Asfixiante Fincher


Por Don Quiterio

  La sala 4 de los cines Palafox de Zaragoza ha programado un ciclo, en versión original subtitulada en castellano, dedicado a la filmografía del reputado David Fincher, director y productor estadounidense que se inicia en los spots publicitarios…

…y también en los videoclips (algunos de ellos para Madonna). Un realizador que tensa el cine como Ulises su arco, que asimismo ha estado detrás de distintas series televisivas: ‘House of cards’, ‘Utopía’, ‘Mindhunter’, ‘Love, death & robots’…

  Debuta en Hollywood, en 1992, para dirigir la tercera parte de ‘Alien’, la franquicia iniciada por Ridley Scott en 1979, un festival de esteticismo siniestro con referencias simbólicas a la imaginería católica. La premisa argumental no está bien desarrollada, pese a recuperar del original esa efectiva sensación de claustrofobia de los pasillos de la nave ‘Nostromo’. Una ficción científica bastante adocenada con la consiguiente música estridente, el discreto guion y la ausencia de emociones.

  Con la impactante pero convincente ‘Seven’, realizada tres años después, el realizador obtiene el beneplácito de crítica y público. Deudora de ‘El silencio de los corderos’, esta película tan perturbadora y oscura como terrorífica e inteligente tiene entidad propia y no es un mero sucedáneo. El realizador envuelve la sórdida y tremenda historia –un espectáculo de horror visceral- en una atmósfera sombría, agobiante, de opresivo y efectista clima, y capta la atención del espectador desde los primeros fotogramas, abriendo la caja de un rompecabezas que no quedará perfectamente ensamblado hasta el final, con salvaje golpe de efecto incluido. El desenlace es un nudo, en efecto, pero en todo el cuerpo. Acaso sus ambiciones existenciales quedan un tanto forzadas en una estética a medio camino entre el videoclip y la publicidad.

  Fincher, en cualquier caso, echa mano a varios géneros para dar un nuevo cariz a la clásica pareja interétnica de policías tras un asesino en serie, que aquí inspira sus crímenes en los siete pecados capitales. ‘Seven’ preconiza, en el fondo, el triunfo  de un mal inteligente y vengativo sobre la debilidad o incapacidad del bien para combatirlo. Un filme efectista y efectivo, ya lo he dicho, de opresivo clima y de trama oscura y húmeda, con unos actores magníficos (Morgan Freeman, Brad Pitt, Gwyneth Paltrow, Lee Erney, John McGinley, Richard Roundtree), salvo Kevin Spacey, que es de otra galaxia, el pulgar de la intriga, el índice que te apunta.

  Un poderoso hombre de negocios, cuya vida sentimental es un desastre, recibe de su hermano el regalo de cumpleaños de su vida: el derecho a participar en un extraño juego. Este es el atractivo argumento de la intriga ‘The game’ (1997), aunque nada original, que se va desinflando por culpa de la servidumbre estelar del mediocre Michael Douglas, las arbitrariedades de un guion (de John Brancato y Michael Ferris) lleno de trampas y los excesos visuales. Todo resulta demasiado acumulativo y poco creíble en este relato de un tipo cansado de tenerlo ya todo en esta vida y que se meterá, intentando hallar nuevos estímulos a su existencia, en una pesadilla kafkiana. La gracia del filme está en que juegas paralelamente con el protagonista, mueves las piezas del puzle en el mismo momento en que él las mueve, y vas de sorpresa en sorpresa. Y así hasta la pirueta final, a la que sigue otra pirueta.

  Fincher vuelve a hacerse muy popular con los thrillers sicológicos ‘El club de la lucha’ (1998), ‘Zodiac’ (2007), ‘Millenium: los hombres que no amaban a las mujeres’ (2011) y ‘Perdida’ (2014). Es ‘El club de la lucha’ una radical historia de juventud hastiada, lucha ilegal y mensaje tan retorcido como el rabo de un cochino para mostrar un detestable fin de siglo veinte en el corazón de la especie humana. Polémica, dura hasta lo insoportable, es una explosión insólita en la agresividad, la violencia y la intransigencia. Visualmente brillante y con unos protagonistas que se sacan de dentro cosas y frases que cuesta un enorme trabajo masticar, el conjunto tiene un punto de efectismo y pretenciosidad, con sus implicaciones ideológicas cuando menos irritantes. No es agradable esta intriga sicológica, pero sí especial. Y fascina, pese a todo.

  Cuatro años más tarde, Fincher rueda ‘La habitación del pánico’, un thriller claustrofóbico con cierto sentido visual y asfixiantes secuencias, pero carente de verosimilitud y rigor. La primera media hora es excelente, pero el resto de la obra es farragoso, da demasiadas vueltas sobre la nada. Un filme menor, pues, aunque muestra a un director de una impecable puesta en escena, tan turbadora como agresiva. Fincher utiliza unas imágenes anguladas y precisas para lograr que explote el suspense. Su talento convierte lo que sería un argumento tópico en otra cosa: el pitido de una olla exprés, el chirriar de frenos con la oreja pegada a las vías… Lástima, digo, que el guion no merezca a la realización.

  La historia real de un asesino en serie que aterrorizó al área de la bahía de San Francisco, a finales de la década de 1960, burlándose de las autoridades durante diez años, con dos agentes y dos periodistas que indagan, obsesivos, en busca del criminal, es el motor de ‘Zodiac’. La figura del asesino del zodíaco, recuerden, inspira la de Scorpio en ‘Harry, el sucio’, de Don Siegel. Aquí, el filme camina entre los senderos del thriller y los de la crónica policiaca, y crea un prodigio de tensión dramática con la austeridad como figura de estilo. Basada en dos novelas del periodista Robert Graysmith, adaptadas por James Vanderblit, el cineasta asume la condición anticomercial de su propuesta para elaborar un asfixiante tapiz que bucea en las motivaciones de unos personajes lúgubres y sombríos, y opta agudamente por alejarse de efectismos sanguinolentos para centrarse en cómo la frustrante investigación afecta personalmente a los que la llevan a cabo.

  Un relato breve de solo diez páginas, escrito por Francis Scott Fitzgerald, inspirado en una frase del gran Mark Twain, constituye el germen de un casi perfecto guion de Eric Roth que sirve a Fincher para su excelente drama fantástico ‘El curioso caso de Benjamin Button’ (2008). Trata de un niño que nace ya viejo para ir viviendo al revés en el tiempo biológico, con lo que ello representa para sus seres queridos, en especial para la bailarina de la que se enamora. Esta es la historia de un hombre extraordinario, que en lugar de cumplir años los descumple, de la gente que va conociendo, de sus amores. En lugar de ceder a una ingeniosa superficialidad, Fincher, con buen criterio, reflexiona sobre el destino y la permanencia de los sentimientos en una fábula fantástica y, a la vez, filosófica, servida por una cuidada puesta en escena que amalgama la descripción con la comprensión. La historia se narra en flashbacks a partir de la agonía de la bailarina en una Nueva Orleáns azotada por el huracán Katrina. Al no querer que su papel se fragmentara, el actor Brad Pitt asume todas las edades con la ayuda de las tecnologías digitales. Una interesante mezcla de fantasía, romance y drama para un filme mareante e hipnótico, con un final que te vacía.

  Una noche de otoño de 2003, un alumno de Harvard, y genio de la programación, desarrolla la red social Facebook, pero, para este emprendedor, el éxito supone complicaciones personales y legales. Esto es lo que cuenta ‘La red social’ (2010), una gran película basada en el libro homónimo de Ben Mezrich. El milimétrico e implacable guion de Aaron Sorkin, repleto de diálogos que asemejan una ametralladora, sirve a Fincher para realzar el relato, en una modélica puesta en escena que lo impregna de una apabullante densidad que nace de la aparente simplicidad formal. El filme trasciende, además, la carga de un personaje protagonista (un sorprendente y magnífico Jesse Eisenberg) que hace alarde de altanería y arribismo, y niega cualquier relación afectiva con el espectador.

  Dado el éxito de las adaptaciones fílmicas realizadas en Europa de los ‘bestsellers’ del escritor sueco Stieg Larsson, Hollywood hace la suya en ‘Millennium: los hombres que no amaban a las mujeres’, una lujosa versión de la primera novela de la trilogía, con una trama que toca temas como la memoria histórica, la corrupción o el patriarcado, atendiendo más al relato criminal que en la adaptación sueca. Un suspense entre religioso y de denuncia con un periodista y una investigadora, ricos personajes que deben luchar por abrirse paso entre los meandros de la intriga. Fincher se limita a despachar la historia con brillantez pero con pocos riesgos.

  Una novela de Gilliam Flynn, adaptada por el propio escritor, sirve a Fincher para realizar el excelente thriller ‘Perdida’, brillantemente narrado y con algún disimulado chapuzón de melodrama. La historia es de tila con gotitas de aguardiente: una mujer desaparece misteriosamente y su banal y mundano marido no está lo suficientemente afectado como para no parecer muy sospechoso. La presión policial y mediática hace que el retrato de felicidad doméstica empiece a tambalearse. Y Fincher voltea el efecto ‘Psicosis’ (matar a la protagonista al principio) y nos cuenta dos relatos en paralelo, el de él y el de ella. El resultado es una película retorcida y sofocante, maliciosa y angustiosa, de fuerte influencia, esto es, hitchcockiana, que manipula y juega con las expectativas del espectador, al que podemos ver representado por la opinión pública que juzga al protagonista constantemente. Rosamund Pike está sublime.

  De reciente estreno, ‘Mank’ (2020) es la historia de cómo se elaboró el guion de ‘Ciudadano Kane’, a cargo de Herman Jacob Mankiewicz. Fincher relata la génesis de este libreto que el guionista escribió en una casa de Rancho Verde, una finca del desierto de Mojave. Allí permaneció aislado durante dos meses hasta que entregó a Orson Welles las doscientas páginas sobre las que rodó la película. Mankiewicz se inspiró en la relación entre William Randolph Hearst, el propietario de una cadena de treinta periódicos, y la actriz Marion Davies, su amante durante tres décadas. Les conocía muy bien porque era visitante de San Simeón, la lujosa mansión  del magnate. Fincher, en un friso deslumbrante en maravilloso blanco y negro, trata de configurar la personalidad del guionista sin evitar el lado oscuro de un tipo tan genial como insoportable. Un filme que, más allá del mundo del cine por dentro, plantea cómo detrás de cada película hay otra que, a menudo, no se cuenta.

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