Valero gana, Engracia pierde / Guillermo Fatás

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Por Guillermo Fatás.
Catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Zaragoza
Asesor editorial del Heraldo de Aragón
(Publicado en Heraldo de Aragón)

   Hace muchos años, Ángel Canellas, catedrático de zaragozano de Paleografía y Diplomática, hablaba de “la falta desoladora de documentos de los cuatro primeros siglos” de la cristiandad local. Y añadía que, sobre esa penuria de datos fiables, podía dudarse, por falsos, de los documentos aparentemente anteriores al siglo VII, cuando Braulio de Zaragoza redacta sus obras e ilumina algo la escena.

No hay documentos

   Esas carencias hacen materia fantástica, ilusoria o, como poco, muy improbable la existencia de los primitivos obispos cesaraugustanos  Atanasio y Teodoro, que, no obstante, siguen encabezando los episcopologios, o listas de obispos, más a la vista.

   El juicio de Canellas sigue en vigor y los numerosos laicos y clérigos, documentalistas, arqueólogos, historiadores y filólogos estudiosos del primer cristianismo en las tierras de la cuenca media del Ebro no han variado esa sustancia histórica básica.

Un testimonio africano

   Ha habido interesantes  hallazgos arqueológicos (objetos confesionales) y epigráficos (inscripciones), que iluminan ciertos aspectos de  de un asunto tan atractivo, pero lo principal no ha cambiado: la primera noticia fidedigna conocida que pueda admitirse sin discusiones acerca de una comunidad cristiana en tierras del Aragón actual la da Cipriano, obispo de Cartago, a mitad del siglo III, en un momento de persecuciones  estatales. Es la parca mención del nombre de un Félix, a quien elogia por su actitud ortodoxa. De ahí podría deducirse que era la cabeza de los cristianos de César Augusta; y, probablemente, su obispo. No hay ninguna noticia escrita anterior.

Luego, un vacío

    Después, se hace un largo vacío hasta que Prudencio, nacido en esta tierras, dedica en el el siglo V bellos himnos a varios mártires, como Lorenzo y Vicente, hoy copatronos de Huesca, y Engracia y otros dieciocho, de los que facilita casi todos los nombres. Engracia fue, por muchos siglos patrona de Zaragoza y objeto de gran devoción, popular e institucional. El poeta no es historiador, sino que exalta a los caídos por su fe. De ahí que, siendo atendibles sus datos, no pueda exigírseles  el valor de piezas notariales o historiográficas.

Valerios con ínfulas

   En uno de sus poemas habla de una familia más distinguida que otras y, como la llama ‘infulada’, puede entenderse que de ella procedieron varios obispos. Esa ‘casa episcopal’, si puede decirse así, tenía por gentilicio el de Valerio.

   Al comenzar el siglo IV, en la primera reunión conocida de obispos hispanos, en Iliberris (junto a Granada); luego llamada Elbira o Elvira), firmó un Valerio de Zaragoza. No es, pues, osadía ver en él a un miembro de esta case e, incluso, pensar que fuese el obispo a quien la opinión común santificó para la posteridad. Tales parecen hoy los datos más sólidos sobre san Valero. Su fiesta se celebra siete días después que la de san Vicente, su asistente (diácono), que padeció la muerte, a diferencia del obispo. El renombre de Vicente fue ecuménico, mientras que Valero limitó su fama a unos pocos sitios.

Obispos inventados

   La falta de noticias en materias que, durante siglos, tuvieron grandísima importancia política, económica y social y eran fuente de prestigio, poder y riquezas estimulaban las invenciones. La cristiandad antigua de Aragón tuvo notables falsarios, que dejaron a la posteridad el trabajo de limpiar tanta maleza sembrada, aun a riesgo de pasar por gente impía.Eso incluyó a personas  como ciertos clérigos instruidos  de los siglos XVIII al XX y al mismísimo Costa, que se encendía con este asunto de la acumulación de devotísimos camelos

   A Atanasio y Teodoro se añaden Epicteto, Pedro, Simplicio, Valeriano, Lucio, Isidoro o Bencio, figuraciones que tienen inventores conocidos y que se pusieron en el papel con fines que unos reputan ‘piadosos’ y otros, ‘espurios’. Las falsificaciones se espolvorean entre los siglos I al VIII, tapando oportunamente huecos al gusto del falsificador.

Valero, vencedor y con roscón

   Frente a estas fantasmagorías, que aún agradan a los crédulos en nuestros días , Vicente, Valero y Engracia están bien atestiguados, si bien muchos detalles de sus vidas y muertes  son ‘pías leyendas’, creadas tardíamente. Su mayor valor es, acaso, que ayudan a entender las mentalidades de otro tiempo y sus arquetipos culturales. Los abundantes falsificadores de santidades resultan representativos de ciertas actitudes en boga durante las épocas en las que fraguaron sus falacias.

   Engracia, individualizada por Prudencio, ha perdido de hecho el patrocinio sobre Zaragoza. Valero, mencionado sin señas particulares en una familia de obispos, le ha ganado. Y con roscón

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