Por Maria José Hernández
Me levanto cada mañana llena de esperanza en el nuevo día, lo prometo, y en el camino de casa al trabajo, me repito cien mil veces los mantras necesarios para sobrevivir las próximas horas, y entonces, de repente, cuando llego al trabajo ¡¡¡¡zas!!!! me asalta una vieja y, no por ello amada, conocida … es la rutina.
La rutina de mirar los periódicos gratuitos que tan bien informados mantienen a la ciudadanía, y la rutina de leer con fruición las noticias sobre la situación económica actual.
He de reconocer que la rutina ya no lo es tanto, porque antes sólo me interesaban las noticias nacionales y ahora, sin embargo me empapo hasta de las valores en bolsa de las más pequeñas empresas en el más remoto país del mundo, con la vana confianza de convertirme, así de pronto de la noche a la mañana, en una verdadera experta en finanzas.
Y no hago esto porque quiera, en los tiempos que corren, hay que saberse la prima de riesgo hora tras hora, las subidas y bajadas del Ibex y del Dow Jones, el Nikkei ya no es tan importante, las útlimas Sarkosyzadas y Merkeladas a ver por donde van los tiros, y por supuesto esperar el viernes con emociones encontradas para ver qué nuevas noticias nos deparan los del Consejo de Ministros.
Que digo yo que estos del Consejo de Ministros ¿saben lo que es trabajar en equipo? (ay, ay, ay, me estoy viendo venir, voy a acabar hablando de lo mismo). Y tengo un ejemplo en la puntica de la lengua, ¿por qué la Sanidad no le pregunta a la Economía de números? Más que nada porque ha quedado demostrado que la Sanidad de porcentajes y progresividad no entiende un carajo, pero mujer si tienes sentada a tu lado a la Economía que es la primera de la clase en cuanto a números se refiere, vamos no seas orgullosa y pienses que lo sabes todo, y pregúntale por fórmulas matemáticas, logaritmos neperianos y esas mandangas para que luego te queden más bonicos los Reales-Decretos.
(Bueno, ya no hay vuelta atrás). Me estoy refiriendo claro a la progresividad que han aplicado para que el ciudadano, a partir de ahora, aporte su granito de arena al coste de los productos farmacéuticos, y yo que soy de letras, pues aún así no me salen las cuentas. Si los que perciben rentas de menos de 18.000 euros tienen que apoquinar el 40% del producto (que no medicamento), los que están entre los 18.000 y los 100.000 euros (que somos la mayoría, creo) apoquinamos el 50% del mismo producto, aquellos algunos pocos que perciben al año más de 100.000 euros (que ya quisiera o quisiese yo) pues ¿está claro, no? El 100% tendrían que apoquinar, ¡ah! pues no, mira, que sólo es el 60% lo que pagarán.
Ya no me acuerdo de la “seño” que me enseñó las “reglas de tres” esas que yo pensaba que me las sabía, pero si me la encontrase le iba a decir un par de lindezas, le preguntaría el porqué de no haberme enseñado correctamente a hacer las reglas esas. De hecho estoy por denunciar al colegio público (claro, era público mi colegio ¿será por eso?), digo que igual denuncio al colegio que me enseño a aplicar unas reglas, señores y señoras, que los del mejor equipo de la nación, los antedichos del Consejo de Ministros, no saben o no quieren aplicar, ¿a qué colegios fueron ellos que les enseñaron unas reglas diferentes? Habría que empezar la reforma educativa por ahí, que los gobernantes y los gobernados fueran al mismo cole y aprendiesen lo mismo.
Y mientras mi mente va pergeñando los términos en los que voy a denunciar a mi colegio, sigo leyendo ese mini-periódico gratuito y se me saltan las lágrimas al leer las opiniones de ciudadanos preguntados al azar y concretamente la de una pensionista que dice “bueno, la cosa está muy mal, pero si hay que pagar los medicamentos (para ella sí son medicamentos y no productos) pues se pagan, que arrimando todos el hombro saldremos adelante”. Se me hace un nudo en la garganta y doy gracias a Dios porque reconozco en sus palabras las de tantas buenas personas que harán lo que sea para que las cosas mejoren.
Pero no, ni todos los mantras mañaneros del mundo me tienen preparada para lo que leo a continuación, ex-ministros, ex-presidentes de Gobierno o desgobierno que eso a ellos lo mismo les da, ex-éstos y ex-áquellos, que cobran de empresas privadas pastifales varios y sin embargo, siguen chupando de los PGE’s. Y el nudo en la garganta de emoción se me convierte en un grito ahogado de indignación que me trago con un café de máquina, porque si lo lanzase hacia el exterior todos los cristales a 10 kilómetros a la redonda iban a saltar de sus ventanas hechos trizas.
Y al rato hablo con un trabajador honrado donde los haya, buen padre de un adorable hijo y marido amante hasta la médula, cumplidor pagano de una hipoteca a 25 años de una modesta VPO, a punto de perder la prestación por desempleo porque un empresario un día dejó de tener beneficios, y dijo ¡bah, dejo de pagar a los trabajadores y aguanto unos meses más! y cuando aquello no le fue suficiente dijo ¡bah cierro la empresa y dejo sin pagarles a los trabajadores lo que debo! y con la pasta que se ahorró se compró un “coche de semi-lujo último modelo mega-guay de la muerte”. Y me cuenta ese trabajador que este empresario ha abierto una nueva empresa y que le ha llamado (claro, porque sabe dónde está lo bueno) pero le dice que las condiciones del contrato a negociar, a saber, las pildoritas que nos han colado con la reforma laboral, como por ejemplo que si te pones malito, de verdad, de que te hace mal la barriguita, pues ¡te jodes! y, una de dos, o vienes a trabajar retorcido de dolor o te coges la baja, eso sí, allá tú con las bajas que te coges porque como me enfade te echaré a la calle sin miramientos y sin finiquitos ni ostias (que ya le tengo echado el ojo a otro super-modelo de coche que hace juego con el color de mis ojos).
Y ya a primera hora de la mañana, olvidados mis mantras de optimismo y mis esperanzas de un nuevo día, me pregunto dónde se han equivocado, quienes han sido, porqué no tienen la humildad de reconocerlo y dónde han dejado aparcado el valor necesario que los que mandan han de tener para modificar las cosas en beneficio del ciudadano y no de sus bolsillos.