Los tropiezos / Andrés Sierra


Por Andrés Sierra

     En enero los tropiezos son habituales. Será por ser el primer mes del año. Eso recuerda a  los Reyes Magos, qué ilusión tan formidable para los críos;…

…salvo cuando ya no son tan críos y se enteran de que es una mentir

     Sí los tropiezos en enero, en febrero, en fin, en todos los meses del año.

    Yo creo que son un escarnio implícito en el vivir. Estoy generalizando… porque luego hay sutilezas, algunas, otras no lo son. Pero eso sería profundizar en muchos campos. Aunque inevitablemente están unidos, todo tiene su correlación; nadie se escapa de mojarse si llueve, ni del viento, ni de un sol abrasador.

    Tampoco nadie se escapa a la directriz que nos marcan los dirigentes… Todos estamos en el mismo globo. En este caso no me refiero a uno aerostático, sino a uno mayor en el que nos tropezamos bastante habitualmente.

    Me confesó el Padre Panocho –digo que él se confesó conmigo-, y no estábamos en un confesionario, que por mi parte, desde mi adolescencia, jamás he pasado por un espacio tan reducido como ese.

     Precisamente nombrando confesionarios y confesiones, el Padre Panocho me decía que últimamente, en su confesionario atendía a pecados (luego absueltos) que le resultaban “extraños”. Hay que decir del Padre más o menos la edad, y muy seguramente raya los ochenta, con lo cual cuando él se hizo sacerdote, las circunstancias eran otras. No en lo transcendental, por supuesto (los pecados son los mismos). Pero ahora en el momento de mencionarlos se usan otras palabras.

    Tal vez es ahí donde el Padre Panocho no entendía las nuevas expresiones, las del siglo veintiuno.

    En el fondo me quedé contento de que Panocho no hallara explicación a ciertas conductas, a mi me pasa lo mismo.

    Un día fui a buscar un libro en una biblioteca que no es habitual para mí.

    Antes de entrar al recinto donde está la biblioteca me tomé un vino en el bar más próximo. La jornada era muy característica: la del sorteo de Navidad. Todo el mundo pendiente de los números que van saliendo, menos yo, en realidad nunca juego a nada, salvo alguna vez y por compromiso tuve algún número en este sorteo, pero nada por devoción.

    Dentro del recinto de la biblioteca, todo el personal funcionario atento a la radio.

    Cuando salí con mi libro tenía necesidad de tomar algo sólido –un churro por ejemplo- con un café. Para no repetir de bar me fui al siguiente del que estuve primero. Entro me dirijo a la barra y no veo churros, pregunto a la camarera y me dice que se han acabado, así que salgo en busca del próximo bar y a esperar tener más suerte. Hay otro a unos quinientos metros, y a lo que estoy a punto de llegar, alguien por detrás me toca en la espalda –casi con empujón- me asusto y me doy media vuelta viendo a un señor joven que está sofocado y me pregunta que si en el bar donde he entrado antes la “hijaputa”  no me ha querido poner un café. Este señor quería invitarme, conjetura baladí la suya lo del café, podría haber estado perfectamente, pensando en pedirme un vino.

    En fin le di las gracias doblemente, cuando me alcanzó venía sofocado por la carrera que había hecho para alcanzarme, aun le dije más “tú no eres maratoniano” y se palpa la panza generosa y esboza una sonrisa.

   Por fin me comí un churro y un café ojeando la prensa antes de coger el tranvía.

    Me di cuenta que en estos “días tan señalados” hay gente que intenta darse un poco más a los demás. Lo curioso de este asunto, para mi, viene por otro lado, casualmente el señor creía que no llevaba dinero y en el bar pedía por favor un café.  Casualmente ese día llevaba encima casi noventa euros para unas compras que debía hacer.

    Sé que mi indumentaria no es muy elegante, incluso a veces parezco un indigente, no me preocupo mucho por la imagen que doy, pero ese tropiezo lo he tenido toda mi vida no es nada nuevo, yo diría que incluso me gusta, es algo que me ayuda distinguir a aquellas personas que tienen paciencia y no juzgan por la imagen que porta, quien tienen delante.      

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