«El pirineo revelado», documental de Emilio Casanova

Por Don Quiterio

    Desde aquellos lejanos días en los que Ulises decidió regresar a Ítaca, el ser humano ha desarrollado de muy diversas maneras su particular viaje físico y emocional. Cuando el viaje se torna en iniciático, la persona adquiere un estatus muy especial que en multitud de fotografías, pinturas, relatos o películas ha adquirido la fisionomía del viajero que tiende a redescubrirse a sí mismo.

 

    En muy pocas ocasiones el viajero es capaz de desprenderse de sus prejuicios, de mirar la vida a través de un cristal que le devuelva una realidad distinta, pero igualmente real, que le haga dudar de sus propios principios. En “El Pirineo revelado” se pretende plasmar la cotidianidad de los Pirineos tal y como lo fotografiaron De Lassus, Briet, Soler o Compairé, buscando la belleza en situaciones corrientes para olvidarse de lo verdadero y de lo falso, de lo común y de lo extraordinario, y en encontrar el esplendor de las cosas que transcurren entre el blanco y el negro.

    El Pirineo, como otros lugares inhóspitos, comienza a ser visto a mediados del siglo XIX, cuando el romanticismo, para quienes viven en sus montañas, transforma esa dura realidad en un retrato de lo sublime. Tras los pioneros, una ola de excursionistas y veraneantes llega a la cordillera que separa la frontera francesa de la española. El objetivo del documental “El Pirineo revelado” (2011), dirigido por el veterano director zaragozano Emilio Casanova, es transmitir al espectador este concepto.

    Hablamos de un tiempo en que la fotografía empieza a cobrar casta de autenticidad e independencia creativa, gracias a los trabajos de quienes ahora se consideran auténticos clásicos de esta disciplina, pero entonces luchaban contra los elementos. Para Compairé, Soler, Briet o De Lassus, los que emplean la cámara como una herramienta, o como el pintor emplea su pincel, no les importan las opiniones adversas. Para ellos, pues, lo importante de toda mirada no es que tengamos la sensación de que alguien observa sino de que algo es observado. Eso, al menos, es lo que intentan desde el comienzo de sus trabajos, recordándonos a qué velocidad puede borrarse un paisaje.

    Emilio Casanova, que a lo largo de su carrera ha recorrido los caminos de Goya, Buñuel, Luis Berdejo, Antonio Saura, Octavio Paz, Julio Alejandro o Ramón Acín, fija ahora su atención en la visión fotográfica de cuatro personajes de entresiglos y principios del XX: los franceses Lucien Briet y Bertrand de Lassus, el catalán Juli Soler i Santaló y el aragonés Ricardo Compairé, quien, en ocasiones, realiza una ficción perfectamente teatralizada con aldeanos que encuentra a lo largo del viaje. Cuatro miradas distintas, contradictorias a veces, pero siempre basadas en la pasión por el territorio pirenaico. Con alma de viajeros y capacidad para captar la realidad de los lugares que visitan, cuatro formas de revelar el Pirineo que revelan a los lugareños y, a su vez, a sus autores.

   Una frase de Francisco Ayala, a propósito de los paisajes en la pintura, constituye el punto de partida del documental: “La naturaleza es muda, no significa nada, carece de sentido, y somos los hombres quienes nos servimos de ella como materia prima para organizar nuestra realidad, para crearla”. El Pirineo es, sobre todo, naturaleza viva, un lugar cargado de esa energía especial que fascina tanto como amedrenta, que induce a la armonía, a la belleza, a la paz, al respeto, a la tradición, a los sentimientos. Paisaje de soledades, de hierro y granito, de música, olor y luz. Tierra de cumbres, de perfiles quebrados, de grutas, cañones, desfiladeros y gargantas, de valles amplios y verdes, de castillos y torres fortificados, de habitantes de costumbres primitivas. Tierra de montañas nevadas, de picos como la punta del iceberg, erizada en sus laderas de matojos y malas hierbas, de hierbaluisa y orégano, de té y manzanilla, de nacimientos, cascadas y ríos, escuchando a los espíritus y hablando en silencio con las piedras, los árboles, los seres vivos. En las piedras, los árboles o los seres vivos de estas tierras hay algo de nosotros. Incluso, cuando no estamos, algo se queda esperándote. La mirada del cordero no hace caritativo al hombre. Lo decían los ilustrados: a las moscas se las comen las arañas; a las arañas, las golondrinas; a las golondrinas, las urracas; y a las urracas, los azores y los halcones. Se extinguen muchas aves en el Pirineo y sobreviven las que mejor se adaptan, aunque sea en la carroña.

   Unos ojos avispados como los de Briet, Compairé, Soler y De Lassus no pueden dejar de advertirnos que la fotografía es uno de los grandes inventos para la comunicación desde sus inicios. De toda la iconografía estereotipada y tan a menudo banal que ha arrastrado tras de sí su empleo abusivo de imágenes pintorescas y tópicas, popularizadas por la progresiva democratización del turismo, estos fotógrafos han sacado más de una lección para sus propias aventuras estéticas. Se concentran recurrentemente en la plasmación impecable y distanciada del paisaje: escenarios naturales donde la presencia humana se torna anecdótica, con lo que la naturaleza cobra una autonomía que lleva a olvidar todo atisbo de cultura, haciendo difícil para el espectador situarse frente a ellas con la seguridad del reconocimiento. Los blancos fantasmagóricos de sus cielos encapotados, sus nieblas que todo lo invaden, sus vastas tierras nevadas, los bosques de pinos y hayas, las cascadas que se desploman o los espectaculares circos son el mejor ejemplo de ello. La idea de sublime romántico aplicada a las fuerzas de la naturaleza se codea con los conocidos –y no tanto- paisajes del Pirineo aragonés.

    Con belleza y cuidado formal, Emilio Casanova no canta ni protesta, sólo describe la vida y la trayectoria de estos cuatro fotógrafos pioneros enamorados del Pirineo, y, a la manera del poeta, el cineasta recoje el agua y encuentra la luna entre sus manos. Esto es: fotografías en blanco y negro, laborables y festivas, en discordia y en armonía, con cita y de improviso, sin aval y con garantía, de memoria y de corrido, en todos los modelos y tamaños, grandes y pequeñas, con filtro y sin filtro, en prosa y en verso, de luto y de bautizo, de frente y de espaldas, sin aliñar o en su salsa, a jornada y a destajo, a las buenas y a las malas, a lo civil o a lo divino, a cuenta o por encargo, al contado y a crédito, al cubo y al cuadrado, con criterio o sin él.

    A Casanova le interesa contar historias, sobre todo las que parten de una realidad. A nuestro alrededor hay grandes historias que no nos paramos a mirar. Aprender a mirar el mundo a través de los ojos de otros es enriquecedor, y tener libertad y control, como creador, da una independencia muy apasionante. Es como si este documental lo hubiera hecho para sí mismo, en la medida que pertenece de lleno a su particular universo, estético y personal. Si, en efecto, cualquier creador es un personaje fabricado por él mismo. Esto justifica un asunto tan tentador para la subjetividad, si no para el sentimentalismo, como el paisaje en las relaciones entre arte y naturaleza. El paisaje se quiere manifestar aquí como arquitectura de miradas. Casanova es consciente de estar contribuyendo a una construcción cultural compartida y asume un papel de cruce de caminos entre, por decirlo de algún modo, los “paisajes viajados y fotografiados” y la descripción de un pasado, de una época sujeta en la memoria. Pero bien sabe su propio autor que la descripción no lo es todo en el mundo del reportaje documental, donde se ha de valorar tanto lo que se dice como el modo de decirlo. Es decir, los procedimientos y sus pautas de uso. En el ajuste de los distintos niveles –de concepto, argumentales y técnicos- reside precisamente la caligrafía de una obra como “El Pirineo revelado”, donde la tradición y su plasmación se convierte en protagonista.

    Con todo y con eso, y siguiendo un planteamiento genérico, Casanova se muestra honesto y esforzado en una obra didáctica, divulgativa, académica, acaso sin excesivas novedades, pero siempre interesante si no trascendente, en la que destaca el concienzudo guión de Severino Pallaruelo al que le da forma y sentido la, algo monocorde y que todo lo envuelve, voz en “off” de María José Moreno. Acaso le hubiera venido bien al conjunto otra locución complementaria –y masculina- para evitar la monotonía y, ay, el cansancio…

    Escribe Pavese que “uno necesita un pueblo, un paisaje, aunque no sea más que por la satisfación de poder marcharse de él”. Y añade: “Un pueblo, un paisaje, supone no sentirse solo, saber que en la gente, en los árboles, en la tierra, hay algo de ti que, incluso cuando no estás, se queda esperándote”. Hoy en día nos regimos por calendarios en los que marcamos los puentes, las vacaciones y el día de nuestro cumpleaños. Pero antiguamente, viene a decirnos Casanova, había que mirar el cielo para conocer el momento óptimo de la siembra y recogida de las cosechas, los centuriones romanos debían localizar a Alcor al lado de Mizar como prueba de buena visión si no querían verse relegados a tareas menores y los viajeros tenían dos opciones: saber leer el cielo o rezar todo lo que supieran. Poco a poco, con el paso del tiempo, hemos dejado que nos fueran robando las estrellas y el resultado es que cada vez haya que irse más lejos para encontrarse de nuevo con los paisajes de nuestra infancia.

    Del Pirineo se han dado cientos de visiones diferentes y en diversas facetas. De hecho, ahí están los pioneros Ortiz Echagüe, Maxwell-Lyte, Saint-Saud, Wallon, Schrader o Ramón de Carbonnières. El autor de “El Pirineo revelado” se ha quedado con Lucien Briet, Bertrand de Lassus, Juli Soler i Santaló y Ricardo Compairé, cuatro fotógrafos que quisieron, desde el corazón, retratar el mundo que habían visto en su infancia y que sabían que estaba a punto de desaparecer. Por increíble que parezca, el corazón, además de bombear sangre, forma parte de nuestra memoria sentimental y enlaza con aquellos momentos de nuestra vida que guardamos en el apartado de los sentimientos. El corazón es un órgano espiritual que piensa, siente y se comunica, que posee memoria y se transmite al cerebro en las miradas de estos paisajes pirenaicos, de Briet a Compairé, de De Lassus a Soler, a los que se ha dado forma en este documental. Se puede confundir el pasado y la memoria, que son dos cosas muy diferentes. El pasado se construye con hechos, con eventos que han sucedido. La memoria es un acto de hoy que recuerda el pasado y siempre lo transforma. Somos, en fin, memoria de un paisaje. Sin memoria –y de esto sabe mucho Casanova- no seríamos nada.

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