Buen viaje, José María / Eugenio Mateo


Por Eugenio Mateo
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    Latente todavía el efecto desolador sufrido ante la presencia del yacente, sereno e inmóvil en su catafalco, echo la vista atrás intentando escapar de la muerte que se muestra tras el cristal para volver a encontrarme frente a frente con el rostro accesible del hombre que amó tantas cosas, capaz de sentirlas desde dentro sin descuidar un detalle.

    Me fundo, sin embargo, por un momento eterno, con su rostro tranquilo de difunto en paz y el tiempo se detiene en el pasado, tan reciente que apenas cede su lugar a ayer, como si la vida siguiera ajena al drama y todo fueran momentos compartidos.  No puede haber palabras, no siquiera una mirada, aunque fuera maniatada por una postrera mascarilla, pero hay recuerdos que no entienden de silencios y en silencio han venido en oleadas esos momentos a los que el tiempo acaba etiquetando como inolvidables. He podido escucharle sobre el Camino de Santiago y de rincones que conoció antes que muchos peregrinos, y viéndole en reposo, ha vuelto a brillar la luz de su mirada entusiasmada. Nunca desperdició palabras cuando hablaba. Ahora, quizá me presienta tras el cristal y quiera dar detalles de la próxima sesión de Juglarías. Un relámpago inmediato me sacude con la determinación del viejo poeta que sabe que está escribiendo su último verso ˗˗ La representación se hará, conmigo o sin mí— dejó dicho en sus últimos días. Cuántas veces le habremos visto al frente de Juglarías con la panoplia de obras inmortales. Este hombre de cuerpo presente fue un descubridor de tesoros, un arqueólogo de ideas, un enamorado de la palabra. Quizá en estos mismos momentos, desde el otro lado de la vida intenta hacerse comprender con el silencio. Le observo mientras se humedece la memoria y llegan fotos en los periódicos con un fondo de banderas, la de Aragón y la de España. Es presidente del Gobierno de Aragón; por circunstancias de la Política; por su impronta jurídica y personal; por su equidistancia de Alto Funcionario políticamente independiente, y en su breve mandato de treinta y cinco días puso las bases de la futura Administración Autonómica, demostrando así su capacidad negociadora, incluso para convencer a los partidos de acabar con la anómala situación de una presidencia en funciones Eran los convulsos años de la Pre- Autonomía.  Tiempos que exigían de templanza y razón. En las imágenes junto a otros políticos destacaba por su aspecto de hombre de fiar, sin más conjeturas; un semblante del que nadie se tendría que poner a la defensiva. Este cuerpo inánime que tengo delante supo trazar su huella sin molestar la de nadie, elegantemente discreto aún en la muerte. Desde ella y por ella traspasa el tiempo y su espíritu se hace poesía, pues entre libros vivió, y con la poesía sintió como sienten los poetas. Es libre. Le imagino llegar hasta Santiago, también a Jerusalén, y a todas partes a la vez.  Admiro su vuelo, lo envidio a su vez. Ya no escucharemos sus opiniones en las reuniones de Junta de esa asociación por la que tanto hizo, o quizá sí, en Amigos del Libro se han quedado muchas páginas por leer de lo que él guardaba en su zurrón de peregrino por un mundo mejor. No se moverá su silla en el círculo de camaradas ni su voz quedará sin eco. Ojalá, en la duermevela del tránsito recitara un poema a Ana. Uno se esos poemas de amor con los que tanto supo declararle el suyo incombustible…

   Un soplo del ventilador sobre un lirio blanco ha movido el borde del sudario. Es tiempo de dejarle que viaje. ¡Buen viaje, José María Hernández de la Torre, compañero!

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