La primera en la frente


Por Dionisio Sánchez

   De todos es sabido que si a un burro se le ponen un par de estrellas de cuatro puntas, al segundo rebuzno ya se cree general.

    Algo así ha pasado en nuestro Teatro Principal. Un grupo de ignorantes ha tomado el mando y no han visto mejor ocasión para dejar la caquita que avisa de su llegada que desmontar las extraordinarias butacas de su patio que fueron instaladas en 1940 y realizadas, ni más ni menos, que por la prestigiosísima firma zaragozana de Simón Loscertales  Bona que, entre otras cosas, llegó a ser proveedor de la Casa Real española y de un almacenico  situado en Brompton Road, una calle del barrio de Knightsbridge, y que se sigue llamando Harrod´s.

   Efectivamente, unas butacas que han aguantado culos desde entonces, seguramente se merecerían una renovación. Nada que objetar a su restauración e incluso los espectadores no hubiéramos puesto ningún “pero”  si  el retapizado se hubiera hecho con tela de mono de obrero (azul o verde, por supuesto) para estar más acorde con la filiación política de la que hacen gala nuestros actuales responsables culturales municipales.

   Pues no, señor. La ocurrencia fue mandar las sillas a cascala y colocar unas “modernas” realizadas por una empresa catalana que las va a poner  hasta  en un pequeño coliseo que la generalitat montará en Marte. Nada que objetar ni a que las empresas catalanas puedan amueblar  instalaciones en otros planetas  ni a que tengan brazos abatibles y consigan, según la empresa figuerense,  «mejorar el confort de los espectadores y su accesibilidad, integrando, además, una mayor funcionalidad que permita la adaptación del patio de butacas a la puesta en escena y requerimientos técnicos de las nuevas producciones contemporáneas». ¡Ja!

   Naturalmente, a nuestros comunes nada les ha importado que las butacas salieran de las manos de Loscertales, uno de los mejores artistas del mueble del pasado siglo XX, sino que, además y para mitigar conciencias calenturientas, los zaheridos pueden llevárselas a casa a  225 euros cada butaquita. ¡Hay que fastidiarse, camaradas!

    Pero si podemos empezar a objetar que con esta decisión propia de un gran cateto teatral nos hayan  jodido a púbico y actores el pasillo central del patio de butacas que formaba parte de la arquitectura teatral del Principal, pues cualquier medio aficionado al arte escénico sabe que el pasillo central sirve para que el actor pueda desfilar entre el público para desgranar sus cuitas cuando la escena así lo exija. Basta un cañón seguidor  situado en un palco para que el actor obtenga presencia principal entre la oscuridad de la sala. Así pues, ahora, los actores si quieren bajar al patio de butacas lo harán por las puertas laterales, en parapente, o habiéndose escondido entre el público previamente. Hemos convertido, pues, la caja escénica, en una suerte de jaula de zoo donde los actores deberán permanecer encerrados mientras el público les surte de cacahuetes  y es probable que el cerebro del bailarín casposo y anquilosado haya pensado en algún sistema eléctrico que descargue 20.000 voltios  sobre el actor cuando este se acerque excesivamente al proscenio. ¡Acojonante, camaradas y amigos espectadores!

   Si con esta incongruente decisión ya se ha visto la incompetencia de los responsables aún nos queda otra no menor. Un teatro es una unidad escénica en su conjunto, ni un bar, ni un restaurante, ni una pasarela para lucir modelitos en las presentaciones o ruedas de prensa. La gran intervención de Pérez Latorre, amén de las mejoras estructurales, fue dignificar los camerinos y los espacios propios de los actores y de sus equipos que hasta entonces parecían retretes cuarteleros. Ahí el arquitecto dignificó la profesión.  Los que han arrasado el patio de butacas… no. Y ha sido tal la falta de sentido teatral que han demostrado que ni siquiera supieron exigir a los butaqueros catalanes que los nuevos y modernos sillones cumplieran –como poco-  la situación acústica anterior  y, por tanto, no alteraran  la sencillísima ecuación de Wallace Clement Sabine, formulada a finales del siglo XIX a propósito de la reverberación que habría de tener el patio de butacas. ¡Vaya mierda de sonido que tenemos en el Teatro Principal! ¡Vaya mierda, camaradas!

  Y así, podríamos seguir y seguir y seguiremos. Como ejemplo, otro día, hablaremos del bar del ambigú que fue arrasado,  y que fue otro error digno de técnicos teatrales y responsables políticos que tienen caldo de cabezas en lugar de cerebro.  Y, por supuesto, de acomodadores que exigían que ese necesario cuarto de hora de pausa alrededor de un cubata que significaba el  “descanso”, les fuera pagado como hora extraordinaria ¡Andad a cascala, príncipes de la linterna y el acomodo!

    Y también, en este debú como coordinador circunstancial de la sección de Teatro del Pollo Urbano, hablaremos de las obras que se representan en él, de los grupos teatrales que las llevan a cabo y, cómo no, de los especímenes culturales que organizan su programación. Es decir, amigos y camaradas, que nos vamos a divertir comentando este maravilloso  mundo que es el Teatro. Aunque sea el nuestro…¡qué jodo!

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