Por María Dubón
Nos preocupamos por cosas irrelevantes, por detalles sin importancia. Cuidamos obsesivamente nuestro cuerpo a fin de que se corresponda con el canon estético actual. Nos esforzamos por aparentar algo que no somos, aquello que nos agradaría ser… Y descuidamos lo que realmente es esencial para los humanos: el amor.
El amor es el principal alimento del hombre, el combustible que nos mueve y nos da fuerzas para vivir. Sin embargo, el amor no es un ingrediente habitual en nuestra dieta. ¿Cuántos besos de afecto damos y recibimos cada día? ¿Cuántos abrazos entrañables repartimos? ¿Cuántas veces percibimos el cariño sincero de los otros, y viceversa? ¿Cuántas escuchamos y somos escuchados?… Estamos hambrientos de cariño, malnutridos emocionalmente. Por eso la tristeza, la soledad, la melancolía, el aislamiento, la irritabilidad, la depresión, el desánimo, la falta de optimismo y de vitalidad nos acompañan.
Cuesta tan poco tener un detalle afectuoso con los demás: una frase amable, una sonrisa, un gesto de comprensión, pueden hacer maravillas. Son remedios sencillos para un mal endémico en esta deshumanizada sociedad que hemos creado. Pero demostrar cualquier sentimiento se considera una cursilería fuera de lugar, una muestra de debilidad. Éste es un mundo de gladiadores donde cada día salimos a la calle preparados para derrotar enemigos, no para ganar amigos.