Por Carlos Calvo
Cuerpo de línea. Cuerpo curvilíneo. Cuerpo como ejercicio. Cuerpo de estilo. Cuerpos como ejercicios de estilo, limpios, minimalistas, afilados. Cuerpos austeros, como las virtudes de un concepto ceremonioso. El estilizado y pulcro cuerpo.
Cuerpo cotidiano, tranquilo y quieto cuerpo. Cuerpo que parece el cemento que mantiene el pulso. Cuerpo aparente, indolente cuerpo. Cuerpo agitado, turbulento. Línea de tormenta larvada, superviviente y deseada línea. Línea que quema, que desnuda, preñada de ruidos y preguntas. Línea sutil, inquieta línea. Línea de lo más delicado, de miedo, de disimulo, de delación. Líneas corporales de insomnios y amaneceres, equilibradas y sentidas. Cuerpos amables que nada dicen, hermandad que ni sirve ni salva. Asustada línea corporal de locuras, de resignación, de soledad. Débil cuerpo, el miedo como prefacio, el miedo como herencia, como eco encendido, como recuerdo sin encajar.
La línea es una manera de encantar. Los cuerpos buscan una identidad, de la misma suerte que tardaron siglos en aparecer dioses, ruedas, amor, culpa. Los cuerpos maduran, logran su esplendor y aceptan la biografía sin atestados. Nada es tan bello como los cuerpos que intentan sobrevalorar cada acción en el mercado de las justificaciones. La línea se forma en el eco de la caverna disfrazando cuerpos con alevosía. Llega el sabio y marca el compás. Y quita la costra para abrir la herida.
Líneas como voces que no envejecen. Líneas distantes, que nos apuntalan e iluminan. Líneas cuerpo a cuerpo como un duelo a espada. Cuerpos que se aman en la dialéctica de conocerse y dejar de hacerlo. Cuerpos, en fin, en la ambivalencia de entenderse y no entenderse, en la holgura entra la comunicación y la incomunicación, a la manera en que los latidos del corazón se expresan, ay, en su saludable vaivén del sí y el no. La afirmación o la negación de un ejercicio de estilo, pulcro e indolente, estilizado y sentido.