Hoy es siempre todavía


Por JJ Beeme

   Entusiasmado por la revuelta godardiana, Bertolucci regurgitó en su segundo largo todas las enseñanzas y los genes recibidos.

      Prima della rivoluzione lleva el reconocimiento al padre Pasolini (ese prólogo off sobre una Parma aérea, el gurú marxista Cesare / Morando Morandini), al padre Rossellini (el mítico manifiesto de Gianni Amico, coguionista: «¡No se puede vivir sin Rossellini!», fue añadido en estudio sobre un diálogo bastante banal), la punzante «nostalgia del presente» en contradicción con su voluntad de desclasamiento, el tributo a la Cartuja de Stendhal, a la cámara óptica del Fontanellato, la elegía por la naturaleza perdida en las paludes de Stagno Lombardo, el amor indisimulado por su actriz principal, una neurótica y valiente, por testimonial, Adriana Asti, homenaje esta vez a los personajes escindidos de Antonioni…

    La reciente masterización contiene un disco de propinas ejemplar, bien lejos de insulsos making of y retales de blockbuster. Una excelente serie de entrevistas a cargo de Giuseppe Bertolucci, cineasta grande apagado por el brillo del hermano, hace desfilar el magisterio de Pasolini (lo evoca Enzo Siciliano), el contexto nuevaolero (trazado por los profesores Aprá y Casetti), el maestro Morricone y su mesilla nocturna de ideas (semejante a la servilleta de versos que Petrarca colocaba bajo la almohada), el inicial desencuentro del aprendiz Storaro, la jeunesse dorée parmesana (burguesía traidora que ha recordado otro Bertolucci, Giovanni, y el protagonista, Francesco Barilli), la sintaxis partida y rabiosamente subjetiva (explicada por las especialistas Grignaffini y Albano), el post 68 de Marco Tullio Giordana (Maledetti vi amerò retoma la fiesta de l’Unità, pero en su resaca), un cine aún sin vicios televisivos (Bellocchio: I pugni in tasca) que han adulterado nuestra mirada, los cortes o depuraciones del director sobre la copia de trabajo… tantos y tantos estímulos de quien sabe de cine y a quienes lo aprecian, como arte legítimo, se dirige.

    Magno Bertolucci en esta sugestión de un tiempo joven preñado de mañanas: el prerrevolucionario será sin duda un estado del alma, porque cuando la idea se realiza cae siempre su corola de belleza, la vida dulce que añoraba Talleyrand.

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