De la dignidad / Pepe Cerdá


Por Pepe Cerdá
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Hemos entrado a la vez en un café de Bedous. Son una pareja de mediana edad. Seguro que españoles, casi seguro que de Zaragoza o de Pamplona. Les delata su ropa,su calzado y su actitud. Van vestidos con lo que venden en la planta de “sport” del Corte Inglés.

La ropa está tratada con esa pulcritud provinciana tan difícil de imitar. Está demasiado limpia para ser ropa de montaña. Se nota que en verano la meten recién lavada en bolsas de plástico a la espera del próximo invierno. Ellos creen que no se les nota, que parecen de la clase que pretenden emular, pero no lo consiguen. Creen que Emidio Tucci es el colmo de la discreta elegancia masculina. Casi seguro que son funcionarios, o, quizás, empleados de banca aún sin intervenir. No parecen temer el perder su puesto de trabajo inminentemente. Sus ingresos se han reducido un poco, pero habían sido previsores y no se metieron en grandes deudas. Ponen un determinado gesto en su cara al entrar al bar que se puede traducir por: “somos muy dignos, tenemos una posición que nos permite pasar éste fin de semana en nuestro apartamento de Villanua y luego hacer una escapadita Francia, a comprar queso”. Pero no se sienten seguros del todo en elextranjero. Aunque sea un extranjero que apenas dista treinta quilómetros de la frontera.

Se les ha notado su inseguridad por el modo en el que han mirado a los “tardohippyes que poblaban el café “, ella se apretado un poco más el brazo de su marido, él, haciéndose cargo de la situación, ha pronunciado por debajo de su bigote recortado con exactitud esta frase: “Garçon, sil vous plait,deux cafés au lait”. Sin caer en la cuenta que la camarera no es un “garçon” y que hace más de cuatro lustros que en Francia no se emplea la palabra “garçón” para llamar a un camarero. Pero así lo estudió en los Escolapios hace siete lustros. Aún conserva en su pulcra biblioteca el método Perrier para estudiar Francés. Camarero: garçon.

Se han sentado a mi lado y se han puesto a hablar entre ellos en la seguridad de que nadie en el café podía comprenderles. Se han quejado del precio del café y han empezado a comparar el café con uno español. Que si estaba más sucio, que si los hippies fumaban aún estando prohibido, que si la carretera está peor en Francia, etc.

Se han ido enseguida. Se han montado en un pulcrísimo todo terreno que no había rodado jamás por un camino y han vuelto a la seguridad de su apartamento.

Me han llamado la atención porque es una de las pocas parejas que he visto últimamente a los que la crisis aún no les ha golpeado en sus gestos y en su actitud. La mayoría ya no pisa tan fuerte, ya no está tan segura de su posición. Ni siquiera los ricos. Puedo notar en las miradas que ya no es como antes, y que ya nunca será. Esta pareja aún no sabe que se está planeando acabar con sus ahorros por medio de impuestos, multas, tasas o sanciones, o por el padre de todos los robos: la devaluación. Se imprimirán tantos billetes que los suyos, los guardados, valdrán la mitad, con suerte.

 

Pero aún no ha ocurrido y lo que les preocupa es que se fume o las carreteras francesas, benditos sean

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