Por Paco Bailo
Fridor d’ibierno
a ziudá ye panda.
Solo que trista
porque tú no bi yes.
Ángel Ramírez, 2015
(Frío de invierno, la ciudad está tranquila.
Solamente triste porque tú no estás)
Febrero consigue que el sol se demore cada día un rato más en mi ventana, templando ese alféizar al que hace casi tres años acudía cada tarde a aplaudir empujado ya no sé si por una temerosa solidaridad con el personal sanitario, que ampliaba a cajeras, barrenderos, quiosqueros, carteros, panaderas y a tanta buena gente ignorada e imprescindible, por el párvulo temor a lo que acontecía o por confirmar que el vecindario seguía allí diciéndome con sus palmadas que compartía el mismo inquieto desasosiego con el que la falta de información y previsión nos emboscaba.
Desde esa ventana atisbo que aquellos aplausos se han trasformado en el zureo de las palomas y el sendero que ocupaban las colas ante la panadería o la frutería es ahora campo de maniobras para los ágiles saltos de los gorriones que en abril encontrarán los huecos en las grietas de estos edificios para hacer su puesta, cada año más amenazada, mientras el tráfico derrocha prisas, gases y ruidos y las cotidianas rutinas nos ayudan con la amnesia.
¿Por qué dedicar algún rato a recordar aquella primavera de hace tres años en la que llegamos a pensar que algo podía mejorar, que nos enseñaría a discernir lo esencial de lo superfluo, lo necesario de lo caprichoso, que había llegado el momento, el preaviso, de que aquello no eran maneras, de que nos hacíamos falta?
Ante la ventana, como los compases de una partitura en clave de sol, el cierzo pone en danza al tendido eléctrico sobre cuyos cables se detienen buscando el descanso a sus cuitas tres pájaros (me deleito pensando que uno de ellos es Leonard Cohen reencarnado y susurrando su “like a bird on a wire”) que me miran orgullosos de su falta de fronteras, ufanos de su despreocupación, y vuelven a sus revoloteos como versos sobre el asfalto, como endecasílabos revoltosos buscando una rima entre las hojas y las migas.
Las nobeles Wislawa Szymborska y Nadine Gordimer sabían del ritmo de las palabras, las ponían en vuelo para que aterrizaran a nuestro lado. Carlos Edmundo de Ory nos decía: “Lo único que me fascina es el amor y el dolor. Como hombre, he de decir que todo se resume en eso, en el amor a los seres humanos afines, a la naturaleza, a la música, a la poesía”. El cosmopolita Gyorgy Ligeti nos dejó su “Requiem”, su “Lux Aeterna” o bandas sonoras como la de “2001, una odisea en el espacio“ para nuestro disfrute y Lorenzo Milani su experiencia pedagógica que tantas pistas nos regaló a quienes apostamos por la docencia. De saltos y revoloteos también saben Ida Vitale o Josep Vallverdú, aún entre nosotros pues todos son nacidos hace cien años, en aquel 1923 en el que el místico Yeats ganó el nobel de literatura.
Siete personajes que podríamos celebrar porque de nuevo el sol nos regala un minuto más de luz cada día, porque algo puede mejorar, porque sus obras vacunan el desasosiego, porque somos pájaros en el alambre y acabaremos encontrando una rima consonante entre tantas hojas secas.