Por José Joaquín Beeme
Francisco y Gloria, Arturo de Córdova y Delia Garcés, vuelven a la atormentada pureza de su blanco y negro, tal como lo quiso la cámara de Gabriel Figueroa; a vivir una pesadilla de amor y celos..
…que sigue enroscándose sobre sí misma, ahora en resolución 4k, para regodeo póstumo del entomólogo Buñuel.
Vuelve Él a la vida este mes de abril, dentro del ciclo El Cine Reencontrado de la Cineteca de Bolonia, que en su sala Lumière ha programado también una selección de las películas mejicanas del maestro calandino. Y lo hace tras haber sido restaurada el pasado año en el laboratorio L’Immagine Ritrovata, con la ayuda del proyecto World Cinema de Martin Scorsese y la productora-distribuidora Les Films du Camélia, en colaboración con Películas y Vídeos Internacionales y la fundación Material World de George Harrison.
Buñuel sigue así (anteriormente fueron digitalizadas Un perro andaluz, La edad de oro, Los olvidados y Belle de jour) la buena estela de otros grandes cineastas cuyos archivos miman en la capital emiliana: Chaplin, Keaton, Leone, Pasolini, De Sica, Sordi… Desde sus cines Modernissimo y Lumière, o desde el festival estivo en la plaza Mayor, los expertos boloñeses trabajan cual “copistas en los monasterios medievales” para legar la belleza del cine a futuras generaciones: humilde símil que, en sintonía con el presidente Bellocchio, gusta de usar su director Ginaluca Farinelli.
Alcoriza y Buñuel guionizan en 1952 la primera novela de la escritora tinerfeña Mercedes Pinto, que antes de su exilio uruguayo-mexicano describió en una suerte de diario íntimo, con ribetes clínico-judiciales, un caso patológico directamente inspirado en su propio marido, un celosísimo cuanto neurótico capitán de la Marina del que huyó con sus hijos y al que hubo que encerrar. No en vano Pinto fue luego adalid del feminismo, execrando la minoría de edad en que las leyes mantenían a la mujer, y resuelta activista pro-divorcio.
Asistimos en la película a la caída de un ogro enfermizo en su castillo solitario, hora y media de celos compulsivos y delirio patológico: Lacan, que la vio en la Cineteca de París en una proyección especial para psiquiatras, la ponía como ejemplo de psicosis paranoica a sus alumnos de psicoanálisis. Deseo despótico, obsesión fetichista (¡esos pies, esos zapatos!), humorismo de sadiana memoria (una frustrada infibulación evoca Justine o La filosofía del boudoir), encorsetado catolicismo burgués. Mucho del propio Buñuel se cela en ese posesivo protagonista: ya platicó Alberti a Max Aub que su amigo Luis “escondía mucho” a su mujer y que “nunca se la presentó a nadie”, y la misma Jeanne Rucar (Memorias de una mujer sin piano) le tildaba de moro. Hay incluso un guiño al ojo tachado / sajado de su debut, cuando el monstruo de celos se apresura a enfilar una aguja en la cerradura de un supuesto mirón.
Talludo caballero puro y virginal, respetable patricio todo apariencia, heredero de caprichosa mansión con un acendrado (y litigioso) sentido patrimonial sobre cosas y personas, lo que le convierte en confesor-inquisidor, carcelero y torturador, Francisco Galván de Montemayor es el prototipo del maltratador sicológico y zurrador. Asocial en su distorsionada realidad narcisista: “libre de la maldad de mis queridos semejantes”, “me hace daño la felicidad de los tontos”, frases de soberbia misantropía que resuenan a un Fermín de Pas en su torre-vigía y anticipan, en su pulsión de abismos, la escena del campanario de Vértigo: Hitchcock, otro egresado de colegios jesuitas dominado por sus tics represivos.
Gran desafío, en fin, medirme con este tremendo documento de autoanálisis en la revisitación de la filmografía buñueliana que, con motivo del regreso de Él-Lui a la pantalla grande (gentil concesión del instituto boloñés), presento con mis amigos de Filmstudio el próximo otoño.