Por Manuel Medrano
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Si para algo pueden servir las crisis sociopolíticas y económicas es para desempeñar un papel similar a la selección natural.
Cierto es que la Humanidad ha cambiado, y mucho, esas normas habituales por las que la Naturaleza selecciona a los más fuertes, creando cambios adaptativos y permitiendo la pervivencia genética de los más adecuados para las condiciones en las que hay y habrá que sobrevivir.Pero, permítaseme la licencia, puede que en el campo cultural estemos en pleno proceso de evolución de las “especies productivas de Cultura”.
En mi opinión, la interacción entre una fuerte crisis económica y la esclerotizada estructura social y política de muchos países occidentales, no adaptada a los tiempos y a las nuevas tecnologías ni, tampoco, a la exigencia de una democracia más participativa, está afectando especialmente a la supervivencia de los fenómenos de expresión artística y cultural y al mantenimiento de la innovación en esos ámbitos.
Si gravamos con impuestos elevados el consumo cultural (IVA del 21%, de efecto acumulativo), sumamos a ello una contracción en el público por sus mermadas capacidades económicas (o por el miedo a lo que venga), eliminamos incentivos a la creación (premios para los nuevos valores y estímulos para los emergentes) y se minimizan o desaparecen totalmente los apoyos a los eventos profesionales (generadores de negocio cultural e internacionalización de nuestra producción), conseguimos un panorama particularmente desértico en el que sólo sobreviven algunos oasis. Que, por cierto, tampoco durarán eternamente.
Hoy por hoy y aquí, nada existe sin la ayuda pública. Ayuda, en este caso, no tiene porqué ser subvención, puede ser inversión o apoyo en especie: infraestructura, publicidad, etc. Estados Unidos, Inglaterra y otros referentes de la política liberal sí invierten fondos públicos en Cultura, y facilitan el acceso a mecenazgos privados desde la gestión institucional, sin lanzar sistemáticamente a los colectivos o creadores a la búsqueda de fondos por su cuenta y riesgo. Para eso algunos ya se valen por sí solos, pero ahí no hay selección, hay influencias que nada tienen que ver con el valor objetivo de una producción intelectual.
La culpa de la situación en la que estamos, ciertamente, la ha tenido en parte la tendencia al pesebrismo y la división en “miístas y otristas” (los míos y los que no están conmigo, que están contra mi), así como el pasteleo que alcanza niveles elevadísimos en las culturas latinas, como la nuestra. Fenómenos convergentes que han llevado en ocasiones, junto a la complacencia y el interés impropio de algunos gestores culturales institucionales (comisarios políticos de hecho) a la elevación de auténticas horteradas y bodrios a los máximos niveles de referencia cultural. Cosa que el común de los ciudadanos no ha avalado, pero aunque fuesen los que pagaban con sus impuestos buena parte de la juerga, daba igual.
Sin embargo, ni todo el panorama está “trucado” ni la necesidad de cambios justifica liquidar el tejido productivo cultural, por muchos tumores que albergue, salvo que queramos favorecer una metástasis en el siguiente ciclo político, que será radical por reacción.
Siguiendo con el anterior ejemplo de la Naturaleza, observamos hoy un incremento notable de la incorporación de ciudadanos a la producción o la representación artística: pintores y escultores, fotógrafos, creadores audiovisuales, grupos de teatro, orquestas, escritores, etc. El proceso evolutivo (tomad a broma este determinismo) hace que en un momento de crisis del entorno florezcan muchas opciones, como forma de ver qué cambios y mutaciones se adaptan mejor a las nuevas condiciones del medio y podrán sobrevivir y perpetuar la actividad cultural.
Pero, aun con esta explosión de “formas de vida que generan Cultura”, un cataclismo puede terminar con toda esperanza. Un desastre o la acción combinada de varios como la indiferencia, la insensibilidad, la incomprensión, la búsqueda intencionada de la barbarie, o el total desconocimiento de lo existente y de lo que, actualmente, está evolucionando.
Por ahora, lo único que se puede hacer es resistir, sobrevivir. La aptitud para la resistencia es un valor determinante siempre. Veremos hasta dónde llega y espero sinceramente que, en el caso de la Cultura, alcance elevadas cotas de capacidad adaptativa y mejora de las condiciones de desarrollo en nuestro propio “ecosistema sociopolítico”.