El desgarro de la copla / Dionisio Sánchez


Por Dionisio Sánchez
elpollo@elpollourbano.net 

   He de confesarme amante profundo de la copla española.

    Cuando ya todo está perdido, cuando todo sale mal y la línea del  horizonte se quiebra como un serrucho, nada tan balsámico como escuchar una copla cantada con el arte y el corazón que sus intérpretes clásicos siempre le han sabido poner.

   En uno de mis últimos viajes  camino de mis pequeños  campillos de garbanzo pedrosillano que ahora estoy preparando , harto ya de tantas noticias insistentes y repetitivas que salían de  los altavoces de la radio, coloqué en ella una “memoria” que la noche anterior había grabado con canciones de mi admirada Marifé de Triana a quien había olvidado, desgraciadamente, durante más tiempo del debido. La grabación la había realizado a través de una página pirata de internet  ( rusa… ¡asómbrense!), que me habían recomendado y  a velocidad del rayo por temor a ser descubierto por los robotes siempre vigilantes de la red, fui marcando y marcando canciones que fueron cayendo sin pausa a la zona de descargas del ordenador  . Y lo cierto es que casi todos los títulos me sonaban porque mi colección en vinilos (singles y elepés) es extensa en la obra  de la burguillera.

    Y mientras cruzaba el barranco de la Junjullería, a través de la autovía Ágreda-Soria, saltó una melodía que me dejó petrificado, paré la música y me obligué a desviarme y entrar camino de la villa, paré en el arcén , respiré y volví a escuchar el desgarrado canto de la tonadillera.

  María Felisa Martínez López, que vivió su infancia en el populoso barrio de Triana, y del que tomaría su apellido artístico, lanzaba al aire estos lacerados versos:

Aunque nacieras de nuevo 
en el vientre de tu madre
y el papa santo de Roma,
de nuevo te cristianase,
los besos que yo te dí
ya no te los quita nadie

   No podía salir de mi asombro, salí del coche, fui al maletero, abrí la nevera y le quité la chapa a una botella de tercio de cerveza mientras la coplera seguía a voz en grito:

Anda y quítate mis besos.
Date alquitrán y vinagre.
Busca otros besos que pongan
en los míos antifaces
Y ¿qué vas a conseguir, di, di?

    Y debo decirles que me atraganté y la espuma cervecera me salió por las narices. Y tuve que toser varias veces y volver a beber  porque la cantora  insistía:

Si habían de machacarte
y en polvo de tus huesos 
se notarían mis señales.
Si hasta el día en que en la tierra
con otra tierra te tapen
por encima del montón
mis besos, mis besos han de notarse
vivos aunque te hayas muerto.

    No pude más de emoción  y me senté  descuajeringado en el puro asfalto apoyando la espalda en la fría bionda cercana mientras apuraba el último sorbo de cerveza. La canción terminaba:

Los besos que yo te di
ya no te los quita nadie…

    ¡Cómo debieron ser aquellos besos incrustados a fuego en la boca del amante! ¡Qué babas cual lava debieron recorrer sus comisuras!

   Luego de pasado el mareo, volví a poner la canción y esta vez a todo volumen para que los mismísimos camioneros aparcaran sus vehículos y disfrutaran con el arte inmenso de la Marifé . Ya casi no me interesaba nada. Después de escuchar esta copla celestial basada en un más extenso poema del genial José Antonio Ochaíta, qué importan los estrecheguis con sus ridículos propuestas cinematográficas, o las desaboridas  iniciativas  teatrales de las trasnochadas estaciones locales, o los bebés bailando danzas zulúes para regusto de los carballeiras de pro, ni los voceríos de los núcleos duros y falsos de la cultura de la gusanera, ni la cháchara húmeda y chirriante de los poetas muertos que deambulan  por tertulias y corrillas buscándose cada cual la corona de laurel que nuca poseerán porque el aburrimiento de sus poemas matan a los vivos y hacen eruptar a los muertos, ni siquiera interesarse por  la vida y milagros de esa banda de correpelotas que llevan el león en el pecho como si fuera un gatos sarnosos huyendo de la “permetrina” con la que habría que sulfatarles ….

    Queridos amigos, compañeros y camaradas, vamos a intentar buscar un cobijo donde no aniden estos personajes excretores de tedio y hastío que quieren vivir a nuestro lado. Vamos a alejarlos dando oido esta pieza maestra ante la cual, si pueden y aún no les ha llegado una acumulación excesiva de líquido sinovial, deben escuchar de rodillas. ¡A caballo, yihíiii! ¡Salud!

https://youtu.be/dYQDLG6Md9I

El poema completo                                          

Los besos que yo te di

José Antonio Ochaíta

Aunque entres en una alberca
de agua fría y arrayanes
que tenga disueltas dentro
estrellas, columnas y aire.
Aunque te frotes después,
amontonando tu sangre,
con hilos recién hilados
que crujan al desdoblarse.

Aunque en vez de agua prefieras
pez, para purificarte
y entres en una cisterna
de hiel, de brea y vinagre,
de esas que funden troqueles
porque se tragan metales.

Aunque con buriles nuevos
Acuñen nueva, tu imagen
y un sayón bartolomeo,
piel, a túrdigas te arranque.

Aunque nacieras de nuevo
en el vientre de tu madre,
y el Padre Santo, de Roma
de nuevo te acristianase,
¡los besos que yo te di,
no te los limpiara nadie!,
que vas reluciendo besos,
pregonando su linaje,
brillando y obscureciendo
como una luna en dos fases,
que nunca mata el creciente
porque no quiere el menguante.

La saliva de mis besos
no se te pegó a la carne,
si se te hubiera pegado,
arrancarla fuera fácil
y pisotearla luego
– cosa de buenos amantes –
Pero no fue pegadiza,
no fue postura de traje
que en una feria se compra
y en otra feria se añade
y cuando pasa se cambia,
conforme pasa el paisaje
en un primero de mayo 
que no quiere sofocarse.

La saliva de mis besos
te cimentó la raigambre,
la respiraron tus huesos,
la comieron tus ijares,
te clareó las entrañas,
te hizo crecer y esponjarte,
como crecen y se esponjan
los chopos al agua fácil.

Lo canijo de tu vida
tuvo un apoyo de jaspe:
Mis besos! el hambre tuya
dejó de ser malas hambres
con mis besos! La ceniza
de tu horizonte sin cauce
tuvo su lumbre en mis besos.
Tu palabra sin engarce
tuvo gramática: besos!
que son más que besos frases
de un evangelio de sangre
con nuestras dos iniciales.

Ahora di: ¿que tienes tú,
que no lo hubieras tenido
unido a mis besos antes?
Eras cañamazo torpe,
hilacha que se deshace
y en mis labios tuve agujas
divinas para bordarte
de la camisa al pañuelo,
desde el tuétano a la carne.
Que tú eras humo dormido
que no acierta a despejarse
y yo te mostré un joyel
en ese fanal de besos
altos, tersos, tiernos, graves
y dentro de él reluciste
– tú que eras tristeza mate – 
como reluce una hostia
que acaba de consagrarse,
que es pan y no es pan
porque su harina divina
se amasó de eternidades.

Anda, ¡quítate mis besos!,
date alquitrán y vinagre,
entra en un río de greda
o en una selva de sables,
busca otros besos que pongan
a los míos antifaces.
¿Que podrías conseguir?
si habrían de machacarte
y en el polvo de tus huesos
estarían mis señales.

El agua se irá burlada,
la lumbre quemará en balde,
se mellarán las navajas,
caerán las caretas fáciles,
te señalarán cien dedos
– la diana de los cobardes –
te gastarás en mentidos
esfuerzos por escaparte
y aún allí estarán mis besos
fundidos a tu raigambre.

Y hasta el día en que la tierra
con otra tierra te tape,
por encima del montón,
mis besos han de notarse:
vivos, aunque te hayas muerto,
nuevos, aunque tú los gastes,
calientes aunque te enfríes,
verdad, aunque los negaste,
para que Dios te conozca
por lo bizarro del traje
y sean los besos míos,
al cabo, los que te salven.

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