Despilfarro / Christian González


Por Christian González Toledo

    Ahora que regresan a los teledidarios imágenes de hambrunas remotas en el cuerno de África, imágenes de seres humanos pereciendo con rostro implorante que creíamos ya parte del pasado, merece la pena detenerse a reflexionar sobre las ideas que Tristam Stuart plantea en su libro Despilfarro.

    El escándalo global de la comida, publicado recientemente por Alianza Editorial en colaboración con Intermón Oxfam en el marco de su campaña CRECE, con el fin de concienciar sobre los enormes desequilibrios del sistema alimentario mundial.

    Mientras en el planeta se produce comida suficiente para alimentar holgadamente a las 7.000 millones de personas que lo habitamos, más de mil se van a la cama con hambre al tiempo que 500 millones son obesas.

    En vista de que el problema no es la falta de alimentos, ¿dónde falla el sistema?

    La propia forma de vida que hemos implantado en las sociedades ricas ha puesto en marcha una tendencia imparable que ensancha cada vez más la brecha entre ricos y pobres y amenaza con destruir los ecosistemas que, no lo olvidemos, no los heredamos de nuestros padres sino que los tomamos prestados de nuestros hijos.

    Las campañas salvajes de consumo rápido, masivo e innecesario de alimentos provocan que compremos mucha más comida de la que necesitamos, lo que supone no sólo un riesgo para la salud de las personas, sino una auténtica amenaza para las zonas forestales, los pulmones de nuestro planeta, convertidos cada día en zonas de cultivo intensivo para seguir haciendo girar la rueda.

    En medio de este sinsentido, los países ricos despilfarran la mitad de sus alimentos y los países pobres, aquí la paradoja, desechan entre el 30 y el 40% de su comida, debido a la falta de infraestructuras para conservarla y distribuirla.

    Limitar este despilfarro y conseguir un reparto más eficiente de los alimentos no sólo conseguirá paliar las hambrunas a corto plazo. También logrará que la selva amazónica siga siendo una selva y no un campo de maíz transgénico, que nuestros océanos sigan siendo un lugar hermoso poblado de peces grandes y pequeños en vez de una sopa caliente plagada de gusanos.

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