La fatal atracción de la posverdad / Eugenio Mateo

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Por Eugenio Mateo
http://eugeniomateo.blogspot.com.es/

   ¿Qué tendrás, Verdad,  para que todos quieran hacerte  suya?

   Es de atracción de lo que hablo; de atracción fatal por ese fetiche morboso de las verdades  a la carta;

del coitus interruptus por exceso de celo en el goce divisible y ambiguo de lo manipulable; de la ambivalencia  hermafrodita  cuando  se cruzan verdad y mentira sin saber reconocerse. La verdad,  supremo valor que nos hace libres, es, sin embargo, molesta en demasiadas ocasiones. Esas verdades que dejan indefenso, que duelen igual que las dudas, que aíslan,  que atormentan,  que etiquetan;  y  surge la  atracción por  el cobijo  en  lo alternativo, como si fuera posible eludir los efectos de la verdad —que sí lo es, maldita sea— para gozar de la ignorancia de la ameba.

.    La verdad es sustituible, se descubre en la primera mentira, a partir de ahí  todo se precipita  en una renuncia a la veracidad de imprevisibles resultados  que la deja a merced de la interpretación de la conveniencia. No deja de ser sintomático que el término posverdad haya sido uno de los más pronunciados en el pasado 2016, aunque el tema viene de lejos, muchísimo antes de su invención en 1992 por el dramaturgo Stephen Colbert. La perversión del término se esconde en su propio significado, que podríamos resumir como apropiarse de la verdad para usarla como convenga. Se han dado como ciertos a sucesos en nuestra historia que se han demostrado falsos, desde la Jura de Santa Gadea, a la leyenda negra española en Flandes (que fue tan bien urdida que tuvo largas consecuencias), e innumerables más que no repito porque desde tiempo inmemorial, la desinformación fue siempre una excelente  herramienta para vencer al adversario y atrapar al adepto.

   Lograr que el lenguaje diga lo que la realidad niega, resume, en palabras del escritor Menéndez Salmón, la actitud de los que practican la posverdad. En realidad,  en términos globales, y sabiendo quienes son, lo que  buscan es la  implantación de una nueva falsedad y con ello  la inmunidad de sus tejemanejes; pero por no elevarnos demasiado, vengo aquí a contar la posverdad que se ha apropiado de las Redes, aunque, ahora que me acuerdo, de esto ya se ha hablado mucho. No, a lo que me refiero es a posverdades domésticas, esas  que practicamos en la intimidad, como las mil veces que plantado frente al espejo te dices que todavía luces bien, y esas mil mentiras son capaces de nublar el diafragma ocular para que te veas bien, pero encima te lo crees. O esas mil veces que te juramentas contigo mismo para cambiar tus malos hábitos   y esperas a mañana para hacerlo, aunque siempre será mañana. Sin olvidar las mil escusas que eres capaz de inventar para intentar salirte con la tuya, y cuando lo consigues, necesitas inventar mil nuevas para que el asunto no decaiga. Todo un catálogo de caretas posveraces  que nos sirven, mal que bien, para ir tirando. La conducta de la posverdad busca evitar las incomodidades de la verdad; es más fácil de mantener, sólo se necesita, por un lado,  mucho inocente  desengañado, y por otro, un toque de  talante posmoderno, pero no deja de ser una falacia: si todos lo dicen será verdad.

   Y ya que vamos de neologismos, átense los machos ante uno que  ya está dando que hablar: la Poslibertad.

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