El límite de lo posible, la utopía y la política / Esteban Villarrocha


Por Esteban Villarrocha Ardisa

       En mi trayectoria vital he comprobado que mantener vivas las utopías igualitarias se hace imprescindible para ejercer la política, aunque sé que estamos condenados, como Sísifo, a llevar la pesada carga de las mismas hasta la cumbre de la montaña una y otra vez.

    Admito que he descubierto que, en esta escalada permanente, la persistencia no es inútil. Cada vez que dejo caer desde la cima de la montaña la pesada carga de las utopías igualitarias, compruebo que estas estaban impregnando el camino de argumentos, cuando vuelvo a  subir, el ascenso se hace más corto, consigo ampliar el límite de lo posible.

   El límite de lo posible es aquello que podemos y debemos conseguir haciendo política, es entender y poner en marcha el objetivo principal de la actividad política, que no es otro, que la consecución del bien común. Ahora bien, al límite de lo posible solo podemos llegar propiciando el acuerdo entre gentes inteligentes que dialogan sobre la convivencia entre diferentes. Por eso, agotar todas las oportunidades para alcanzar el límite, es volver a poner en valor el acuerdo, el ágora, la participación, la ética, la transparencia, permitiendo el libre enfrentamiento entre proyectos e ideas para conseguir la práctica plausible del quehacer político.

   Hacer política es progresar, hacer aprendiendo, resolver conflictos con el único ánimo de mejorar, transformar y avanzar en el pacto social tan necesario para la práctica libre de la convivencia; hacer política es aplicar medidas para la mejora social que nos iguala y nos define como seres humanos civilizados. El buen ejercicio de la política no es instalarse en el dominio, es ampliar la hegemonía social entendida esta como la ampliación en el campo intelectual y social.

   Defender lo imposible en política es una tentación que anida en la cabeza de los políticos huecos, que se empecinan; lo imposible en política es la banalidad obediente, exagerada e irracional que conduce a la mediocridad del iluminado, a la secta fanática; lo imposible en política impide el ejercicio y desarrollo de la libertad, la igualdad y la fraternidad, conduce a fanatismos siempre retrógrados y conservadores que generan fractura social.

   Otra cosa muy distinta a lo imposible son las utopías, que por definición son lo inalcanzable y que alimentan el pensamiento crítico que nos permite tener futuro, llevar más lejos el límite, avanzar en logros y materializar deseos. Las utopías, para ser, necesitan la transversalidad, lo que llamamos hegemonía social. Las utopías nunca utilizan el concepto de dominio, intentan captar la adhesión de otros por medio de la expansión de una visión del mundo compartida, que permita que el limite de lo posible se amplíe y produzca cambios sustanciales en los modelos de producción para acabar con la desigualdad económica y social.

   Haciendo un repaso de la historia contemporánea contemplamos cómo las utopías igualitarias siempre impulsaron y ayudaron a generar avances en libertades y conductas, aunque en los últimos años, con la vulgarización y descrédito de la política, se están produciendo retrocesos enormes, acabando con esa sociedad del bienestar y la tolerancia tan anhelada y perseguida.

   Tony Judt, en su libro “Algo va mal”, analiza la historia de las sociedades occidentales que, desde finales del siglo XIX y hasta la década de los setenta del XX, se volvieron cada vez menos desiguales, gracias a la tributación progresiva, los subsidios del gobierno para los necesitados y la provisión de servicios sociales y garantías ante situaciones de crisis y de necesidad. Es cierto que siguió habiendo grandes diferencias, pero se fue extendiendo una creciente intolerancia a la desigualdad excesiva. La sociedad se impregnaba de los valores que impulsaron las utopías igualitarias desde principios del siglo XIX, el límite político de lo posible se ampliaba. En los últimos años hemos abandonado todo esto. La movilidad intergeneracional se ha roto. Al contrario que sus padres y abuelos, los niños y niñas tienen hoy muy pocas expectativas de mejorar la condición en la que nacieron. La fractura social parece irremediable.

   Por eso, continúo insistentemente subiendo la montaña, porque estoy seguro que un día, el límite de lo posible serán los postulados de aquellos que perseguían las utopías igualitarias. Sísifo será liberado, la política habrá ganado, pero inmediatamente volveré a reivindicar lo inalcanzable, como decía Kavafis: “Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia, entenderás ya qué significan las Itacas”.

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