Las preguntas y la nada / Carlos Calvo


Por Carlos Calvo

La crisis se está convirtiendo en un recurso de conversación intrascendente, incorporada al saludo obligado en lugares tan efímeros como un ascensor o la espera ante cualquier ventanilla. Antes se utilizaba el tiempo, el frío cuando sobreviene en verano o el calor si aparece en febrero.

Ahora, los recortes, el desempleo y la famosa prima de riesgo marcan el ránking de la charla esporádica. Sin embargo, cuando lo que se nos viene encima necesita más rebeldía que una charla de ascensor, hacemos unas preguntas para tratar de dar con las respuestas, porque hablar hoy de evolución y crecimiento es como tocar un violín con el palo de una escoba. ¿Es interrogativo el sentido de la vida? ¿Acaso no oímos decir hasta la saciedad que una buena ficción plantea siempre preguntas? ¿Odian los periodistas los grandes libros de ficción? ¿Los sueños de la razón producen mosntruos? ¿Es malo que haya muchas hormigas en las macetas? ¿Nos encontramos en la peor de las situaciones posibles porque no tenemos en quién confiar? ¿Por qué escribimos siempre en contra de y no a favor de? ¿Nos inspiran las decepciones? ¿Es necesario echar colonia en la colonia para que huela bien? ¿Por qué nos damos cuenta de lo importante solo cuando sufrimos? ¿Por qué hacemos caso a Punset diga lo que diga? ¿Por qué cabe la interpretación en lo lúdico? ¿Dónde está el dinero? ¿La opinión popular en referéndum implica garantía de acierto? ¿La opinión de una mayoría parlamentaria implica garantía de acierto? ¿Qué hace falta para que el sentido común y la defensa de nuestros mejores logros sean el capital para salir del agujero al que nos han metido ineficaces y tramposos? ¿Ahorran en perejil para seguir inflándose a caviar? ¿Nos damos cuenta los españoles de la situación en que estamos? ¿Por qué no, en lugar de cortar y recortar, proceden a limpiar, a diezmar, esas infladísimas estructuras burocráticas en cuyos engranajes es en donde se queda la pasta gansa que debería servir para que la gente pudiera tener acceso no solo a los productos culturales sino al mismísimo y democrático placer de la creación artística, tan radicalmente enfrentado a la otrora alienante productividad laboral?

 

¿Cómo es posible que, tras cinco años de iniciada la crisis, ningún partido tenga un diagnóstico de lo que pasa en España ni una estrategia coherente para superarlo? ¿Quién manda? ¿Quién lleva el timón del barco? ¿Sabe alguien cuál es el rumbo? ¿Quién rescata a los trabajadores? ¿Es rentable el carbón español? ¿Qué futuro espera a los jóvenes que entran en la mina? ¿No sería mejor pagar directamente al empleado y reciclarlo sin pasar por las arcas del empresario o del sindicato? ¿No es el camino correcto reciclar a sus trabajadores y no la subvención? ¿Hay quienes sin respirar el polvo del carbón se lucran de los impuestos? ¿Cuál es la alternativa a la extracción del carbón? ¿De qué van a vivir, mientras tanto, los habitantes de las cuencas mineras? ¿Cómo van a poder generar riqueza más allá del carbón? ¿Por qué hemos de mantener la actividad industrial de la minería, obsoleta, deficitaria, superada por las nuevas fuentes de energía y por el desarrollo tecnológico? ¿Por qué han de costarnos el dinero las minas de Aragón, de León y de Asturias, y, en cambio, pasamos en el AVE por Puertollano -¡Ave César, los que van a morir te saludan!-  y vemos la desolación casi lunar de las que fueron productivas instalaciones industriales de la sociedad minero-metalúrgica de Peñarroya, cerradas cuando había que pegarles el golletazo? ¿Por qué no hemos seguido manteniendo a esos mineros? ¿Por qué unas minas se mantienen abiertas costándonos millonadas y otras se cerraron por su falta de rentabilidad y viabilidad económica? ¿Qué ocurrió con las siderurgias y los astilleros? ¿Se siguen manteniendo las locomotoras de vapor con dinero público para que los maquinistas y los fogoneros no fueran al paro? ¿Teclearía estas líneas en una máquina Hispano Olivetti si me subvencionara el gobierno? ¿Habría que envolver los caramelos de uno en uno, como antaño? ¿No estamos siendo un poco como los mineros –o los pigmeos- cuando nos empecinamos en permanecer contra toda evidencia? Y tú… ¿por qué vienes tanto a este garaje?

 

¿Cómo se ha pasado de nuevos ricos a necesitar ayuda europea para evitar la bancarrota? ¿Qué ha llevado al derrumbe económico que se traduce en el mayor recorte de derechos de la democracia? ¿Dónde está el dinero de la burbuja inmobiliaria? ¿Quién toma las decisiones que afectan en el día a día? ¿Ayuda mucho, aunque sea poco, el socorro en la necesidad? ¿Crisis u oportunidad europea? ¿Por qué nos aferramos al hogar y al pasado? ¿Quién nos hace crecer? ¿Qué mal nos hace crecer? ¿Dónde reside el equilibrio con el medio si nuestra naturaleza es también cultura? ¿Quién tiene la paja en el ojo, y quién la viga? ¿O son dos vigas? ¿El fin siempre justifica los medios? ¿La estupidez es nuestro punto fuerte? ¿O solo la vulgaridad? ¿Es el estilo, y no la sinceridad, lo que cuenta? ¿Por qué hay algunos que se consideran solo presuntos si está demostrado que por su mala gestión son absolutamente culpables? ¿Los tipos inteligentes planean con talento el atraco al banco y los mediocres lo hunden presidiendo su consejo de administración? ¿Qué hay de cierto en que algunos jinetes vencen en el hipódromo gracias a ser menos inteligentes que sus caballos? ¿No es verdad que la realidad se impone siempre al día siguiente? ¿Por qué considerar gilipollas al prójimo? ¿Las terturlias económicas superarán en audiencia a las de cotilleo? ¿Cuánto tiempo podremos vivir al borde del abismo? ¿La religión y la ideología están para justificar errores y horrores? ¿De quién son nuestros impuestos?

 

¿Por qué ha de pagar la ciudadanía las deudas de bancos y empresas? ¿Toda la deuda es legítima? ¿Hay que pagar de golpe toda la legítima? ¿Por qué no convertir el negocio financiero privado en una gran banca pública que invierta en actividad productiva y maximice el bienestar social? ¿Por qué no combatir la depresión de la demanda con incrementos generalizados de salarios y pensiones? ¿Por qué no repartir el trabajo y el empleo reduciendo la jornada laboral? ¿Por qué no impulsar inversiones masivas en energías alternativas, sanidad, enseñanza o investigación? ¿Por qué no combatir y erradicar el fraude fiscal, equivalente a lo que el gobierno quiere ahorrar y recaudar sobre las espaldas de los más débiles? ¿Por qué aceptar las transaciones con paraísos fiscales? ¿Deben pagar el coste de la crisis sus responsables, es decir, banqueros, especuladores de todo tipo, sectores que han buscado el dinero rápido agrediendo los ecosistemas y generando un consumismo dilapidador? ¿Deben pagar los colaboradores gubernamentales a cargo de sus bienes privados y si hace falta con responsabilidad penal? ¿La ofensiva global del capital es tan bárbara y drástica que no da lugar para negociaciones y componendas entre burocracias políticas, patronales y sindicales? ¿Es hora de la revuelta contínua, de la movilización permanente, incluidas las huelgas generales y también de insumisión ciudadana e institucional? Y si no, ¿qué hacen las administraciones públicas para repartir y redistribuir la riqueza, como es su obligación? La respuesta a esta última pregunta es fácil: nada. Y detrás de la nada, más nada aún. ¿Hay alguien ahí?

 

 

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