Mordiéndome la lengua / Andrés Sierra


Por Andrés Sierra

     Mi bonita relación con los agentes de seguridad y orden del Estado.

      Vacaciones. Viaje a Lisboa. Salgo de Zaragoza en un expreso de media noche (de los de antes). Llego a Madrid.

     Tengo muchas horas hasta que salga el expreso a Lisboa .Estoy sin dormir, así que me voy al retiro para hechar una cabezada. Duermo una media hora más o menos pero con ojo cerrado y otro abierto; precaución para que no me roben. MI equipaje: una mochila y una guitarra. De sueño profundo sólo habrá sido cinco minutos, pero cuando, digamos, me despierto, la guitarra ha desparecido.

     Para no amargarme pienso: no hay mal que por bien no venga; así voy más ligero en el trasiego de trenes y mucha gente.

    Llega el tren a un pueblo que hace de frontera con Portugal. En el expreso van ocho vagones. Por megafonía de la estación anuncian que los pasajeros que se dirijan a Portugal tienen que colocarse en los cuatro vagones de cabeza; son los únicos que pasan la frontera. Yo voy en los de cola, como otra gente, así que con agilidad y casi corriendo por el andén, me dirijo hacia los vagones de cabeza (menos mal que voy sin guitarra).

   Alguien de paisano hace gestos para que me pare. Claro, no le hago caso, tengo que conseguir un buen sitio, a ser posible sentado pues falta mucho viaje todavía.

   El señor en cuestión casi se abalanza sobre mí agarrándome por el brazo, me digo ¿pero este tipo de qué va?.  Acto seguido me enseña una placa: policía. Las preguntas pertinentes, que donde voy,  etc. Y el DNI. Al cabo de un rato me deja marchar. Me toca estar en el pasillo del vagón en plan sardina en lata o sentarme encima de la mochila, así casi hasta Lisboa.

    Cuando tengo que volver, cojo un tren hasta Badajoz. DE allí me voy a Cáceres para conocerlo. Al llegar lo primero que hago es ir a la estación de autobuses, puesto que pienso volver a Zaragoza en autobús. Miro la hora de salida y saco ya el billete. Me da tiempo de visitar el casco viejo que es bonito y además muy cuidado. Vuelvo a la estación de autobuses. Falta quince minutos para la salida. Estoy en la sala de espera, espacio muy amplio. Se me acerca un señor, con traje, saca una placa: policía. Segunda movida de pasma de paisano. Me dice que le acompañe, y me lleva a una estancia donde está la comisaría de la estación. El protocolo: papela, de donde vengo a donde voy y desmontar la mochila. Observo la hora; es ya la de la salida del autobús y yo todavía en la oficina de la policía. Me muerdo la lengua para no increpar al policía diciéndole que voy a perder el autobús. Por fin me deja marchar. Afortunadamente para mí, el autobús no sale de ahí, sino que viene de otro pueblo grande y viene con retraso. Me estaba temiendo perder el autobús con el billete en el bolsillo.

     Un viaje a Marruecos. Cuando salgo del país lo hago por Melilla hacia Almería. El barco llega a su destino a las diez y media u once. Me apresuro para encontrar lo antes posible un hostal o una pensión (la economía está así). Encuentro una, me pide la documentación la persona que atiende el negocio. He tenido suerte, teniendo en cuenta la hora de la noche. Le pido que me devuelva el carnet de identidad y me dice que si me quiero quedar ella se queda con el carnet. Bien, no discuto esa norma que me parece errónea, lo que deseo es dormir.

    A la mañana siguiente, salgo temprano de la pensión para desayunar y visitar la ciudad –que no conozco- antes de seguir camino hacia mi ciudad. Por supuesto salgo sin equipaje, ya lo cogeré cuando me vaya y pague.

    No muy lejos de ahí una pareja de policía nacional me paran. Me piden el DNI y les digo lo sucedido. Me preguntan cual es el nombre de la pensión. El policía malo aparte de echarme la bronca por no ir documentado, al decirle el nombre de la pensión no le cuadra diciéndome que tal pensión no existe. Yo no me acordaba exactamente del nombre, menos mal que el policía bueno le dice a su compañero que  hay una cerca de ahí. Ciertamente, no distaba ni seiscientos metros. Le doy el número del DNI al que lleva la voz cantante. Se aleja y se pone a comunicarse por la emisora que lleva. Al cabo de un rato se acerca y me suelta con ímpetu que por qué he estado en la cárcel. Le digo que no he estado en la cárcel. Me muerdo la lengua para no decirle en plan sorna: “Sí que estoy colgao, resuelta que he estado encarcelado y no me he enterado”.

    A todo esto vuelve a alejarse y llamar por la emisora portátil. Regresa y esta vez lo que suelta, con afirmación categórica, en que comisaría retenido. Le digo que tampoco.

    Ya la siguiente movida es una pregunta. “¿Ha tenido usted algún problema con la policía?”. Le respondo que nunca. Me muerdo la lengua otra vez  para no soltarle en actitud sarcástica la contestación a su pregunta. “Problemas con la policía, sí a cada momento, como ahora, yo paseando tranquilamente y contento y fastidiarme el día con historias como esta”.

    Hace años, con la economía era precaria, cuando subíamos a Canfranc para hacer montaña en invierno, solíamos dormir en la estación al lado de algún radiador para no pasar frío. Era como el campamento base; desmontar las mochila sacar las viandas y cenar, hablar un rato y tirar al suelo las esterillas colocar el saco y a dormir pronto porque al día siguiente había que madrugar mucho para subir a Candanchú o alguna otra zona de por allí.

   Por aquellos años en la estación había bar y también una estancia donde estaba la Guardia Civil.

   Más de alguna vez pasó lo de entrar la Guardia Civil al hall, donde estábamos durmiendo, pero a las dos o las tres de la madrugada, para pedir la papela. Aunque la pregunta era siempre la misma: ¿Ustedes vosotros qué hacen aquí?.

   A morderse la lengua para no contestar: ¡Pues hasta ahora dormir!. Eso sí, aparte de la hora un tanto intempestiva, había que salir del saco, vestirse e ir por el andén al garito suyo con el DNI para que apuntaran los números de cada uno de los presentes durmientes.

    Y podría poner muchísimas más.

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