Italia: «Cuadros con alma dentro»


Por José Joaquín Beeme
Corresponsal del Pollo Urbano en Italia
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   La tecnología viene en ayuda del vídeoarte con sus pantallas planas, sus formatos panorámicos, su radiante hiperrealismo: cuadros vivientes que hacen hablar a las paredes.

 

   Con una diferencia de pocos días, he disfrutado de los místicos tableauxde Bill Viola (Villa Panza de Varese) y de los flamantes retratos de Robert Wilson (palacio Madama de Turín). Uno y otro en diálogo con las colecciones permanentes de dos museos, por su propia naturaleza, mudos, estáticos, por más que las piezas del conde Panza de Biumo propongan ilusiones ópticas de un cierto dinamismo con sus monocromos y sus neones. Una reflexión, en ambos casos, sobre el tiempo que se dilata y se riza sobre sí mismo (el cine de la duración, que diría Schrader, trasplantado a la imagen digital), sin progresión narrativa ni solución de continuidad. He ahí el artificio: no hay modo de saber dónde está la sutura del loop, lo que instala al espectador en una especie de eternidad del gesto, de la mirada. El dramaturgo tejano elige sobre todo a iconos de la pantalla (Depp, Rossellini, Buscemi, Pitt, Hayek) para sus VOOM portraits, donde también caben búhos nivales, puercoespines o panteras negras, mientras que los personajes del poeta neoyorquino son seres anónimos confrontados, agua y fuego, con las verdades últimas de la vida, paráfrasis del gran arte religioso del pasado (Pontormo, Caravaggio) o invención de una nueva ascética por gracia delultra-slow motion. Dos modos distintos de trabajar la imagen: Wilson desde su matriz performativa, espectacular, gay, autoirónica; Viola a partir de sus viajes del conocimiento, molturando sus experiencias espirituales con su mujer, Kira, en la sala de montaje. La paleta sobresaturada de aquél se torna en éste luces pastel que, antes o después, se amasan en negro noche. Mucha gente se arracima, ríe, corre, se hace fotos alrededor de estos perpetua mobilia, como imantada por el brillo del abalorio, que ni es fotografía ni es televisión, tampoco pintura, y menos escultura, del cine acaso un pariente lejano: pero todo eso junto, y más, se agita en el plasma retroiluminado. Una historia, por lo demás, de sobra conocida: la vieja dama Italia seducida, rendida, obnubilada por los aventajados muchachotes del West.

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