El tirón que tiene lo nuevo / Eugenio Mateo


Por Eugenio Mateo
http://eugeniomateo.blogspot.com/

   Recuerdo nítidamente los veranos de mi infancia. Los niños de barrio disponíamos de espacios naturales cerca de la ciudad a los que nuestras madres…

…nos llevaban aquellas tardes calurosas provistos de merienda, gorra para el sol y traje de baño. No hacía falta nada más. Cerca del parque grande, hoy de Labordeta, existían dos lugares: la Fuente de la Caña y el Ojo del Canal. Se accedía a ellos por unos estrechos senderos entre tupidos cañaverales, que, a mí, un niño dado a la fantasía, me parecían las selvas impenetrables de los libros de Kipling, por las que en cualquier momento podía aparecer un tigre o Bagheera, la pantera, amén de las terribles cobras. Hay que decir, que, a lo sumo, lo único que pude ver muchas veces fueron ratas. Unas enormes ratas de aquellos tiempos de autarquía, en los que todavía había hambre y poco de comer para la mayoría de la población. Esas ratas asustaban a mi madre, y a mí, un poco también, pero más por solidaridad con ella que por los méritos de los roedores. No me olvido de otro lugar, más alejado, cerca de los montes de Cuarte, lejos ya de la ciudad, cuyo perímetro iba creciendo, aunque todavía no tanto: La Fuente de la Junquera. ¡Ah! eso era otra cosa…espacios abiertos, un río con badinas y una fuente, a la que se le atribuían propiedades medicinales y a la que peregrinaban cada mañana esforzados jubilados o gente sin quehacer a beber su agua y recogerla en garrafas. Nunca supe si murieron de tifus o de piedras en la vesícula. Recuerdo que era un poco amarga; la bebía por la sed y el calor, aunque nunca me fie del todo. Con el tiempo, el progreso trajo las urbanizaciones de la periferia y se cargaron el manantial. Hoy, hay un famoso restaurante con grandes terrazas y un asador de lujo.

     La Fuente de la Caña era un oasis a la orilla del Huerva, un río, que, como ahora, es un desconocido salvo para algunos dueños de perros. Posiblemente, la profundidad de sus piscinas naturales, de tres metros por dos aproximadamente, no mediría mas de 50 centímetros, pero a los chavales, (curiosamente, niñas casi no había) nos resultaba suficiente para quitarnos el calor y a algunos la roña, que no digo yo que algunos no llevaran. De cualquier manera, las cañas y el silencio sólo roto por nuestros gritos de júbilo gratuito, hacían del sitio un destino soñado en aquellos días sin colegio. La merienda, casi siempre pan con chocolate, me sabía tan bien, que no importaba el camino de regreso, en el que, a la atardecida, los mosquitos se envalentonaban con nuestros cuerpecillos sin formar y hasta mi madre lucia unas esplendorosas picaduras en sus brazos robustos, pero no importaba demasiado, ni a ella, ni a mí. A mis colegas de baño y de calle, supongo que tampoco. He intentado encontrar de nuevo ese rincón y debo confesar que, pasado el merendero terraza de Las Ocas, el paisaje del río ha cambiado tanto que no lo he podido redescubrir. Imagino que las ratas actuales serán descendientes de aquellas tan hermosas y que estarán inmunizadas. A veces, creo atisbar alguna en la orilla del Huerva a la altura de la entrada del Parque, e incluso he visto a los patos salir huyendo en su presencia.

   Había otros lugares de baño popular que se hicieron míticos. Estaban lejos para mí, chico del Barrio del Carmen, pues se necesitaba de coche y por ello, los usuarios ya lucían barba y allí sí que iban chicas, algunas, la mayoría, crecidas y de finos, o no tanto, muslos en flor.  Hablo de la Peña del Cuervo, a la que acudían mozos de Montañana y alrededores, playboys de primera generación y los recién llegados yankees de la Base, siempre rodeados de una nube de mosquitas vivas al socaire del revolcón con un gringo que asegurara, o no, un futuro mejor. Incluso se construyó un bar restaurante en el que se decía que incluía habitaciones ideales para el adulterio. También, el Gállego aportaba un plus de peligrosidad por su corriente y profundidad. Quiero decir que este era lugar para tipos de pelo en pecho, y aún hoy día, sin ir mas lejos hace un par de días, algún valiente se deja la bravura para siempre en ese pozo.

     Luego, estaban los del Centro, más bien de los barrios de ribera. El Ebro fue piscina para demasiados y lugar de ligue para los que practicaban. Desde lo que hoy son las orillas que sirvieron para los espectáculos nocturnos de la Expo 2008 hasta las pasarelas y puentes de la orilla derecha en sentido bajada al mar, el estiaje del Padre Ebro permitió, durante muchos años, darse un chapuzón con los nitratos y pesticidas de la Ribera, y lucir un moreno fluvial aderezado de un incipiente cáncer de piel estuvo cotizado entre los “zarabolanos”.  ¡Qué tiempos!!! Y por arte de birlibirloque, los tiempos no están cambiando, como diría Dylan.  ¡No! ¡Vuelven!!! Se pueblan otra vez las riberas de los ríos. Gállego, Ebro, Huerva…se adornan con los cuerpos celulíticos de la nueva cultura culinaria que trajeron aquellos yankees de Peñaflor. Se iluminan con los cuerpazos de los discípulos de gimnasio, macizas/zos. Todos juntos, como si volviera la autarquía, retornan a la orilla, como en el lago Tiberíades, a escuchar a los nuevos profetas de transistor, que vuelve también con los Cuarenta Principales. 

   Nadie lo esperaba. Las cosas no necesitan de esperas para poder ser posibles. Tuvo que ser un virus con corona el que nos devolviera a los tiempos del pan con chocolate y bikini con barro. Ya no envidio a los ejecutivos de agencia de vacaciones. Ya se está acabando el viaje a Mallorca y a la Multipropiedad. Tomar el sol con mascarilla reúne, cuando menos, condiciones que darían risa, y es lo que hay. Miedo a lucir las mollas a escasos centímetros de las macizas/os. Miedo a que en el comedor de la casa rural se esconda un bicho muy feo. Hay que volver al río, que agua corriente no mata a la gente. Hay que volver a lucir tripa ante los siluros o ante las ratas como gatos. Afortunadamente, tenemos neveras de usar y tirar para llevar un bote de cerveza. Los protectores solares sirven de pantallas hasta para los cocodrilos. El verano puede ser barato, y visto lo visto, usar Instagram con la foto del bronceado reciente no presupone renunciar a presumir de matices tropicales.

    Vivan los nuevos tiempos. De tan normales, acabaremos cogiéndoles gusto. Ya se sabe el tirón que tiene lo nuevo.

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