Sálvese quien pueda / Carlos Calvo


Por Carlos Calvo

Dice el filósofo Gaston Bachelard que “todo conocimiento es una respuesta a una pregunta”.  Y añade: “Si no ha habido pregunta, no puede haber conocimiento. Nada funciona por sí mismo. Nada viene dado. Todo es construido”.

Al hilo del pensador, les propongo, amables lectores, un ejercicio que es mucho más que un juego: ustedes, además de lo que sigue, ¿qué preguntas harían a los responsables de la cosa política? A mí, particularmente, me inquietan las siguientes cuestiones. Hay otras muchas, evidentemente, pero tampoco es plan el hacer un comentario interminable. Me hago, pues, estas preguntas en tan solo lo que dura un café. Y aunque me acusen de convertirme en un especialista en lanzar preguntas sin ningún ánimo de responderlas, allá voy.

 

¿Tienen razón de ser las diputaciones? ¿Deben mantener las comunidades autónomas su centenar largo de embajadas u oficinas comerciales? ¿Se puede prescindir del senado? ¿Podríamos reducir o limitar el número de parlamentarios por cámara autonómica? ¿Podemos extender esta limitación a los municipios en cuanto a concejales? ¿Es lógica la existencia de entidades municipales descentralizadas? ¿Por qué se ha convertido la confianza en el estado de bienestar en desesperanza? ¿Es posible detectar las mentiras de modo fiable? ¿Quién no ha disfrutado alguna vez de unas mínimas chuletitas de cordero hechas al sarmiento? ¿A dónde van los patos de Central Park cuando el lago se hiela?

¿Ninguna crisis es como las anteriores? ¿Cuándo empezó el secuestro, ahora que se habla del rescate? ¿Franco nos fastidió la juventud y la democracia nos ha fastidiado la vejez? ¿Quiénes son los verdaderos secadores de la vaca? ¿Por qué se recorta a los jubilados, que ganan escasamente para vivir? ¿Están imitando algunos al cruzado salvador de España que mataba a muchos presos de hambre e inasistencia médica? ¿Hambre para hoy, pan para mañana? ¿Cómo será España postcrisis? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? ¿”Adónde” se escribe junto o separado?

¿Por qué cada mañana el mundo entero se levanta pendiente de la felicidad o la angustia de los mercados? ¿Hasta cuándo consentiremos que la política esté sometida a los poderes económicos? ¿Por qué la crisis provoca más pobreza a los pobres y más riqueza a los ricos? ¿Es que nadie va a parar la avaricia de los bancos? ¿Piensan los enchufados de serie que las farmacias, las librerías o resto de proveedores tienen que seguir financiando las mentiras que a diario esconden la insolvencia e inutilidad en la administración de los recursos públicos? ¿Por qué la política y los políticos debaten sobre temas que no son prioritarios ni interesan a los ciudadanos? ¿Falta inteligencia y sobran maniobras de distracción? ¿Ha perdido la política la iniciativa porque no puede resolver los problemas que perturban a millones de ciudadanos? ¿Por qué muchas de las cuestiones que afectan directamente a los ciudadanos perjudicados por la crisis no merecen la atención mayor? ¿Qué diferencia hay entre ciudadano e individuo? ¿Somos ciudadanos de usar y tirar? ¿Quién es Bauman?

¿Quiénes son los morosos? ¿Aquellas personas sin empleo y sin vivienda que no pueden pagar sus deudas por culpa de un gobierno, unas empresas y una banca, o aquellos culpables de la crisis y que se están lucrando de unos recortes e impuestos sin precedente a las clases medias? ¿Cómo puede ser que mientras el paro empobrece a uno de cada cuatro españoles los empresarios y los banqueros sigan teniendo enormes beneficios y sueldos millonarios? ¿Habrá que pensárselo dos veces antes de repetir que esta es una crisis del capitalismo, cuando les va muy bien, si los ricos son cada vez más ricos mientras los pobres cada vez más pobres?

¿Cuánto tiempo puede aguantar en el gobierno un partido bajo sospecha? ¿Y cuánto tiempo necesita para dejar de serlo? ¿Cómo creer en una democracia representativa si millones de ciudadanos no se sienten representados en ella? ¿Hasta cuándo seguiremos en manos de quienes se aferran al mando y lucen a diario su incompetencia, incultura y afán de poder? ¿La democracia significa cuatro años de cheque en blanco? ¿No se está convirtiendo el silencio en una complicidad dolosa? ¿Por qué el padre del cuento calla ante la injusticia? ¿Qué relación hay entre el gran mundo de las finanzas y una vida pequeña? ¿Habrá que recordar, una vez más, que la crisis tiene causas y tiene consecuencias, responsables y víctimas?

¿Existe el peligro de asumir la corrupción como una rutina, haciendo populismo con la idea de que todos los partidos son igual de corruptos? ¿Hay que acabar con todos los partidos si hay que erradicar la corrupción? ¿No ha sido todo una “política asesina” del robo, los desahucios y la pobreza? ¿No estuvo dirigida la transición por las élites del franquismo para perpetuarse? ¿No es cierto que en apenas cuatro décadas, socialistas y populares se han alternado en el gobierno del estado y se han dedicado a crear un emporio particular de enriquecimiento propio, con sucursales menores en ayuntamientos donde la burbuja inmobiliaria, mientras duró, dio fortuna a más de un sinvergüenza travestido de político? ¿Son conscientes los políticos de su perfecta incompetencia para ganarse la vida en otras actividades menos áureas? ¿Son los partidos españoles autómatas delictivos y solo una completa regeneración constitucional podría cortarlo? ¿Robar en beneficio de una institución cuyo teórico objetivo es el de representar al ciudadano es el crimen más grave que puede ejercerse contra una sociedad moderna? ¿Hace piña el sistema corrupto con sus delincuentes? ¿A quién y a qué precio representan los partidos políticos? ¿Por qué, dicen, descendemos del mono si estamos hechos a imagen y semejanza de dios?

¿No lleva la política española demasiado tiempo enfangada en una cochiquera democracia que a nadie sorprende que con tanto cerdo ibérico se produzcan tantos chorizos? ¿No es la crisis producto del esclerotizado sistema político?  ¿Se podrá salir de ella sin profundas reformas que revitalicen la democracia? ¿No es desolador el espectáculo de la corrupción de los grandes partidos? ¿No son verdaderas cajas negras cuyo interior se desconoce? ¿No funcionan de forma absolutamente opaca, con una estricta jerarquización de arriba abajo y sin los más mínimos elementos de control o de crítica interna? ¿Se puede combatir la corrupción y conseguir que los gobernantes sean competentes y eficientes si no hay una reforma radical de los partidos? ¿Es la crisis el problema? ¿No es la incapacidad para afrontarla de unos dirigentes que se deben mucho más al partido que a la sociedad? ¿No es perversa y escandalosa la falta de exigencia de responsabilidades?

¿Qué pasaría si miles y miles de clientes de cajas y bancos se cabrearan y retiraran las nóminas, los ahorros y cerraran las cuentas? ¿Por qué cuando la gente pide diálogo, pacífica y civilizadamente, se les contesta con represión policial y con querellas? ¿No se dan cuenta que los consumidores han mostrado reiteradamente su fuerza cuando se ponen de acuerdo en boicotear un producto? ¿Falta una situación un poco peor para que la gente reaccione? ¿Por qué la gente se mantiene en un silencio en el que no debería estar? ¿Qué ocurrirá cuando desaparezca la economía sumergida y el colchón familiar? ¿No es la gente miedosa y los medios de comunicación consiguen  que la gente no salga de ese miedo? ¿Por qué se rompe el estado de bienestar y no se hace pagar a los defraudadores, fundamentalmente grandes bancos, grandes fortunas y grandes empresas? ¿Hay algún dato para el optimismo?

¿Qué se pretende con las llamadas “medidas anticorrupción”? ¿No intenta el poder político proponer a la desesperada estas medidas con el único propósito de disimular los escándalos de sus partidos? ¿Por qué no les cuentan al juez todo lo que saben y luego dimiten? ¿No es cualquier otra medida una pantomima, un reírse de los ciudadanos a su cara? ¿No confesarían las fechorías de sus partidos para financiarse ilegalmente si tuvieran algún interés en acabar con la corrupción y en activar la regeneración democrática? ¿No crea desconfianza política la sistemática mentira con que algunos líderes insisten en negar la evidencia como si creyeran que somos imbéciles? ¿No es cinismo cómo unos se tapan a otros, conocedores de las miserias del adversario, y callan para que los otros también callen? ¿No es resultado todo, al fin y al cabo, de unas insultantes maniobras de distracción para poder continuar robando? ¿Alguien se imagina a una empresa privada manteniendo en su puesto a un contable sospechoso de robarle?

¿Mienten las encuestas cuando revelan que quienes deberían ser la solución son para nosotros el auténtico problema? ¿Dónde están los políticos honestos? ¿El silencio de los posibles honestos los convierten en cómplices? ¿Perdonamos los ciudadanos esta complicidad? ¿No tienen los políticos que se autoproclaman honestos la obligación moral, social y política de liderar la lucha contra la corrupción? ¿En manos de quién estamos? ¿Quién se sirve de lo aparente como indicio de lo oculto? ¿Quién, a fuerza de empujones, desde las alcantarillas, fue trepando posiciones, solapada, encubiertamente, pisando reputaciones y rezando avemarías? ¿Quién exige sacrificios, renuncias, padecimientos, inmolaciones, suicidios, mientras triplica su sueldo, trajina el que no declara y se monta una piscina? ¿Quién puso tanto la mano que ya su mano es un cuenco o dos cazos, cuentas en blanco y en negro, amores a fuego lento y alguna casa escondida? ¿Por qué las putas insisten en que los políticos no son sus hijos?

Sí, ya sé que a usted, desocupado lector, se le ocurren muchas más cosas que se les podría preguntar a los responsables de la cosa política. Con que nos contestasen con cierta enjundia y sin echar balones fuera a la mitad de las cuestiones arriba planteadas, tendríamos titulares para toda la temporada. Y es posible, también, que, si esas respuestas fuesen las correctas, bajara, incluso, la prima de riesgo. Ya lo advierte el filósofo: “Todo conocimiento es una respuesta a una pregunta”.

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