El patrullero de la Filmo: Pasión por Tourneur y Yamamoto, dos fragancias del celuloide


Por Don Quiterio

    Pasión. Esa es una palabra con todas mis bendiciones. Pasión. Si no recurro a otros métodos, supone placer, sensualidad, intención. También ocurre que es gozo, deseo, o lo supongo.

    Pasión, porque de Jacques Tourneur hablo. Pasión, porque de Satsuo Yamamoto hablo también. Porque ambos suponen una sensación, una lágrima cuando se pierde, si se pierde. Y mi bendición cuando se mantiene. Gozo, pues, deseo y placer. Con fragancia de celuloide, la mentira es amor.

   Tourneur y Yamamoto, dos significados antagónicos, el occidental y el oriental, pero que se complementan si conocemos todos sus escondites. Sus películas están hechas para quien tiene paciencia y capacidad contemplativa, para quien puede llegar a elaborar ideas a partir, sobre todo, de una experiencia sensorial y emocional. No exigen comprensión, proponen una conmoción que reviva la inteligencia y la conciencia. La pasión de vivir del silencio de las estrellas en una noche de luna llena. La pasión de dos cineastas y sus consecuencias.

   “El cine no debe preocuparse por ser hermoso, ni agradable, ni por perseguir la certeza. El cine tiene que doler y acompañarnos al insomnio, tiene que nacer de cuadernos emborronados mientras uno camina ciudad arriba, ciudad abajo. Tiene que llevarnos hasta el borde mismo del precipicio, paralizados ante la duda inexacta y rara de seguir existiendo. Tiene que poseer la fuerza rabiosa de la vida. Esa es la auténtica poesía del cine”. Así define Tourneur su pasión por el celuloide, empapado de misterio y que nos recuerda a obras atmosféricas como las de Dylan Thomas o Edgar Allan Poe. A este último por el vigor y la fuerza de su palabra, siempre rica y llena de claroscuros. Y de un poemario de Poe, precisamente, Tourneur se basa para su última realización, “La ciudad sumergida” (1965), con influencias de la paralela serie sobre el poeta de Roger Corman e interpretada por Vincent Price, con quien también trabaja dos años antes en “La comedia de los horrores”, una especie de delirio, sátira y autoparodia del propio cineasta.

   Walter Pigdeon, Joel McCrea, Dana Andrews y Keith Larsen son otros actores recurrentes en la filmografía de Tourneur. El primero participa como protagonista en “Nick Carter, master detective” (1939), recreación del mítico personaje en un asunto de espionaje industrial, y en “Phanton raiders” (1940), sobre un relato de Jonathan Latimer. Con Joel McCrea coincide en tres westerns: “Stars in my Crown” (1950), importante filme no muy alejado del universo fordiano; “Stranger on Horseback” (1955), discreta adaptación de la novela de Louis L’Amour; y “Wichita” (1955), interesante historia sobre el mito de Wyatt Earp. Por su parte, Dane Andrews protagoniza tres de sus películas: “Tierra generosa” (1946), un western lleno de acción sobre la narración de Ernest Haycox; “La noche del demonio” (1957), admirable adaptación del relato fantástico de Montagu James; y “The Fearmakers” (1958), según la novela de Darwin Teilhet. Por último, Keith Larsen interviene, entre 1958 y 1959, en tres adaptaciones de otras tantas novelas de Kenneth Roberts: “Furia salvaje”, “Fury rivers” y “Mission of danger”.

    Hijo del también realizador Maurice Tourner, lo acompaña a Norteamérica en 1914. Se inicia en el cine en 1924, cuando entra a trabajar como empleado en las oficinas de la Metro en Culver City. Posteriormente, Jacques Tourneur (1904-1977) se convierte en montador y director de segunda unidad en películas de su padre, de Marc De Gastyne, de Jacques Natanson, de Jack Conway o de Charles Reisner. Su debut como director se produce en su Francia natal, con motivo del rodaje de “Tout ça ne vaut pas l’amour”. Con un total de cuatro largometrajes en su haber –junto a “Toto”, “Cocktail de besos” y “Delirio de grandeza, rodados entre 1931 y 1934-, Tourneur regresa a Estados Unidos. Allí dirige, entre 1936 y 1939, cerca de una veintena de cortometrajes, casi todos interpretados por Carey Wilson, hasta que en 1939 realiza su primer largometraje americano, “They all come out”. Contratado por la Metro Goldwyn Mayer primero y por la RKO después, Tourneur pasará después a dirigir para pequeñas compañías productoras.

    Desligado de las modas de Hollywood, Tourner sigue un camino personal de creciente onirismo, en el que su sensibilidad despierta se aúna a cierto preciosismo, un tanto decadente pero de auténtica calidad. “Doctor’s don’t Tell” (1941) da paso a uno de sus mayores éxitos: “La mujer pantera” (1942), la más conseguida de todas las producciones terroríficas de Val Lewton para la RKO. Al año siguiente dirige “Yo anduve con un zombie”, otro excelente cine fantástico, y “The leopard man”, basado en la novela de Cornell Woolrich. Y a partir de aquí se convierte en un autor prolífico: “Days of glory” (1944), filme menor pero agradable sobre los rusos combatiendo en la Segunda Guerra Mundial; “Noche en el alma” (1944), apreciable intriga psicológica sobre la novela de Margaret Carpenter; “Retorno al pasado” (1947), pequeña obra maestra del cine negro sobre la novela de Geoffrey Homer; “Berlín Exprés” (1948), filme lleno de suspense sobre la Alemania de postguerra; “Easy living” (1949), apreciable adaptación de un texto de Irwin Shaw; “El halcón y la flecha” (1950), simpático filme de aventuras con un acrobático Burt Lancaster, que rememora sus antiguos tiempos como titiritero con arriesgados números circenses; “Circle of danger” (1951), menor filme de intriga según la novela de Philip MacDonald; “La mujer pirata” (1951), una joya del cine de aventuras con un final dramático; “Martín, el gaucho” (1952), una suerte de western menor ambientado en la Argentina de 1870, basado en la novela de Herbert Childs; “Cita en Honduras” (1953), acaso uno de los filmes más convencionales de Tourneur; “Una pistola al amanecer” (1956), violento western ambientado en la época de la fiebre del oro en Colorado; “Nightfall” (1956), vibrante e inquietante adaptación del gran David Goodis; “Timbuktu” (1959), con una exótica Yvonne de Carlo; y “La batalla de Maratón” (1959), aparatoso “peplum” con escenas adicionales a cargo de Mario Bava y Bruno Vailati.

   Al igual que Jacques Tourneur, el director japonés Satsuo Yamamoto (1910-1983) también dialoga con el misterio y transmite un lirismo a fogonazos, intenso, sin ignorar la realidad, que él revela en el uso de la cotidianidad, desde un sabroso hermetismo o un surrealismo leve.

    La alusión malsana frente a la prosaica evidencia, la sutileza y sugerencia permanentes, el refinado sentido visual, la atmósfera de inusitado lirismo e irrealidad visual, el carácter poético y sutil de los mitos, y la composición, los decorados y paisajes se revelan como elementos decisivos en la obra de Jacques Tourneur y en la de Satsuo Yamamoto.

    Director desde 1943, cuando filma “Viento ardiente”, Yamamoto está considerado como el primer representante del realismo socialista en el cine nipón y sus películas, aun desiguales, revelan una constante inquietud progresista.

 

   Siempre independiente, aborda en su obra problemas como la corrupción del ejército, el planteamiento de una huelga, la vida de una mina, el egoísmo del jefe de una gran empresa o, también, la situación de la medicina en su país.

    Su primer filme destacado es “Guerra y paz” (1947), realizado conjuntamente con Fumio Kamei, una aguda descripción de la vida japonesa de la postguerra. Y a raíz de aquí dirige un puñado de películas a tener muy en cuenta: “El callejón de la violencia” (1950), “Zona vacía” (1952), “Calle sin sol” (1954), “Hasta el fin del sol” (1955), “Tumulto en el tifón” (1956), “El diario de Sueko” (1959), “Banda de asesinos” (1962), “El retorno de la banda de asesinos” (1963), “El poder del oro” (1964), “Punto de congelación” (1965), “La gran torre blanca” (1966), “El rescate de Zato Ichi” (1967), “Fábula de peonias y linternas” (1968) o “Solar Eclipse” (1974).

    Yamamoto y Tourneur, dos significados antagónicos, el oriental y el occidental, pero que se complementan si conocemos todos sus escondites. La pasión de dos cineastas y sus consecuencias.

     Dos fragancias de celuloide.

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