Por Don Quiterio
“Figura es un thriller que reúne las virtudes narrativas del largometraje con la máxima esencia del cortometraje: la seducción, el ritmo y la fuerza visual, y el poder de entretener. Es una apuesta valiente que sienta las bases para alcanzar proyectos de mayor envergadura”.
La carrera profesional de Maxi Campo comienza en Madrid, en 1999, como realizador de spots publicitarios y videoclips, y como guionista de documentales. En Figura nos cuenta las vivencias de dos hermanos huérfanos que se enfrentan entre sí tras el fallecimiento de su abuelo, un afamado artista. Lo que podría haber sido una intensa historia de personajes reales con intereses contrapuestos se convierte en un thriller absolutamente repleto de tópicos y convenciones, casi como si sus responsables hubieran acudido a un autoservicio de tarifa fija y hubieran cogido todos los que le cupieran en los bolsillos.
La aplicada factura televisiva del producto evita males mayores y lo deja en un trabajo discretamente entretenido, aunque decididamente prescindible, debido a una narración llena de despropósitos, simplezas de todo tipo, personajes esquemáticos y predominio de la acción frente a la descripción (se confunde, una vez más, el ritmo con la acumulación y rapidez de los planos). Más próximo, pues, al típico telefilme de sobremesa que al sobrio y profundo retrato de sentimientos que aspiraba a ser, Figura se convierte en un melodrama familiar de lo más convencional, que muy bien podría contituir el piloto de una serie al modo americano, tal es el calado y la mirada que dirige a sus numerosos personajes y conflictos, un aliento superficial y tremendista que limita decididamente al producto, reiterativo en situaciones y recursos.
La confrontación de motivaciones entre los protagonistas, y los valores de cariño, lealtad y respeto frente a los de resentimiento, vanidad y traición, sólo sirve, desgraciadamente, para un simple encadenado de previsibles convenciones al género, personajes y situaciones de parvulario, que arruinan por completo esos supuestos buenos propósitos que animan el proyecto. Los actores, a los que el amateurismo les canta la traviatta, tampoco ayudan.
Entre persecuciones, tiroteos, mafiosos del tres al cuarto, remansos sentimentales de pacotilla y consideraciones artísticas de chiste, Maxi Campo convierte Figura en un rosario de lugares comunes expuesto sin la menor capacidad de análisis, donde todo se explica para no dejar ni un resquicio a la autónoma interpretación del espectador y nutre el imaginario de un relato que desvela pronto su pedestre afán moralizante, sin preocuparse lo más mínimo en dar desarrollo a la psicología de sus criaturas. A pesar de los medios manejados, todo recuerda los rutinarios cortometrajes de hace unas décadas, sobreactuaciones incluidas.
Figura se sumerge, en última instancia, en el plano esteticista del todo ajeno a la profundidad dramática, en un ejercicio que puede ganarse la simpatía del espectador menos exigente, cercano más en su ingenuidad que en su dispar eficacia, para introducir el giro definitivo hacia el thriller violento con trasfondo de cine negro, pero, al fin y al cabo, resulta descabellado ambientar una historia de esta índole por las calles de Huesca.
Después de haber visto mil veces este tipo de propuestas, la duda se vuelve abismal: ¿para qué? Se comprende la propuesta, la manipulación consentida, la interpelación personal, el truco, pero ¿hay alguien o algo más detrás del juego? Acaso no importe.