El patrullero de la filmo: Imprescindible Gervasio

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Por Don Quiterio

      Poca repercusión –por no decir ninguna- ha tenido la proyeccion en la filmoteca de Zaragoza de ‘Algol, tragedia de poder’, un filme alemán dirigido en 1920 por Hans Werckmeister e interpretado por Emil Jannings y John Gottowt, con decorados diseñados por Walter Reimann, el de ‘El gabinete del doctor Caligari’.

    Se trata de un curioso melodrama de ficción científica en el que un diabólico alienígena de un planeta lejano entrega a un trabajador de una mina de carbón un artefacto con el que puede dominar el mundo. Un filme delirante, totalmente sorprendente, que se creía perdido pero se ha recuperado un copia íntegra restaurada por las filmoteca de Múnich y la de Santiago de Chile. ¿Dónde estaban los cinéfilos de esta ciudad inmortal? ¿Y los críticos especializados? ¿O esos llamados agitadores culturales del hecho cinematográfico? ¿Existen realmente? Una auténtica rareza a la que los “entendidos” de la cosa han dejado pasar de un modo vergonzante. Ni han ido a verla, ni se han preocupado por su difusión, ni les importa en absoluto. Ahora bien, para reivindicar naderías como los apellidos vascos, cualquier vida inesperada salida de la mediocre pluma de Elvira Lindo o celebrar el cuarenta cumpleaños de la protagonista de ‘Jamón, jamón’ son los primeros. Y el que se quede atrás, que arree.

      Tienen razón nuestros colegas de fatigas Gervasio Sánchez y José Luis Trasobares cuando afirman que el oficio del periodismo está por los suelos. Y en Zaragoza, más. El antaño cuarto poder parece estar hoy más pendiente de entretener que de formar e informar al receptor. ¿Por qué un tema es noticia? ¿Quién decide que lo es? ¿Cómo calibrar la dimensión de las informaciones? ¿Cuáles van a ser sus consecuencias? ¿Deben dejarse avasallar por el morbo que suscitan? Ya no hay riesgo en la profesión y los periodistas, y los escritores, y los agentes culturales, retornan a sus hábitos más acomodaticios, a la irrelevancia de las vanidades personales. Los medios de comunicación deberían organizarse en comités de redacción y de empresa, no solo preocupados por los salarios, sino también por los deberes a cumplir diariamente. Si es cierto que quien paga manda, existe el riesgo de dar margaritas a los cerdos.

      También ha servido esta sede filmotequera que dirige Leandro Martínez para poder apreciar los largometrajes, documentales y cortos aragoneses seleccionados para los premios Simón. La gala se celebra este mes de mayo en el teatro Principal y ha sido una buena oportunidad para ver de una tacada todos estos trabajos finalistas: ‘Vigilo el camino’, de Pablo Aragüés; ‘Una mujer sin sombra (Asunción Balaguer)’, de Javier Espada; ‘Aniversario 40: asociación de vecinos del barrio de San José de Zaragoza’, de José María Ballestín y Antonio Tausiet; ‘Juego de espías’, de Germán Roda y Ramón J. Campo; ‘El hombre y la música’, de Laura Sipán; ‘Los chicos de mañana’, de Javier Moreno y Mariano Mayayo; ‘Marcelino, no te vayas’, de Román Magrazó; ‘Personas que quizá conozcas’, de Álex Rodrigo; ‘Te escucho’, de Jorge Blas; ‘La peste’, de Víctor Forniés; ‘Por qué escribo’, de Gaizka Urresti (y Vicky Calavia), y ‘Cuatro veintes’, de Jorge Aparicio.

      Gervasio Sánchez, decía, es muy crítico con la actual situación del periodismo. No se casa con nadie. Tonterías, las justas. Para él, el oficio tiene una responsabilidad, pero palidece, su mediocridad se revela de forma instantánea al no atreverse a poner a los políticos contra las cuerdas, enfrentándolos a sus propias declaraciones. El ejemplo del periodismo español, muchas veces, es fuente inagotable para conocer cómo no se debe hacer periodismo. Con un llenazo hasta la bandera –se quedaron sin entrar casi… ¡doscientas personas!-, la filmoteca de Zaragoza ha presentado un documental dedicado a este fotoperiodista, nacido en Córdoba pero aragonés de adopción, que lleva media vida retratando las guerras pero también, y esa es su virtud, las posguerras. Lo que ocurre después es tan grave como lo que ocurre durante la guerra, pero los conflictos desaparecen cuando dejan de ser mediáticos. Y de esta forma de ver el mundo y la profesión de periodista trata el documental dedicado a su persona, dentro del espacio televisivo ‘Imprescindibles’, dirigido por Alicia de la Cruz Casielles y realizado por Gustavo Giménez Vera, y que la filmoteca de Zaragoza ha proyectado en primicia, con un coloquio posterior moderado por José Luis Trasobares, presidente de la asociación de la prensa en Aragón, en el que se criticó el papel de los medios de comunicación, más preocupados por el análisis económico que por invertir en periodismo, pese a tener ahora la mejor generación de periodistas españoles en conflictos.

      Como periodista crítico, Gervasio Sánchez comenta su pesimismo frente a la situación de la profesión en nuestro país, porque no está controlado el poder y considera “vergonzosas” las amistades que, día a día, traban entre los directivos de los medios de comunicación con los poderes fácticos, económicos y jurídicos. “Si con veinte años”, reflexiona amargamente, “aceptas la censura, las entrevistas pactadas, no habrá nunca ninguna razón que te permita decir que no a este tipo de cosas. Si yo hubiera trabajado en prensa local, me habrían cortado la cabeza hace mucho tiempo. Una cosa es decir que el presidente de Irak o de Irán es un corrupto, y otra ponerte a decir que el presidente del Santander o del BBVA lo son, a ver quién se atreve a publicarlo. La culpa la tienen una serie de sinvergüenzas que están en los puestos claves y que se dedican a destruir la esencia del periodismo. No se puede ir con un discurso pacifista y, al mismo tiempo, vender más armas que nadie. ¿Para qué sirve nuestro trabajo, de todos modos, si somos incapaces de parar unas guerras que si acaban es por puro cansancio?”.

     Entrañable y emocionante, de palabras y silencios, el hilo conductor del documental se hace a través de la historia de Adis Smaljic, víctima como tantos otros miles de la guerra de Bosnia, quien, con trece años, estaba jugando al fútbol en Sarajevo y se dio de bruces con una mina antipersona. Por miedo a que alguien la pisara, la cogió para retirarla y, cuando la depositó en un lugar apartado, le estalló. Nueve años después, en 2004, el médico que le realizó la última operación en los ojos aún sacó restos de metralla de su cara. Otros nueve años después, Adis fue padre. Y este periodista incansable, tenaz, osado, recorre buena parte de los conflictos armados desde los años ochenta del siglo veinte, como este relato conciso, muy bien planificado por sus responsables, con gusto sin buscar la vena sensiblera.

     A lo largo, pues, de más de treinta años de profesión, en los que ha presenciado los conflictos más sangrientos de los últimos tiempos, Gervasio se detiene en contar la historia de las víctimas, capaz de establecer un vínculo personal más allá del final de la guerra. Contar estas historias que acaban abriendo ventanas a la esperanza es precisamente lo que más interesa a este corresponsal de guerra. Y los testimonios de su familia, de compañeros de profesión y carretera, de actores y editores (Alfonso Armada, Iñaki Gabilondo, Ramón Lobo, Mónica Bernabé, Sandra Balsells, Leopoldo Blume, Chema Caballero, Carmelo Gómez), retratan a este personaje incansable, alejado del protagonismo, que huye de la idea de periodista comprometido, porque lo suyo es una obligación, siempre vigilante del poder, y de los que beben de él.

     Gervasio fue camarero en Tarragona mientras ahorraba para buscarse la vida, alojándose en hoteles baratos de aquellos lugares donde ocurrían sucecos dignos de ser capturados. Donde más se reconoce su figura es en las víctimas que él retrata. Las que ha buscado en todos los lugares donde ha cubierto una guerra (los Balcanes, Sierra Leona, Afganistán, Irak, Bosnia, Israel, Colombia) para ponerles nombre y apellidos, para darles voz y seguir documentando sus vidas a través del tiempo. Lugares en los que es necesario estar para contar lo aque está ocurriendo. Lugares sin electricidad, ni alcantarillas, ni esperanza. Lugares en los que se escucha el runrún de los generadores, única fuente de luz. Lugares que huelen a miedo y polvo. Lugares en los que decenas de camiones cisterna acarrean agua potable hasta los puntos de reparto. Lugares en los que no hay trabajo, solo soldados y guerra. Lugares en los que sus mercados venden los restos del hundimiento: pobreza y piezas de segunda mano. Lugares en los que sus millones de habitantes se hallan en riesgo de sufrir una hambruna. Lugares de odio y memoria de odio en los que las etnias se matan entre sí. Decenas y decenas de matanzas, de mujeres y niños asesinados no se sabe muy bien por qué. De civiles asesinados no se sabe muy bien por qué.

      Lugares llenos de campamentos, de soldados muertos en las batallas, de desplazados que huyen a no se sabe dónde, de gente que lo ha perdido toto: casa, cabras, ollas… De gente sin dinero ni fuerzas para construirse un chamizo. Gente sin saber qué hacer, escondida, donde la paciencia se torna impaciencia. Hombres que se echan barro en la cara y en el cuerpo para espantar las moscas. Mercenarios cuyo sueldo es el saqueo. Con la violación de la mujer se humilla a la familia, al clan. Con su muerte se impide el pastoreo, el cultivo. Es la lucha del poder. Es la historia del hombre. La muerte y el hambre. Y el primer mundo a lo suyo, acostumbrado a mirar hacia otro lado. Imprescindible Gervasio. Aunque no le guste el adjetivo.

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