«El hablador», Documental de José Manuel Fandos y Javier Estella


Por Don Quiterio

    El cineasta turolense José Manuel Fandos y el zaragozano Javier Estella han viajado a ciertos poblados indígenas del Perú para dejar constancia de las injusticias sociales en uno de los países con mayor diversidad etnolingüística y cultural del continente americano.

    Sólo en la región amazónica, que ocupa más del sesenta por ciento del territorio nacional, existen unos cuarenta grupos contactados al margen de los que se encuentran en situación de autoaislamiento.

     El resultado de este viaje ha sido “El hablador” (2011), un documental estrenado recientemente en el Centro Joaquín Roncal y cuyo objetivo claro es el de la concienciación. A la manera de un filme etnográfico, “El hablador” –como el homónimo literario de Mario Vargas Llosa- deja la palabra a las personas que habitualmente no son escuchadas y se nos ofrece como un viaje contra el olvido, un recorrido por algunas comunidades nativas del país andino y su ancestral estilo de vida, que, de un tiempo a esta parte, se ven arrinconados por la especulación política y maderera.



     El panorama es muy preocupante en estos enclaves del Perú, nos advierten los autores del documento, ya que se han ido extinguiendo a lo largo de los últimos cincuenta años bastantes grupos y actualmente existen poblaciones indígenas en proceso de desaparición biológica y cultural, en buena parte por la falta de políticas orientadas a asegurar la supervivencia, en un contexto de avance implacable de la colonización cultural y económica que privilegia la extracción (legal o ilegal) de los recursos naturales y la colonización de corto plazo, no planificada, que desconoce el manejo sostenible de los ecosistemas, y avanza a costa de una rápida erosión y devastación del territorio.

    Algo que caracteriza a este importante documental de José Manuel Fandos y Javier Estella es su función de intermediario entre una realidad humana que es observada y otra realidad que la observa, y que es susceptible de ser cambiada. Así, las cámaras de los cineastas –y las de los lugareños- se desplazan por asentamientos machiguengas para conocer “in situ” cómo viven estos pueblos indígenas que constituyen la única alternativa viable que nos queda en la lucha franca para salvar de la depredación nuestros bosques y espacios naturales.

   En el universo mágico de los machiguengas los pájaros, los insectos, las plantas, las estrellas, los peces de los ríos, los seres más minúsculos, todos, albergan dentro de sí espíritus que antes fueron carne y hueso. Durante miles de años los nativos machiguengas, al igual que los demás pueblos de la Amazonia peruana, se han venido organizando en clanes de un reducido número de personas. Con el tiempo, todo se viene abajo con la llegada de la colonización y el consiguiente despojo de la riqueza de estos guardianes del bosque. La destrucción del orden ancestral, debido a la explotación financiera, arrinconan a estos nativos a los lugares más inhóspitos y a su lucha por la supervivencia debido a la pobreza y las enfermedades.

   Como ya hicieran por tierras guatemaltecas en el preciso documental “La memoria proyectada” (2003), José Manuel Fandos y Javier Estella dan alcance a las voces de sus protagonistas para que nos cuenten cómo, a partir de 1980, el territorio machiguenga ha sido objeto del desarrollo de actividades de explotación de hidrocarburos y en la actualidad se viene desarrollando uno de los más importantes yacimientos de la Amazonia peruana para la producción de gas y condensados. Y cómo la subsistencia depende de la horticultura de roza y quema, la caza y la pesca, y la importancia del cultivo de la yuca, y la sachapapa, y el maíz, y el maní, y la pituca, y el camote, y el plátano. También la cría de aves de corral y animales menores –como cuyes- se ha extendido entre las familias, al mismo tiempo que adquiere notoriedad la producción depara la ocasión a unos poblados indígenas del país andino, en los que tratan de penetrar literalmente en el interior de los habitantes que filman, con el objetivo –o la excusa- de realizar un taller audiovisual, al rodar con la ayuda de los propios protagonistas a los que, inicialmente, debían impartir un pequeño curso de iniciación en el arte de la pantalla. El resultado es un filme nada narrativo y completamente desmarcado de cualquier uso conocido en la industria, que logra generar emociones y sentimientos a partir de la observación tenaz de unos personajes de la vida ancestral a los que terminamos contemplando como si los conociéramos de toda la vida, ya sea cuando relatan sus pequeñas alegrrías o decepciones, cuando expresan sus opiniones sobre el amor o la vida, cuando hablan con los cineastas de sus quehaceres o cuando cantan hermosas canciones populares con total naturalidad.

   Un exigente trabajo que, por lo personal de su concepción, unas veces compartimos más que otras –las escenas de la manifestación sindical-, pero que termina atrapándonos en una espiral de vida y de cine dentro del cine. Un documental que conjuga de un modo sustantivo los temas del olvido y la memoria, el pasado y el futuro, la dignidad y la especulación, la enfermedad y la muerte, el punto de encuentro y desencuentro, los intereses políticos y financieros, los mercados y las leyes, la ausencia y la presencia. Esforzado y comprometido trabajo, en fin, que arrima el hombro a la causa social de la titulación amazónica para sacar a sus habitantes de la pobreza y el desencanto, al que cabría reprochar, no obstante, un elemento unificador que dinamizara la narración, pero que extrae, en última instancia, una serie de oportunas reflexiones acerca de las singularidades morales de ciertas sociedades y sus sistemas.

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