Marruecos: Merzouga…El desierto de verdad

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Por Marta Notivol

   Dura ya un año mi vida en Marruecos.  La instalación en países no europeos necesita de más tiempo, pero de esto hablaremos en otro momento. Un año en el que ya he recorrido puntos emblemáticos de este país.

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Marta Notivol
Corresponsal del Pollo Urbano en Casablanca (Marruecos)

   Todos bellos, contradictorios y caóticamente ordenados. Pero es sin duda el desierto el que más se ha fijado en mi mente.

   Es fácil deducir el porqué del título. ¡Hay tantos tipos de desiertos!. Yo he conocido algunos lejanos, pero no es necesario, tenemos  nuestro Monegros bien cerca.  Sin embargo, mi concepto de desierto es el de arena anaranjada que he podido ver en Merzouga.

   Ya el viaje de aproximación merece una introducción. No solo por las maravillas que pudimos visitar sino porque parece que te va preparando el terreno hasta el objetivo final como si de una película se tratara.

     Así pues, de películas va la cosa, pues la primera parada interesante es Ouarzazate. Desde Marrakech unas 3 horas de coche. Antes de llegar a Ouarzazate hay que desviarse unos pocos kilómetros para pernoctar o pasear por la Kasbah Ait Ben Abou. Mantiene absolutamente intacto su aspecto original, a pesar de restauraciones inapreciables. En parte se conserva así de forma interesada, pues no son pocas las películas rodadas allí. Frente a esta bellísima Kasba daba vueltas y vueltas la avioneta en la que Michael Douglas y Kathleen Turner intentaban escapar.

      Junto con  los estudios de cine de Ouarzazate la lista de películas es interminable: Ali baba y los 40 ladrones, Lawrence de Arabia, Samson y Dalila, Indiana Jones, Cleopatra, Gladiator, Axteris y Cleopatra y más recientemente Juego de Tronos, son algunas de ellas. Todo ello aderezado con los decorados donde una piedra enorme la puedes lanzar con un dedo y un aire de nostalgia ante una industria en decadencia, pues es cada vez menos necesaria, lamentablemente, esta infraestructura con las nuevas técnicas cinematográficas.

    Continuamos el viaje y atravesamos Sekoura con su valle de palmeras serpenteando entre la aridez externa y volvemos a parar en una de las dos gargantas tan espectaculares como las de Dades o Todhga.

    Pero nuestro punto de mira va más lejos y a pesar de pasar por diversos lugares interesantes como los fósiles de Erfroud o el Rachidia continuamos hasta Merzouga, el tiempo apremia. Son dos días ya de aproximación.

    Mucho antes de llegar el paisaje se va transformando. Inicialmente vemos una zona muy árida,  con algún matojo y piedras negras que contrastan con la tierra blanquecina. Ya al fondo se divisan enormes dunas que provocan nuestra impaciencia.

   Cuando estamos en las proximidades de Merzouga el aspecto de desolación es tremendo, aunque francamente nada más lejos de la realidad. Pronto viene a nuestro encuentro Omar, como si hubiera sentido nuestra llegada, un guía que hemos contratado para poder disfrutar relajadamente del resto del viaje, ya que su experiencia hace que todo sea más fácil y placentero.

    Tras refrescarnos en una piscina de un hotel de la zona, preparar una bolsa con lo más imprescindible y tomar, como no, un buen té nos cita hacia las 5 y media de la tarde para iniciar la entrada a l’Erg Chebbi.

    El paseo no es muy largo, alrededor de dos horas. La belleza de la luz y del color de las dunas indescriptible, te sientes feliz, miras y miras y no deseas ni hablar, hay quien lo llama el síndrome de Stendhal, yo le llamo quedarme pasmada. A veces el viento lo sientes como una caricia pues el cálido color del atardecer te inspira suavidad. El pañuelo va bien en la boca, al estilo tuareg, pues al respirar humidificas la vías respiratorias. No hace frio, ni calor. El balanceo del dromedario relaja. Pierdes la mirada entre las marcas de la arena o de nuestras propias sombras cual estampa de Reyes Magos. Sabes que hay vida entre la arena, pero no la ves.

    Nos instalamos en un campamento con jaimas y alfombras y no pocas comodidades, unos rudimentarios lavabos, duchas y habitaciones individuales con cama. Cenamos sin saber muy bien de donde salen esos manjares, cantamos, tocamos percusiones, bromeamos y nos vamos a dormir.

     A la mañana siguiente hacemos un recorrido en un 4*4 por las dunas. Visitamos una familia nómada, que no resulta demasiado natural el encuentro, unas antiguas minas de plomo y el poblado de Khamilia. Este poblado, llamado de los negros, que ponen en valor con los visitantes su música y cultura, con la que pueden celebrar fiestas en las que no para música durante varios días y entran en trance para alejar los malos espíritus.

    Seguimos disfrutando de las dunas de hasta 170 metros y del aislamiento e iniciamos el camino de vuelta, después de comer en casa de Omar como si de unos amigos se tratara un delicioso couscous, tras las verduras de entrada y los dátiles de aperitivo. En el viaje de vuelta optamos por la ruta Midelt. Atravesamos el Alto Atlas, niebla, frio en el bosque de cedros y macacos son otro de los contrastes que encontramos pero por muchas cosas que hubiera en ese regreso, nada comparable con el poso que ha dejado en nuestros sentidos del “desierto de verdad”.

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