Italia: El hombre de la cámara

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Por José Joaquín Beeme

   A Mario Bernardo, comandante garibaldino, le llamaban primero Béla Kun (en memoria del transilvano que fundó el partido comunista húngaro) y luego Radiosa Aurora (por la novela de Jack London, amarga resaca de la fiebre del oro), pero no estoy en el cogollo piamontés para saber de sus escaramuzas con las SS en los picos del Brennero, o sus arriesgadas expediciones para desactivar minas a punta de bayoneta, sino para hablar de cine, del cine de los pioneros en la Roma febril de los nuevos realistas.

Por José Joaquín Beeme
Corresponsal del Pollo Urbano en Italia
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   En la guerra sus cuadernos repletos de reseñas comprometidas se los evaporaron sus padres, por temor a represalias, y en el maquis ni siquiera había manera de sacar fotos, una sentencia segura si te pillaban llevándolas encima, pero entre los mil oficios que le consentía la reconstrucción se entretendría en la Biblioteca Marciana de su Venecia natal, un autodidactismo de libro que, unido a la práctica constante de operador de cámara, le ha llevado a ser, muchos años, profesor de rodaje en el Centro Sperimentale di Cinematografia, donde ha tenido alumnos que han dado linfa a las más diversas cinematografías. Me cuenta de la Federiz, el Fellini productor gracias al respaldo financiero de Rizzoli, cuyo primer proyecto iba a dirigir Sonego, el dialoguista de Sordi y guionista de Il sorpasso, sólo que se pulió los dineros recorriéndose Inglaterra en Rolls sin filmar un solo metro de película: demasiado negra de carbón, aquella isla, no iba a impresionar el celuloide. Así que gran cabreo y llaman a ese chico tímido, poeta y también guionista, que quiere llevar al cine un argumento característico de sus novelas-lumpen: Accatone, pero los primeros rushes asustan, por su impericia, al mago de Rímini y todo queda en agua de borrajas. Será el comienzo de producciones azarosas e independientes, hasta que Mario, que ya había trabajado con Mastroianni y con Gregoretti, se cuela en Encuesta sobre el amor y en Pajarracos y pajaritos, siempre con su cámara al hombro y la sombra tutelar de Tonino delli Colli. Dejo para un próximo encuentro en Trento otras noticias, pero antes de despedirnos le pregunto sobre el documental lorquiano que vino a rodar con ayuda del PCE clandestino. Los pastores de la vega granadina, que le habían llevado al barranco fatal, le señalaron un montículo con flores, había incluso testigos directos de Falange, y de ahí habría salido un estudio anticipatorio de los Gibson, Beevor, Preston, sólo que su socio italiano remontó los rollos con vistas turísticas de Andalucía frustrando, por miedo o por conveniencia, la audaz empresa.

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