La regeneración Institucional (II) / Mariano Berges


Por Mariano Berges
Profesor de Filosofía

     Querría destacar tres ideas de mi artículo anterior: 1) Hace falta más gestión y menos comunicación, mayor profesionalidad técnica…

…y menos amateurismo político. 2) La Administración Pública (AP) necesita una mejor organización que se derive de unos buenos principios estratégicos y metodológicos. Y 3) El esfuerzo económico de la UE para con España tiene como contrapartida necesaria una transformación radical de las instituciones españolas. Y para eso hace falta otro tipo de directivos, tanto políticos como técnicos. Pues bien, sigamos analizando la Administración Pública española.

     Una realidad negativa que me parece muy grave en este asunto de la AP es la colonización política de las instituciones por parte de los partidos políticos y la reivindicación de una auténtica profesionalización de la Administración. Entre los políticos y los funcionarios hay una línea roja que distingue y separa sus respectivas funciones: el político dirige y el funcionario hace. Y ambos bajo el imperio de la ley y de la eficiencia. Se trata, en definitiva, de contar con unas instituciones cuya ordenación y funcionamiento se rija por la calidad, la integridad, la transparencia y el respeto a la ley, sin otro objeto que procurar la libertad, seguridad y bienestar de los ciudadanos. Los partidos políticos han abusado en la reducción de los controles administrativos y han dejado demasiado espacio al arbitrio de las decisiones políticas. Una de las razones más claras de la desafección ciudadana hacia la política es la opacidad institucional, la patrimonialización de lo público, la persecución del discrepante, la manipulación de los medios de comunicación, la corrupción y el abuso de poder desde las instituciones. Los ciudadanos perciben  a sus representantes, alejados de sus intereses, y a los partidos políticos, impermeables a sus demandas.

  Construir una administración profesional, austera y eficiente es una tarea difícil, pero no imposible. Merece la pena intentar un gran acuerdo político para despolitizar la administración y hacerla de verdad profesional y eficiente. La AP es esencial, pues sin Administración no hay gobierno posible, por muy buenas que sean las intenciones de la clase política. Gobierno y Administración van de la mano y, por lo tanto, no administrar es desgobernar. Y en España hay instalado un sistema organizado de desgobierno, que está por encima de la política. Los partidos luchan mucho por llegar al poder y cuando llegan no saben qué hacer con él. En el fondo, el desgobierno de la Administración es la constatación de un Estado débil. Y con un Estado débil el ciudadano es más vulnerable.

    Para la instauración de una Administración legal y eficaz al servicio del ciudadano, se necesitan dos características básicas en los gestores públicos, tanto políticos como funcionarios: honestidad y capacidad, especialmente en los cargos de máxima responsabilidad. La honestidad es algo tan básico que ni se debería citar, a pesar de aparecer como un diamante raro en la percepción ciudadana. Qué tiempos estos en los que hay que demostrar lo evidente. La capacidad es otra obviedad, pues la sociedad debe seleccionar a los mejores para sus puestos de responsabilidad. No seamos ingenuos, la democracia es un sistema que no cree ni debe creer en la bondad universal y desconfía de la codicia humana. De ahí que exija contrapesos y controles rigurosos para impedir abusos de poder y sancionarlos cuando se produzcan. En este sentido, el buen funcionario es un contrapeso al político “creativo” y lo pone en su lugar.

    Para evitar tentaciones, el político debe tener garantizada su libertad económica antes de entrar en política, pues el representante carente de profesión u ocupación a la que volver, está obligado a una actitud sumisa con los dirigentes que deciden su inclusión o no en la candidatura (cfr, Manuel Zafra). La política como profesión es un clásico que sigue sin resolverse. No es lo mismo profesionalizar la Administración que profesionalizar la política, más bien todo lo contrario. Colocar en puestos de responsabilidad a mediocres es renunciar al talento, y eso la gente normal lo percibe. En definitiva, la política y la Administración Pública en su conjunto es la fórmula que la sociedad ha inventado para solucionar sus problemas de convivencia y bienestar. Y eso, en el fondo, es relativamente fácil, pues se trata de poner a los mejores en los lugares clave. Así lo pensaba Platón cuando proponía su aristocracia política (aristós, superlativo de agazós -bueno-).               

Publicado en el Periódico de Aragón

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