Viaje a Italia

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Por José Joaquin Beeme

    A casi diez años de la muerte de Enzo Biagi, partisano boloñés y (con Montanelli, su amigo) uno de los mayores cronistas italianos, viajero y gran entrevistador, inventor de formatos televisivos y periodísticos, ágil divulgador histórico, incluso en forma de cómic, y campeón de la libertad de prensa (depurado por Berlusconi de la RAI, su casa madre, el premio ‘Biagi’ galardona hoy a escritores sin tapujos como Saviano), traduzco una de sus múltiples anotaciones sobre este contradictorio y soprendente país que me acoge, va para dos décadas.
Por José Joaquín Beeme
Corresponsal del Pollo Urbano en Italia
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   «Italia es la única nación del mundo que incluye en su territorio otros dos estados: Ciudad del Vaticano y la república de San Marino. Además del poder oficial existen otros, menos evidentes: el Cupulón [de San Pedro], que simboliza la iglesia católica, y la Cúpula, metáfora de la mafia. Pero ay si no hubiera curas y monjas que atienden a drogadictos, extracomunitarios, enfermos de sida, escuelas que funcionan y casas de beneficencia como el Cottolengo de Turín. Incierto es el número de sus habitantes: un millón de ciudadanos, que figuran en las estadísticas, en la realidad no existen. Teníamos el segundo partido comunista, después del ruso: una vez desaparecido, en las elecciones administrativas se presentan hasta 18 listas. Vamos en cabeza. Se considera a Italia el «Bel Paese»: 700 museos (cuya visita es bastante complicada), 30.000 iglesias, 20.000 castillos. También se le llama «país del sol», pero Venecia es más fría que Londres y en Cervinia cae más nieve que en la taiga siberiana. Echemos un vistazo a cómo nos han visto los grandes viajeros del pasado. Para Montaigne, los romanos son unos tipos cuya principal ocupación consiste en «darse una vuelta por las calles». Montesquieu parece casi la contrafigura de Bossi [el fundador de la Liga Norte]: «En Roma los más viles están destinados a los altos cargos». Turín gusta a Chateaubriand, que la encuentra nítida y regular, sólo que con «un aire triste». James Fenimore Cooper, el del último mohicano, descubre que en Bolonia hay «dos feas torres de ladrillo, inútiles», mientras le caen bien los vagabundos de Nápoles: «no es fácil hallarlos más felices». Venecia, según Montaigne, está llena de putas, «utilísimas» porque con lo que sacan de su oficio «hacen ganar a los comerciantes». En Bolonia, para este escrupuloso observador, se habla el peor dialecto, mientras que los genoveses «no son sociables en absoluto», lo que obviamente deriva «de su extrema tacañería». A la vez, resulta evidente la «pereza de los napolitanos».  Los sardos, en cambio, son «inteligentes» y los nobles florentinos, «afables». Consolémonos con Goethe: «Todos somos viajeros y vamos en busca de Italia». Flaubert tenía la impresión de haberla encontrado en plena forma: «Allí todo es alegre y fácil». No siempre, la verdad.»

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