Monesma, el honor de los Simón


Por Don Quiterio

    El incansable Eugenio Monesma, de amplia trayectoria, con cientos y cientos de trabajos a sus espaldas, se levanta temprano y, como una suerte de Indiana Jones…

…aragonés, observa la montaña a la que arrancará una astilla: la carga a su espalda y regresa hacia casa pensando que pesa, que más le valdría esculpir en madera o en corcho, pensando una isla, un bosque abrasado, un ángel con alas acaso mutilado. Y nos introduce en la historia escrita de sus huellas dactilares, en las rayas de los mapas de sus manos agrietadas por el tiempo y la amnesia de caricias y batallas. Un espacio inagotable, un laberinto de pasos inacabables. Este realizador oscense, cosecha del 52 y especializado en documentales etnográficos, recibió el premio Simón de honor de la academia de cine aragonés, con Jesús Marco al frente, en la gala que se celebró en este 2022 en el palacio de congresos de Huesca. La ceremonia estuvo amenizada por la Big Band de Huesca, con el actor oscense Rafa Maza como maestro de ceremonias, junto a Jaime Ocaña.

  Una gala, en su undécima edición, que salió por segunda vez de Zaragoza (el año anterior se organizó en Andorra) y premió a directores (Alexis Morante, José Manuel Herraiz, Gerald Fillmore, Isabel Soria, Fernando Vera), guionistas (Gerald Fillmore), intérpretes (Rafa Maza, Laura Gómez-Laguna), fotógrafos (Daniel Vergara), productores (Raúl García Medrano), montadores (Nacho Blasco), músicos (Jesús Aparicio), maquilladores (Irene Tudela), vestuario (asociación ‘A Cadiera’), dirección artística (Luis Sorando), sonido (Dani Orta), efectos especiales (Jaime Cebrián, Fernando Jiménez) y contribución social (Fernando Vera). Y los trabajos galardonados fueron, en sus diferentes disciplinas, ‘Héroes, silencio y rockanroll’, ‘Los muros vacíos’, ‘Vuelve con mamá’, ‘For Peter’s Sake’, ‘Parresia’, ‘Armugán, el último acabador’, ‘Ansó: rasmia, funcias y muita historia’, ‘García y García’ y ‘Los acordes de la memoria’.

    Sabio de tristezas y erosiones, Eugenio Monesma comienza su andadura cinematográfica a partir de 1979 con algunos cortometrajes documentales y películas de temas de animación o de ficción con un contenido pacifista y en la línea de la no violencia, en los que busca la individualidad y el desarrollo de su creatividad. Es en 1982, tras conocer y contactar con Ángel Gari y Manuel Benito Moliner en el instituto aragonés de antropología,  cuando comienza a realizar trabajos etnográficos y el tratamiento de tradiciones, costumbres, oficios que se pierden y formas vitales del Pirineo y de las gentes del Alto Aragón: la vida pastoril, la caza en barracas, la cantería, las salinas, el calafatero, la lana y el esquileo, el espartero, el calderero, el alpargatero, la matacía, el cultivo del azafrán, el laboreo de la tierra, el cereal, el panadero, el vino, el aceite, el cáñamo, las escaleras de chopo, la choza del carbonero, las tejas, el yeso, los adobes, el tapial… Su interés, al fin y al cabo, se basa en el mundo animal, el mundo vegetal y la madera o el mundo mineral y de la construcción.

    De este modo, la cámara de Monesma va filmando, poco a poco, como la vieja hila el copo, la alfarería de Bandaliés, el alambrado de los pucheros para darles mayor consistencia y conservar mejor el calor, el esquilado de caballerías, la alfarería de Calanda, la sidra del Pirineo, los espárragos montañeses, el carbonero de Agüero, el molinero de Sástago, el cuchillero de Tramacastilla, la ramada de Isábena, los sepulcros megalíticos del Alto Aragón, el arte rupestre pospaleolítico del río Vero, la cestería rural, las jornadas gastronómicas de la cocina aragonesa, la trashumancia en el Pirineo, la pesca tradicional, los riegos del Bajo Gállego o los colonos del secano. Y las romerías de Santa Ana, de Crucelos, de Santa Orosia. O los dances de San Juan de la Peña, de La Almolda, de Tardienta, de Rebres, de Sariñena, de Huesca, de Almudévar, de Lanaja, de Sena, de Apies, de Alagón, de Castejón de Monegros. También personalidades varias, de Viola a Ramón Acín, de José Beulas a Picasso, de Broto a Joaquín Costa, de Sender a Natalio Bayo.

    “Llegó un momento”, al decir de Monesma, “en el que me sentí en la obligación de continuar realizando programas de este tipo porque te das cuenta de que tú eres el único que lo está haciendo. Por medio de estas películas se pretende recuperar en imágenes algo que solo lo conocen algunas personas y que se está perdiendo. Intento recuperar los contenidos de los oficios ya desaparecidos o en vías de desaparición. Algunas veces, sin embargo, esto no ha sido posible. Recuerdo que estando en el Maestrazgo de Teruel recibí la noticia de que dos meses antes había fallecido el único tintorero de la comarca”.

    Incansable en su labor de recuperación del patrimonio etnográfico y antropológico aragonés, el trabajo de investigación realizado por el oscense durante más de cuarenta años es de una envergadura impresionante, en una prolífica filmografía, aportando elementos y recursos que enriquecen este género documental, que acaso no tengan una base popular y auténtica al realizarse desde unos planteamientos aragonesistas y oficialistas. Lo que ha llevado a que dichas actividades –muy interesantes en sí mismas- hayan sido engullidas por el consumismo de la sociedad.

    Sea como fuere, la trayectoria de Monesma, a medida que va sumando trabajos, parece adocenarse en un estilo que no profundiza en los elementos meramente cinematográficos. Si comparamos, por poner un ejemplo, el trabajo del pintor y cineasta zaragozano Eduardo Laborda ‘Trébago, la rueda de la fortuna’ (2012), que bien podría haber filmado Monesma, donde la piedra se aliaba con el misterio (y la música) de los árboles para hablarnos de las técnicas de los moleros y el ámbito comercial de sus producciones, la capacidad poética, casi mística, con un inicio digno de un Werner Herzog, de ese documental poco tiene que ver con lo que se aprecia en las imágenes de ‘Los  secretos de las piedras’ (2013), serie documental que supuso otro paso más en la carrera del oscense, aunque pareciera que todo el poso anterior no sirviera de mucho para darle al documento ese halo mágico a través, en este caso, de las piedras de la memoria. Si el pintor y cineasta zaragozano intenta ser profundo, crítico, lírico, de hondo espíritu fílmico, Monesma no consigue un ritmo armonioso en sus descripciones, ni cristalizar su realce simbólico, sus posibles situaciones oníricas, sus contenidos literarios.

    El problema de Eugenio Monesma es que no puede considerarse un cineasta propiamente dicho. El altoaragonés se ha acostumbrado a hacer reportajes televisivos, de esos que tanto abundan ahora en el género documental, sin esmerarse en ampliar las posibilidades de la creación audiovisual. Y no responde a la obligación que tiene todo cineasta, o sea, ver las cosas desde otro punto de vista. Todo su trabajo resulta, pues, previsible, académico, superficial. Este es el mayor reproche que habría que hacerle a este esforzado realizador, visiblemente emocionado al recibir la estatuilla honorífica.

  Posiblemente, como bien apunta Armando Serrano, “será el futuro el que calibre con mayor perspectiva la trascendencia que la cámara de Eugenio Monesma ha tenido en el conocimiento de nuestras costumbres”.

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