Por Gloria Cohen
En mi reciente viaje de vacaciones por el norte argentino, descubrí un pueblito que me asombró por su historia y por estar como perdido en el tiempo.
Se trata de Yavi, en la Provincia de Jujuy, a 15 kilómetros de La Quiaca muy cerca de la frontera con Bolivia.
Yo desconocía su existencia, a pesar que soy una amante de la geografía y una viajera inquieta.
Allí visité la Iglesia de San Francisco y la Casona de los Marqueses convertida en un interesante Museo, las últimas construcciones en pie de uno de los numerosos centros poblados del Marquesado, que se extendía por los actuales municipios de Chuquisaca, Tarija, Tupiza (en Bolivia), Yavi, Orán, Casabindo, Cochinoca, Santa Victoria Oeste, Iruya y San Antonio de los Cobres (en Argentina) abarcando toda la Puna, una zona estratégica en el «Camino Real» de la época colonial que comunicaba el Río de la Plata con el Alto Perú, un oasis natural de ricas pasturas a 3.500 metros de altura sobre el nivel del mar.
Cabe destacar que este Marquesado, más precisamente denominado del Valle del Tojo, fue el único título nobiliario concedido por la Corona de España en el territorio de lo que luego fue la República Argentina. Aunque, durante las invasiones napoleónicas, la Junta Suprema Central concedió el título de Conde de Buenos Aires a Santiago de Liniers por su defensa de la ciudad durante las invasiones inglesas.
Los orígenes del Marquesado de Tojo se remontan al año 1679, cuando la única heredera de una rica familia puneña -de tan solo 11 años- contrajo matrimonio con don Juan José Fernández Campero, un hidalgo procedente de Cantabria que había llegado como parte del séquito del virrey del Perú. Pocos años después, Fernández Campero enviudó y se convirtió en uno de los terratenientes y encomenderos (aquellos que por Merced Real tenían indígenas bajo su tutela y cobraban a éstos tributos para la Corona) más ricos de la región y logró adquirir el título de Marqués en 1708.
Las propiedades, las encomiendas y el comercio de mulas le permitieron acrecentar sus propiedades, así como realizar donaciones para la construcción de iglesias en la Puna (Cochinoca y Casabindo), adquirir una magnífica biblioteca, y contratar al pintor cuzqueño Mateo Pizarro para la decoración de la Iglesia de San Francisco de Yavi.
El marquesado duró cuatro generaciones. El cuarto marqués luchó contra la dominación española pero, al igual que otros independientistas del Alto Perú, apoyó la instauración de una monarquía incaica como forma de gobierno de los territorios liberados.
Finalmente triunfaron las ideas republicanas impulsadas por Buenos Aires y en 1813 fueron abolidos los títulos de nobleza, así como la esclavitud, en el todo el territorio de la Confederación Argentina.
A pesar de ello, en años posteriores hubo descendientes del marquesado que siguieron reclamando la posesión de las tierras en la Puna. En Yavi se entrecruzaban tres intereses: el de los descendientes del marquesado cuyos derechos caducaron en 1813, el del Estado Provincial que reclamaba las tierras como fiscales y el de los campesinos indígenas que reivindicaban la posesión ancestral heredada de sus antepasados.
A finales del siglo XIX se combinaron una serie de factores que provocaron una rebelión, que se extendió y concluyó cruentamente con la derrota de los indígenas.
En mayo de 1946, un grupo de indígenas de la puna jujeña partió hacia la ciudad de Buenos Aires para reclamar la posesión de las tierras que habitaban desde antes de la llegada de los españoles.
El denominado “Malón de la Paz”, recibió un gran apoyo en las ciudades que atravesó en los dos meses que tardó en llegar a Buenos Aires. Allí fueron recibidos y agasajados por el entonces presidente Juan Domingo Perón, hasta que en una madrugada fueron llevados sorpresivamente y por la fuerza a la estación del ferrocarril, donde custodiados volvieron a Jujuy.
Posteriormente, se les fueron otorgando las tierras en forma lenta. Por falta de deslindes y de mensuras, la mayor parte de los pobladores sigue aún sin obtener la transferencia plena de su propiedad.
Todas estas interesantes historias y otras más están contadas en el Museo de Yavi acompañadas de mobiliario de época.
También se puede dar un paseo por el simpático pueblito y degustar comidas típicas, como el estofado de cabrito o de llama y el guiso de quinoa, además de empanadas, tamales, humitas y locro.
En 1907 se fundó La Quiaca ciudad lindante con la localidad boliviana de Villazón, a la que llegó el ferrocarril. A partir de allí, Yavi quedó como detenida en el tiempo, a un costado del progreso y guardando antiguas historias de la Puna.
Desde el extremo norte del país recordé otro viaje y un cartel en Ushuaia, la ciudad más austral de Argentina (y del mundo), que mide las distancias… a Buenos Aires, unos 3.000 kilómetros y a La Quiaca más de 5.000… y me sentí impresionada.