio. Necesitan del poder político para que les avale en sus grandes negocios del turismo y la energía, sobre todo.  Para convertir en legal todo aquello que surge de una ambición sin límites, para la que no hay barreras, salvo el hartazgo de una población que sabe ya de sobra de que va la copla.

     Hoy, como siempre y más que nunca, hay que parar tanta megaobra, ya sea de parques eólicos o solares como el de la Fueva, teleféricos en lugares como la Canal Roya o macrogranjas que esquilman y emporcan los acuíferos. La Tierra en general y nuestra tierra en particular no soporta ya más agresiones gratuitas para el beneficio de muy pocos y el perjuicio, a la larga, de todas y de todos.

    Lo de dejar, al menos un mundo igual al que tenemos, a nuestros hijos y nietos es una frase hecha que no se va a cumplir como no paremos entre todos tanta barbaridad que se proyecta.

    No es tiempo de poner cara de bobos y esperar sentados a que alguien decida por nosotros hacer inevitable lo que no lo es aún. 

   No más emporcamientos ni destrozos en una naturaleza que necesita, sobre todo, respeto. Lo mismo que su gente, que ya pagó en su día con la despoblación la fiera acometida de los mismos poderes y caciques que hoy vuelven a la carga con el mismo desprecio y prepotencia que lo hicieron entonces.

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