Cuando los diablos eran decentes / Guillermo Fatás


Por Guillermo Fatás
Catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Zaragoza
Asesor editorial de Heraldo de Aragón

Un hombre virtuoso llega a papa y, cuando todos creen que es un pontífice ideal, renuncia a la tiara  y se retira a una ermita hasta el fin de sus días. No es la historia de Joseph Ratzinger, papa emérito Benedicto XVI, pero se le parece mucho y ocurre en una novela escrita en España…en el siglo XIII.

Cada vez que hay que elegir papa, la prensa acude a los archivos para informar al lector de los antecedentes. En esta ocasión, no lo hay ni del nombre Francisco, ni del continente de procedencia, ni de la insólita condición jesuítica del obispo de Roma, dado lo que suele predicarse del espíritu ignaciano y fundacional, que recomienda rehuir las dignidades eclesiales.

La historia que les cuento tiene el mérito añadido de ser inventada, en una época en la que aún era más extraño que hoy imaginar a un papa dimisionario. La invención, obra de un sabio clérigo mallorquín, es muy anterior a la “profecía” de san Malaquías, editada en el siglo XVI. Este papa imaginario que renunció al trono se llamó Blaquerna –no Blanquerna-  y fue creado por el prodigioso talento de Ramon Llull –Raimundo Lulio-, uno de nuestros escritores más sobresalientes y prolíficos, aunque tan descuidado por los modernos  que ni siquiera su obra  está traducida entera al español. Llull, espíritu audaz y cultivado, se manejaba indistintamente en catalán, latín y árabe y, pragmáticamente, usaba la lengua más adecuada en cada caso para su propósito.

En la que algunos consideran la primera novela medieval, Blaquerna, una vez papa, emprende la reforma de la Iglesia, que la necesitaba mucho –y cuándo no-, y voluntariamente se retira luego a escribir meditaciones. Es como si propusiera un modelo de conducta que en toda la historia posterior solo ha tenido dos imitadores, si se excluyen los casos de coacción y violencia. Es notable que, al poco de escribirse la novela (1289), dimitió el papa Celestino V (1294), el primero  del que, con certeza, se sabe que lo hizo por propia voluntad. No había leído a Llull.

La obra más entretenida de este hombre excepcional  es el “Llibre de Meravelles”, un libro que contiene otros diez. Empieza con el Libro de Dios y termina con el Libro del Infierno. En medio, trata de las plantas, los animales , el hombre y demás cosas del universo. Hay gran cantidad de anécdotas  amenas, ejemplos y casos, destinados a instruir moralmente al lector.

O Llull es muy moderno o nuestros actuales problemas  son muy antiguos, aunque vistan ropas nuevas. Por ejemplo, censura los grandes edificios costosos e inútiles: la mansión de un rico mercader, enorme y vacía, fue incautada por el rey. Preguntado por qué, adujo que no había razón para que “nengun edifici estigués ociós”. Es como si Llull pensara en ciertos pabellones de la Expo y en los pisos sociales para deshauciados.

Otro que tal es el ávido banquero. Dios “li havia donat tants diners”, pero negó una pequeñez a quien la necesitaba. Despachó al pobretón con “paraules villanes y mal ensenyades” (Llull no aclara si se comportaba mejor cuando ofrecía “preferentes”). Dios dispuso su muerte de modo que su fortuna se repartió haciendo “a molt hom, molt de bé”, mucho bien a muchos. Justicia de otro mundo.

Otra historia es la de un sabio eremita, feliz en su contemplación de Dios, que fue invitado a casa de un obispo mundano, ajeno a “la pobresa de Crist e dels apóstols”. Vuelto a su retiro, vivió desde entonces fastidiado, pues tras la experiencia ya no fue capaz de “contemplar Déu tant bé com solia”. Qué agudeza la de Llull, tal es el poder devastador del mal ejemplo de los jefes desvergonzados: te vuelve escéptico para siempre.

En fin, otra observación refinada es que el mayor castigo del demonio es su gran inteligencia, ya que, cuanto más comprende lo que hace, más se percata de que es perverso; y saberlo, precisamente, es su pena más dolorosa.

Se ve que, en los tiempos lejanos de Lulio, los diablos eran decentes y tenían más vergüenza que muchos poderosos de ahora.

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