Yo, de mayor, quiero ser inmortal / Manuel Medrano

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Por Manuel Medrano
http://manuelmedrano.wordpress.com

   Me encuentro con declaraciones de científicos (o algo así) contándonos que, en breve, no moriremos. Me recuerda a lo que decían de los cangrejos en mi pueblo: que eran inmortales porque no morían… los mataban en la olla.

   Y esto no es una reflexión inaplicable a los humanos. Porque, con todo y los avances de la Medicina, mejoras de ADN y correcciones del mismo incluidas, si el agobio de tu situación económica y social es supremo, estás perdido. Si te coge un conflicto armado y tienes mala suerte, estás perdido. Si estás cerca de un suicida terrorista que quiere llevarse a la gente por delante, en nombre de este o aquel dios, estás perdido. Si un loco, subnormal o drogado (o incluso un mero despistado) va en dirección contraria en una autopista y te lo encuentras de frente, te vas para el otro barrio.

   Y así hasta donde queramos continuar. El hombre siempre ha tenido ansias de inmortalidad. Desde que se conocen sus enterramientos que así lo indican, en la Prehistoria, hasta Ovidio. Este autor romano escribió el poema “Metamorfosis” (terminado en el año 8 d.C.), que narra la historia del Mundo desde su creación hasta la deificación de Julio César, cuya alma se transformó en estrella. En el final de la obra dice:

   “Ya he culminado una obra que no podrán destruir/ni la cólera de Júpiter, ni el fuego, ni el hierro, ni el tiempo voraz/Que ese día que no tiene derecho más que a mi cuerpo,/acabe cuando quiera con el devenir incierto de mi vida;/que yo, en mi parte más noble, ascenderé inmortal por encima/de las altas estrellas y mi nombre jamás morirá, y por donde/el poderío de Roma se extiende sobre el orbe sojuzgado, la gente/recitará mis versos, y gracias a la fama, si algo de verdad hay/en los presagios de los poetas, viviré por los siglos de los siglos.”

   O ahí está el caso de Antíoco IV Epífanes,  rey helenístico del Imperio Seleúcida (175-164 a.C.), que se autoproclamó precisamente “Epífanes”, es decir: “Dios manifestado”. Este monarca apoyó a los judíos helenizados frente a los judíos tradicionalistas, saqueó Jerusalén y profanó el Templo introduciendo su propio culto. Por ello se le menciona, y no muy favorablemente por supuesto, en los Libros de los Macabeos y en el Libro de Daniel (Antiguo Testamento de la Biblia cristiana).

   O, más modernamente ahí tienen, entre otros, los mausoleos inmortalizadores de Lenin en Moscú (ahora muy abandonado), de Mao en la Plaza de Tiananmen (Beijing), de Ho Chi Minh en Hanoi, de Kim Il Sung en Pyongyang, o de Néstor Carlos Kirchner, que fue presidente de Argentina, en Río Gallegos (Santa Cruz, en la Patagonia).

   Pero estas eran formas razonables de aspirar a la inmortalidad: en el más allá (como los faraones del Antiguo Egipto, que resucitaban y ascendían al cielo para vivir eternamente entre los dioses, trasfigurados en una estrella), inmortalidad a través de tus obras literarias, políticas o artísticas, deificación en vida (como los reyes helenísticos), inmortalidad en la memoria de las gentes por el reconocimiento de tu nación, etc.

   Esto de ahora es más espectacular, metafísico sin duda. José Luis Cordeiro, profesor de la Singularity University de Silicon Valley, viene a España y nos dice: que en 20 años o antes habremos alcanzado la inmortalidad. Y que nuestra forma de comunicación será telepática. Y que la muerte será una opción (para cuando te aburras mucho, supongo). Y que por muchos años que tengas seguirás como a los 20. Y que al principio el control del envejecimiento será caro, pero luego la tecnología se masificará y ser inmortal será muy barato. Y que tendremos más capacidades, más amor y más entendimiento. Y así hasta argumentar también que, como ya no seremos viejos, ya no tendremos que jubilarnos (¡jodo petaca!).

   Bueno, camarada Cordeiro, muy bien y muy bonito, y todo esto dicho cuando tenemos más problemas sociales y bélicos acumulados en pocos años que en las últimas 4 décadas. Hay quien dice que desde hace un siglo.

   Yo que, por supuesto, no reniego de los avances médicos y tecnológicos y que soy muy partidario de incentivarlos, no obstante, te pido una pequeña demostración: que me vuelva a crecer el pelo que se me ha caído y que mis ojos se vuelvan de color verde, tomando  unas sencillas pastillitas sin efectos secundarios y sin dejarme ciego. Y luego empezaré a creerme un poquito de lo que nos cuentas, que parece también una densa niebla o cortina de humo para que no nos centremos en solucionar los gravísimos problemas que tenemos en el presente.

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