Italia: Ciudades caracol

Por José Joaquín Beeme
Corresponsal del Pollo Urbano en Italia
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     Fiestas en Begur: la animosa ciudadela se abre en un girasol de finos restaurantes alrededor de macizas torres vigías y lujuriosas, nostálgicas casas de indianos.
    Noches de salsa cubana y caletas de tibio mar esmeralda. La vida, en este «país d’arrauxats, de tabalots, d’enfollits» —expresión de Pla que sienta bien a los varios dalís que he tropezado—, transcurre con una dulzura masticada de otras épocas, resistiendo la nuestra como buenamente puede. Desde este ameno rincón del Ampurdán evoco mi Italia mejor, la que inspirada en las comidas lentas de Carlin Petrini inventó en 1999, diez años después de aquella rebelión boca a boca, la Cittaslow, elogio de la buena vida por «ciudadanos interesados en los viejos tiempos», que defienden cosas tan elementales como las raíces agrícolas (orgánicas) de nuestra alimentación, la ecogastronomía, el turismo y la movilidad sostenibles. Con su cuartel general en la ciudad umbra de Orvieto, italianas son las ciudades que más han adherido al proyecto, seguidas de las alemanas, holandesas, francesas y surcoreanas. En nuestro país, sólo seis (¡bravissima Rubielos de Mora!), coordinadas desde el ayuntamiento begurí. Reencontrar el tiempo propio, sentir el paso de las estaciones, saborear una cocina genuina, redescubrir la sacralidad del paisaje, aprender de usos y tradiciones para darles nueva linfa, reivindicar la huella humana del artesano, del artista que vive por sus manos, dejar que fluya el espíritu, o la gracia, por los poros del pasado-presente. Quietud reflexiva, pequeños grandes placeres, stop a la carrera loca que nos aboca al barranco: «coses anacròniques, una mica tronades, pansides», como el somarda ampurdanés decía de su amigo Pujols. Es posible; pero no nos queda otra. 

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