Teatro del Absurdo / Eugenio Mateo


Por Eugenio Mateo
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Asistimos cada día a representaciones de nuestra sociedad que se pueden incluir sin duda alguna en el mejor Teatro del Absurdo. Nada nuevo para ojos avezados como los de Ionesco o Beckett pero confusión para la mayoría de nosotros, espectadores o actores, a los que la vida se empeña en demostrarnos que siempre hemos estado solos ante las miserias de nuestra razón.

Es como si la locura se hubiese instalado en costumbres, actitudes y valores cotidianos pervirtiendo el crucial concepto de sensatez que  permite discriminar entre lo bueno y lo malo. Tal parece ser a la vista de los hechos.

Producto de este frenesí es por ejemplo el eructo que suelta una ínclita comparando a los que protestan por los desahucios con ciertas tendencias filoterroristas. Curiosa manera de lanzar pelotas fuera como estrategia política.

El ejemplo de cómo el Sistema decide que nuestro dinero es suyo sin importar a quien pueda interesar, en flagrante desprecio a la propiedad privada, fundamento en el que casualmente está basado. La placa de sheriff  ampara el poder del forajido.

El intento descarado de vuelta al nacionalcatolicismo en el que se involucran a todos los medios para la difusión hasta el hartazgo  del boato de la púrpura vaticana como si la Iglesia no estuviese necesitada de cambios. El viejo truco de la Fe que mueve montañas.

El timo de la estampita que se nos presenta tras cada esquina para cambiarnos un voto por un garbanzo sólo demuestra que no hay timador sin timado.  El garbanzo siempre esta “cucado”, expresión rural que define a las legumbres con bicho.

Tanto sinvergüenza trincando, tantas ideologías con un solo ideal, tantos queriendo hacer lo mismo, tantos fans del becerro de oro, tantos inocentes por falta de ocasiones. Hay quien dijo que el dinero no lo es todo sin avergonzarse de su mentira.

El rapto de Europa no se perpetró por un dios convertido en toro sino por los circunspectos varones con trajes de sastre demodé que juegan al monopoly con billetes falsificados y fácilmente falsificables en imprentas caseras. Nunca los ineptos mandaron tanto en la feliz secuestrada.

Ponerse enfermo tiene riesgo añadido en las procelosas listas de espera. Con un poco de suerte volverán  la leche en polvo y el queso de lata a las escuelas  con comedores sin presupuestos. Los ancianos cuestan un poco más a sus familias. La educación se olvida de la filosofía. Las nuevas tecnologías sólo pretenden hacernos robots clasificables. Afortunadamente, todos los que se emocionan ante los pasos de la semana santa que no salen por culpa de la lluvia pueden dar clases magistrales sobre la imaginería española del XVII.

¡Qué locura!

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