Por Carlos Calvo
Subdirector del Pollo Urbano
La memoria solo es posible gracias al olvido. Se mira lo que se pierde. Los recuerdos de la juventud son historias de renuncias.
De cómo la vejez trabaja en los rostros de cada uno, cuando cada mañana, frente al espejo, descubre a otro que es él mismo. Recordar es peligroso. Nunca el recuerdo se repite de igual manera. El pasado siempre será el presente que se anhela. Pero estamos de aniversario, demonios. Cumplimos doscientos números en digital, pioneros en este formato. Revista fundada en 1977, ‘El pollo urbano’ abandona el papel impreso en noviembre de 1998 y se lanza, ¡zas!, al universo fractal de internet. Pasado, presente y futuro.
Y al pie del cañón, como tiene que ser. Acaso por la tozudez y el sacrificio de un puñado de personas encabezadas por nuestro comandante en jefe, Dionisio Sánchez, uno de sus fundadores y eterno director. Gente que escribe, que difunde, que se involucra. Ahí estaban, como primeros puntales digitales, Mirella Abrisqueta, Curro Fatás, David Alonso, Luis García Ramón, Víctor Saura, María José Sancho, David Jiménez, Cristina Peña y María Pérez Burgos, entre otros.
Poco a poco, como la vieja hila el copo, se fueron incorporando personalidades varias de nuestro territorio. Desde el primer momento de la impresión en papel hasta el posterior formato digital no hay que olvidarse, en un imperfecto e inevitable ejercicio de memoria, de muchos compañeros de fatigas. Desde el que inicia la sección de Opinión, el ilustre catedrático Guillermo Fatás, hasta los Paco Simón, Antonio Tausiet, José María Bardavío, Luis Felipe Alegre, Miguel Ángel Arrudi, Luis Bermejo, Jorge Álvarez, María Dubón, Fabián Pérez, Javier Barreiro, Miguel Pardeza, Paco Bailo, José Luis Lomillos, Gonzalo del Campo, Francisco Julio Donoso, Cristina Beltrán, Daniel Arana, Max Alonso, Jorge Álvarez Pieroni, Pilar Barranco, Fernando Berlín, Pepe Bermejo, José Ángel Biel, Pepe Cerdá, Christian Toledo, José Llera Gil, Jorge Marqueta, Fernando Rivarés, Agustín Romero Barroso, Mari Sancho Menjón, Fernando Sancho, Raúl Tristán, José Luis Valero… Y con una mención especial a las incorporaciones últimas de Javier Úbeda, Andrés Sierra, Miguel Clavero y Esmeralda Royo. ¡Bienvenidos al club!
En esta casa tenemos claro que no existen en política certezas absolutas ni realidades aparentes que no puedan ser desmontadas por la evidencia. Tan es así que principios políticos que en un tiempo se tuvieron por inexorables fueron luego derogados sin el menor escrúpulo. Y verdades admitidas ayer como sentencias imperecederas se ven hoy –o se verán mañana- como ocurrencias coyunturales. Lo que conviene al interés común, aquí y allá, no es que los gobernantes sean politonales y discordantes, sino armónicos y consonantes, unívocos y no multívocos, no muchos sino buenos o, lo que viene a ser lo mismo, “gente con más caletre y menos monsergas”, por decirlo con Manuel Azaña.
La memoria es frágil y, a veces, parece un colador que solo retiene grumos. Se recuerda lo grueso, lo que engorda a golpe de ponerle lupa, mientras se filtran cataratas de otros detalles borrosos que hemos ido alejando. En ‘El pollo urbano’ amamos el oficio apasionadamente, con nuestros acordes y desacuerdos, e intentamos atrapar el presente con palabras precisas para vencer la actualidad y trascender el ruido desde dentro del ruido. La idea es sacar punta al detalle más inesperado, ese que puede transformar la cotidianidad en un planeta lleno de aventuras. Y creemos saber distinguir el presente que vivimos del tiempo creado por los media.
En tiempo de pandemias y trincheras, de prosa funcionarial, de argumentos mecánicos, de verborrea academicista, de menosprecio por el idioma y de mala sombra, nosotros atravesamos la jungla de la opinión periodística con la tranquilidad de los que no confundimos ambición y vanidad. El contexto acaso haya cambiado, es cierto, pero la necesidad de dar herramientas para pensar e ir un poco más allá de la información sigue teniendo el mismo sentido. Los polleros soñamos de vez en cuando, o de cuando en vez, que volvemos a Manderley. Porque carecemos de principios fijos y seguimos el consejo de Quevedo: “El que escribe para comer, ni come ni escribe”. Nosotros escribimos lo que nos sale del pijo sin esperar otra cosa que insultos.
En ese aspecto, somos una revista radical, a la contra, antes y después, en el sentido de ir a la raíz de las cosas. Cogemos carretera y manta, lo mismo que las chicas de ‘Thelma y Louise’ en las pantallas cinematográficas. A lo largo de estos doscientos números las cosas han cambiado mucho –o no tanto, quién sabe- y nuestra publicación se ha erigido como un observador atento que ha intentado dar herramientas para el pensamiento crítico. Sin análisis sobra todo. La falta de reflexión es uno de los males de nuestro tiempo. Por eso, tal vez, sea más difícil ahora, porque un porcentaje muy alto de la gente, sobre todo en las nuevas generaciones, se da por satisfecha con la información superficial. Es necesario profundizar más.
Decididamente, falta criterio y se tiene miedo a molestar. Un autor importante que falla no debe ser elogiado ni ignorado. Sin embargo, se prefiere ignorar a polemizar. La crítica es una labor que debería estar mejor considerada. Y no lo está por culpa de quienes ejercen la crítica. Falta preparación, compromiso, adecuación, liderazgo, discurso estructurado para plantear nuevos caminos. La crítica se ha convertido en una acción dentro del proceso cultural residual, parasitario. A veces, superflua e inoperante. Es cuando todo se reduce a tres frases hechas y una postura sumisa e inamovible, que huele a naftalina y retórica barata.
Parece mucho más reconfortante soltar ditirambos, regocijarse en los probables aciertos en vez de señalar los posibles desastres. Si a esto unimos el reducido espacio que un crítico suele tener a su disposición, por no hablar del mínimo pago, buscarse enemigos no entra en sus planes. Craso error, maldita sea, porque, de principio, se pierde el contraste, la capacidad para distinguir entre lo bueno, lo malo y lo regular. Se evapora también la confianza del público lector -u oyente-, harto de tragarse hipérboles. Se renuncia, pues, a la posibilidad de aconsejar a los artistas: al no existir apenas crítica, se multiplican las obras descerebradas, que repiten todos los errores antiguos y, en el peor de los casos, algunos nuevos.
El escapismo crítico es una de las mayores lacras, ya que confunde y se convierte en una inanidad dialéctica. Es el desdoro, la vergonzosa utilización de espacio y tiempo para un compadreo o una inhibición sospechosa. Quedar bien con todos es una de las maneras más rápidas para la inhabilitación y la pérdida de cualquier valor referencial. El engaño es una bajeza solo superable por la manipulación, que lo convierte en deleznable. Si todo es interesante, lo he dicho muchas veces, nada es importante. Ni trascendente. No avanzamos si aceptamos lo existente como algo irremediable y sin probabilidad de mejora.
Cualquier ejercicio crítico tiene el deber de la exploración, del desmenuzamiento de los componentes para su análisis, la contextualización, y eso debe hacerse desde el conocimiento y la preparación constante, para colocarse a la altura de lo enjuiciado. Ni por encima ni por debajo. Un diálogo de tú a tú. Existe también un derecho: el de la equivocación. La renuncia premeditada a la intervención es una injuria. Hay que involucrarse, crear opinión más allá de un acto de celebración o propaganda. Cuesta asumir esta responsabilidad.
La tiranía de lo políticamente correcto se extiende como la pandemia. Cada vez es más arriesgado expresar las opiniones que contradicen los tópicos y estereotipos con los que hay que comulgar si uno no quiere ser tachado de fascista, de racista o de machista. Pretender que el arte y el pensamiento se tienen que ajustar a lo políticamente correcto, esto es, obedece a la pretensión de crear una sociedad uniforme, donde la disidencia sea imposible y en la que todos piensen igual. Eso es lo que intentaron de forma violenta los totalitarismos de Hitler, Mussolini y Stalin. Algunos parecen haber olvidado ese pasado no demasiado lejano.
En nuestras páginas han dejado su impronta firmas de nuestro territorio y fuera de él, artistas, músicos, filósofos… De inéditos a artículos y entrevistas memorables. También reseñas demoledoras. Pero siempre por un compromiso de la cultura con mayúsculas y con minúsculas, con lo consagrado y con lo ninguneado. Una revista de sátira política e información del mundo negro aragonés, sí, pero también rigurosa. Crítica social, humor socarrón, eventos, inquietudes, cultura urbana… Todas las disciplinas, en fin, eran y son todavía susceptibles de ser revisadas en la revista que está usted leyendo, desocupado lector.
‘El pollo urbano’, dentro de su organigrama, se estructura en secciones y queda un coordinador al frente de cada una de ellas. Como coordinadora de Arte está Ana Puyol Loscertales; de Asuntos Sociales, Jorge Moreno; de Capturas, Santiago Mayayo; de Ciencia, Jesús Sainz Maza; de Exposiciones, Manuel Medrano; de Gastronomía, Emi Nogueras y anteriormente lo fue el Cocinero Campeón del Mundo por la AIPEP, Miguel Mendo; de Letras, Jesús Soria Caro; de Música, Cristina Punter Tortajada y la colaboración de Miguel Ángel Punter; de Ópera, Miguel Ángel Yusta, y de Cine, el arriba firmante, con la colaboración del competente analista José Joaquín Beeme y el redactor de festivales Leandro Martínez Joven. O no tanto.
La hemeroteca es cosa de Roberto Martín Miravegas y la importante sección de Informes e Investigación está a cargo de Darío de Sirope y del Equipo Tubería. Todo lo referido a la Naturaleza está coordinado por el naturalista y fotógrafo Eduardo Viñuales. Dentro de Sociedad, el apartado de Pollerías está al mando de Martín Ballonga. La coordinación de las cabeceras es asunto de Susana Vacas. El factótum del Rancho de Sánchez no es otro que nuestro director. La sección de Rutas queda al mando de Chusé Aragüés y la de Reportajes la organiza Eugenio Mateo Oto, con las colaboraciones fotográficas de Luis Antonio Mena, Javier Ventura o Christelle Astier y sin olvidarnos del gran trotamundos a pedales José Antonio Santo Tomás (alias ‘Marshall’). La de Escenarios es una sección clásica de la revista, la coordina accidentalmente nuestro eterno director y son sus responsables habituales Javier López Clemente, Fernando García Guía y el payaso Germán Oppelli. Las viñetas mensuales son deferencia del gran ilustrador argentino Lucho Luna que fue precedido por otro artista zaragozano, David Vela. Las cuestiones de Vídeo que aparecen en la revista son cosas del PolloTube. Y no podemos terminar este apartado sin el permanente recuerdo a los amigos desaparecidos y que fueron responsables de Fotografía y Omnibus Social, Rafael Esteban y Eduardo Jiménez.
Todos ellos, ya lo he dicho, capitaneados por el imperecedero Dionisio Sánchez. Un gran gestor. Frío en los momentos calientes. Sereno. Con tantos enemigos como amigos. Con una gran capacidad de análisis. Lidera, pero deja hacer. Su teoría es que el colaborador desnuda al intendente en jefe para medirlo y este tiene que demostrar sus conocimientos, sin mostrarse demasiado tonto ni demasiado listo. Intercambiar opiniones con los componentes polleros no es síntoma de debilidad, sino de fortaleza. Ahí está el detalle. La clave.
La vocación internacional pollera ha quedado reflejada en las aportaciones que, desde los primeros tiempos de la revista en internet, hicieron los grandes corresponsales que hemos tenido y tenemos, como nuestra veterana Gloria Cohen, corresponsal en Argentina que todavía continúa, mes a mes, enviándonos sus crónicas y haciendo honor al Premio que le otorgara en 2004 la Asociación Independiente de Periodistas, Escritores y Profesionales en Nuevas Tecnologías de la Comunicación (AIPEP). Pero igualmente han pasado por ‘El pollo urbano’ otros corresponsales internacionales como Guillermo di Paolo Casanova o Agustín Gavín. Y Andreu Jérez desde Berlín. Y Hugo Ester Laín desde Austria. Y Ramón Launa Garcés desde Bélgica. Y José Juan Esteban Loring desde Bolivia. Y Manolo Ventura desde Brasil. Y Manolo Mayoral desde Canadá. Y Héctor Muñoz desde Taiwán. Y Miguel Cañellas desde Cuba. Y Carlos Grassa Toro desde Colombia. Y Klaus Dillemberger desde Chile.
Desde Corea del Sur nos puso al día primero José Soler Lucas (que luego marchó a Dinamarca) y después Carmen Segurado. Y también tuvimos durante una temporada en Escocia a Violeta Enciso, en Ecuador a Roberto Sánchez Cazar y en Manchester a Daniel Sevillano. Y muy al principio, desde Islandia, nos mandaba sus fenomenales trabajos el insigne científico y fundador pollero Jesús Sainz Maza. Después, desde Nueva York, el investigador Alberto Jiménez Schuhmacher y la fotógrafa Marta Remartínez. Desde Francia, Manuel Sánchez Oms, Marina Hernando y Carmelo Sánchez. También tuvimos corresponsal en Israel de la mano del polifacético artista David Wapner. En Italia siempre estuvo José Joaquín Beeme y en Sicilia Laura Tajada. En Filipinas, y luego en Marruecos, estuvo buceando, fotografiando y escribiendo Marta Notivoli. Desde Perú tuvimos crónicas de Isabel Esteban y desde el Chad del pintor Rubén Enciso.
Casi al principio, y desde Puerto Rico, llegaban los análisis de Antonio de las Casas y ahora desde la República Dominicana nos las envía Manuel Sogas Cotano, antes ilustre corresponsal en Sevilla y siempre colaborador pollero. Antes edesde ese paraíso, nos llegaban las ilustrada crónicas de Pablo Ferrer. También estuvo Polonia representada en nuestra revista a través de Barbara Banka y Rumanía por las plumas de Adrian Lepure y Mihaela Radika. Desde Suecia nos llegaron las del siempre brillante Christian González y desde Uruguay las de Ricardo Vicente. Y, cómo no, desde México nos llegan las esperadas (y puntuales) de Emilio Mendoza. Y aún nos fuimos más lejos, hasta Vietnam del Sur, de donde nos llegaban los escritos y reportajes de Chema Mazo.
También en España contamos con corresponsales en la Costa del Sol, Barcelona, Madrid, Canarias, Cantabria, Extremadura, Galicia, Soria, Valencia y las comarcas aragonesas del Alto Gállego y la del Cinca Medio con las brillante plumas del ceramista Christian Bassner, Dionisio Sánchez Loring, Nini Nava, Maite N’Chama, Agustín Romero Barroso, Elena Ansón, Alberto Delso, Agustín Castillo, Jaime Peralta o los ya citados Miguel Ángel Punter y Cristina Punter Tortajada. Porque en estos tiempos de turbulencias biológicas y sociales, demonios, un medio como ‘El pollo urbano’ es más necesario que nunca. Sin caretas ni complejos. Sin trampa ni cartón. Con, eso sí, las dudas que paseamos con rubor. Quienes no dudan, maldita sea, son los sospechosos habituales. Y siempre con nuestra innegociable inquietud para percibir situaciones que otros no ven.
Sin nostalgias, ni miradas atrás, pero con la misma pasión, hay que sacudirse la modorra, aglutinar y ser portavoz de tantos francotiradores ahora dispersos. Hay que reventar el aislamiento de las distintas burbujas culturales desconectadas entre sí mediante la reflexión crítica, sin tapujos ni adivinanzas. Hay que despertar curiosidades y transmitir pasiones para que la gente se concentre y se implique. Hay que reventar la mediocridad pasiva, el consumismo como medicamento contra la insatisfacción y acabar con el miedo a decir lo que uno realmente piensa.
La memoria es selectiva y va limpiando el dolor del disco duro. Por eso hay vida después de duelos y rupturas. Porque se le va quitando el foco a lo perdido hasta que aparecen los contornos de otras cosas. Una suerte de premonición, se podría decir, nos aconseja no mencionar muchos los ojos, que todavía lloraríamos. Los que hacemos ‘El pollo urbano’ siempre intentamos aprender y, por extensión, enseñar algo, sin caer en pedanterías ni exhibicionismos. Como sabemos cuál es la tradición de la cual formamos parte, invitamos al lector a mirar la vida como pasa. Ya saben aquello de que el que tiene pase pasa y el que no tiene pase se queda sin pasar. Y todo para retratar, maldita sea, un tiempo y un territorio borrachos de autocomplacencia.
Nos gusta mirar a la gente y sus movimientos, sin poner el piloto automático. Y siempre con sentido del humor. Ya decía Buñuel que un día sin risa era un día perdido. En el monólogo ‘Un obús en el corazón’, de Wajdi Mouawad, el personaje reflexiona sobre cuándo empiezan y terminan las historias. Viene a decir que no es fácil percibir cuándo comienza una historia y que es más fácil notar cuándo una historia termina. Eso, como todo, es discutible. Acaso valga para las historias de amor, y no siempre. Sea como fuere, el arriba firmante lo tiene claro: si el elogio debilita, la antítesis, o sea, la crítica, debe ser un motivo de superación, un estímulo. Lo decía Séneca: “Prefiero molestar con la verdad que complacer con adulaciones”.
En 1998, en efecto, ‘El pollo urbano’ se aventuró al universo fractal de internet, con un equipo de redacción que pensaba en un futuro con menos desigualdad y más tolerancia. Han pasado veintidós años digitales y ahora cumplimos doscientos números como doscientos soles. Ha llovido mucho desde entonces a hoy, desde luego, pero se diría que no tanto a juzgar por el saqueo a mano armada a las economías domésticas, especialmente. Hoy demasiada gente lo pasa mal. Vivimos una época en la que escribir con libertad puede ser peliagudo porque la crispación no admite medias tintas, que para los fanáticos significa escribir con cobardía, recelo u oportunismo. En plena pandemia de enfurecimiento, casi todo el mundo tiene una teología en la cabeza y ve al que duda como un canalla, un vendido. Si no hay tapia -lo decía Manolo, el del Bonanza- no hay fuga.
Sea como fuere, recordar los recuerdos viene a ser como una señal de vida, o de recensión, según se mire. Uno ya no puede vivir si los recuerdos le olvidan. Ni escribir, ni componer, ni pintar… Thomas Mann escribió que el artista cuando crea, recuerda. O Félix Grande: “El cantaor canta desde la memoria”. Ojos y recuerdos, en fin: el máximo botín. Recordar “aquellos ojos”, recuerden. Casi un bolero. El ciudadano enmascarado tiene el atractivo de la incógnita, de la sorpresa.
Al fin y al cabo, nos hemos quedado sin rituales. Se los ha llevado, maldita sea, la covid-19. El hombre sin el rito se queda a la intemperie, desasistido. Soltero como mi padre. La distancia social es demoledora. Y la ideología de la salud, por correspondencia. Y el hiperrealismo, lógico, de la medicina y la ciencia nos desconsuela, a veces, aún más. La digitalización de la mirada ¿tendrá que ver con la sicología colectiva e individual del ser humano contemporáneo y sus neurosis? La soledad era esto, ay.
Mientras escribo estos pensamientos, o lo que sean, escucho aquella balada que punteaba el argumento de una encubridora película del gran Fritz Lang: “Escuchad con atención la leyenda de Chuck-A-Luck; escuchad la leyenda de la rueda de la fortuna. Todo empezó un día de verano, cuando el sol ardía implacable. Fue allá por 1870, en un pueblo de Wyoming. ¿Dónde está y qué es Chuck-A-Luck? Escuchad la rueda del destino, gira y gira como un susurro, da vueltas y más vueltas, contando la vieja historia de odio, muerte y venganza”.