Por Paco Bailo
Chove en Santiago
meu doce amor.
Camelia branca do ar
brila entebrecida ô sol.
“Madrigal a cibdá de Santiago”
- Garcia Lorca
(Está lloviendo en Santiago
mi dulce amor.
Camelia blanca del aire
brilla oscuramente al sol)
Paseo entre unos jardines a mil quinientos kilómetros y unos veinte grados menos que en mi barrio bajo una discreta llovizna entre un magnolio de flores amarillas..
…y otro que, indeciso ante una anhelada aparición de un sol amordazado entre dos nubes grisáceas, no sabe si mostrármelas rosas o blancas mientras a su vera un macizo de camelias rojas le comenta a los jacintos cercanos que esta primavera llega con cierta carga de extrañeza.
Considero valiente la actitud de esta flora en la que no solemos reparar en nuestros habituales y urbanos peregrinajes pues aunque deambulo por tierra fértil este clima desnortado tirando a inverosímil no está poniendo nada fácil la periódica y programada estación que deja atrás otro invierno sin casi días fríos y noches destempladas al que nos habíamos ido acostumbrando, guantes, castañas asadas y bufandas mediante.
No sé si el coraje es una virtud de los vergeles pero es la palabra que me sugiere la contemplación de cierta danza estentórea e improvisada que los narcisos con los que me voy cruzando han iniciado ante los embates de un repentino viento aparecido sin heraldo ni aviso alguno y que me obliga a subir el cuello de la cazadora y encasquetarme el gorro de lana hasta los hombros.
Pero más valiente me parece que una mujer o una pareja apueste por traer un nuevo ser a estos jardines en tiempos de alquileres inabordables, precios de guardería inhóspitos, sueldos menguados, horarios laborales antinaturales y productos básicos encarecidos; mucho coraje y riesgo muestran apostando por esa complicada y azarosa aventura. Y mucha más gallardía y temple, valor y sensatez se requiere si esa andanza o peripecia se malogra por el camino, si de repente unas pérdidas del color de estas camelias avisan de que en esta ocasión la naturaleza no ha doblado la apuesta porque casi la mitad de los embarazos hoy no llegan a término aunque éste sea un tema casi tabú en nuestros vermús o sobremesas. El inesperado rosa del magnolio en la ropa es un inusitado mazazo a la esperanza y la ilusión compartida. No me hago cargo del dolor, intento compartirlo con mi humana capacidad de empatía y mi respaldo en esos angustiosos momentos.
Lo anterior no tiene nada que ver, y total respeto, con el derecho al aborto o la propiedad o gestión del cuerpo, que tantos años de argumentos y sufrimientos costó alcanzarlos al menos en países que nos retratamos como justos y sensatos; nada que ver con otras opciones como ofrecer cuidados a una mascota o disfrutar de los sobrinos o invertir tiempo de voluntariado o dedicarse a los mil remiendos que este entorno nuestro solicita, simplemente recordar que traer una nueva ciudadana o ciudadano a este planeta tiene mucho más mérito hoy que cuando a muchos nos criaron, que hace falta valor.
La tarde se despide igual que mi recorrido y pensando en quienes se enriquecen con alquileres imposibles, beneficios injustificables y corruptelas denunciables tarareo inconsciente aquellos versos de Lluis Llach: “Que nunca tengáis reposo en vuestros días y que en la muerte os persigan nuestras memorias”
Ha cesado esta lluvia que comenzaba a hacerse impertinente, narcisos y jacintos se relajan y las hojas de los magnolios, nombre debido a Pierre Magnol, admirado por Linneo y protestante que debió abjurar para ser catedrático en Montpellier, filtran un tímido sol que me recuerda que la vida sigue, que al mal tiempo buena cara, que en nada vuelvo a mi barrio.