De la banalidad de la revolución a la revolución de lo banal / Enrique Gómez

Por Enrique Gómez

   Mis primeros recuerdos en formación política son los ambientados en una sociedad aburrida y monolitica en la que el Régimen lo ocupaba todo: ¡hasta F.E.N.* me hicieron estudiar!

    Mis mayores, al menos los políticamente concienciados, me hablaban, o mejor dicho callaban, sobre un país triste y gris. Algunos se marcharon aborrecidos y perseguidos al exilio otros, los más, seguían luchando como podían por acallar sus conciencias y deseos de justicia sin caer, una y otra vez, en las redes del sistema represivo oficial.

    La inacción era la norma y la sumisión la mejor virtud social.

     En algunos casos , tras unos primeros balbuceos totalitarios en los que la rebeldía adolescente te hacía mirar admirativamente a los perdedores( como nazis y sudistas hoy miraríamos a la URSS), pasamos, o por referencia particular o por contacto cercano, a formar parte de alguno de la miríada de grupúsculos de izquierda que existieron durante el último franquismo. También se entraba en ellos porque estaban las chicas más guapas, o porque había más posibilidades de ligar.

    Al final debe ser que teníamos el «gen rojo» (que, por desgracia, no abundaba en aquella sociedad, tras años de «vacunación» obligatoria) y del que hablaba el teórico franquista y psiquiatra de referencia del régimen, que asustaba con sus ideas hasta los propios nazis.

    Troskos, depurados y críticos de «el Partido» ( el PCE,  vamos), sindicalistas furibundos, hippies, anarcos, confidentes de la Policía, proto-revolucionarios de salón, etc. Bueno, vamos, que al final éramos cuatro gatos y nos conocíamos todos. A pesar de la sopa de letras de las siglas que nos representaban siempre nos juntábamos los mismos, en las mismas cosas y eso que fue la época, tras la República, en la que estuvimos más cerca de ser «organizaciones de masas».

       Discusiones filosófico-políticas ocupaban nuestro tiempo: asambleas, reuniones, actos de todo tipo, manifestaciones (en las que conocíamos hasta los infiltrados), ese era nuestro devenir cotidiano.

     Y llegó la democracia.

    El tiempo de pensar si tenía posibilidades de reeducación el facherio ( otra de nuestras disquisiciones favoritas) o había que eliminarlo cuándo llegará la inevitable revolución, había pasado.

      De repente, muchos compañeros de la «izquierda extraparlamentaria» empezarían a pasarse con «armas y pertrechos» a los partidos que, estaba claro, tenían más opciones de obtener alguna posibilidad política en las instituciones, me temo que no solo por posibilismo, buscarse la vida y las gavelas del posible cargo, también estaban en la mente de muchos.

     De repente nos dimos cuenta de que la lucha por cambiar el mundo, que de una u otra forma todos los «progres» de la época compartíamos, era una fantasía.

   El mayo del 68, en una dictadura como la nuestra, no había sido ni una anécdota y ahora llegaba el Gran Carnaval de la democracia, por fin, a nuestro país.

   No había habido ruptura, para gran frustración de los republicanos, la mutación del régimen que seguía dando coletazos invisibles (y mucho más que eso en la sombra) era un hecho.

    El fascinante mundo de la democracia, antes conocida por todos los izquierdistas como «burguesa» se abría ante nosotros, la revolución, (quizás siempre lo había tenido en realidad) pasaba a tener el calificativo de utópica y, de repente, nos dimos cuenta de que habíamos luchado por esto.

   Era banal aspirar otra cosa. Ahora el pragmatismo y el posibilismo lo serían todo.

    En el fondo nuestra realidad ( y la de la «mayoría silenciosa», vulgo pueblo llano)no iba a cambiar tanto.

    Avanzar socialmente ya se había comenzado a hacer durante el «milagro español» y el desarrollismo de los ministros franquistas opusianos y tecnócratas.

    Ahora, con la nueva estructura social y política, tuvimos más infraestructuras, un «Welfare State» a la Ibérica (mejor que en algunas cosas que alguno extranjero, por cierto), una clase política satisfecha y una negación y ocultación de la parte oscura, que fue conformando una sociedad apoltronada e insatisfecha.

   Ir avanzando en este desencanto (señal de que había habido una ilusión previa) nos ha llevado hoy día a la Revolución de lo Banal.

    Tan solo queremos nuestros caramelos.

    Los chavales creen que, ya que no tienen ni trabajo, ni futuro, que la sociedad los protegerá de todo mal. No se dan cuenta de que los padres y los abuelos no estarán ahí para siempre y sin estas últimas instituciones personales infancia y juventud van a sufrir mucho al paso que vamos.

   Líderes y «lideresas» claman por la «libertad» afirmando que ésta consiste básicamente en tomar el vino que a uno le dé la gana y una caña donde quiera.

   La banalidad, ese discurso, ha calado precisamente por su sencillez y vacuidad. Los políticos que no prometen nada importante pero que comprenden al apolítico, son los que triunfan.

   En Grecia se llamaba imbécil al que no estaba interesado en la res-pública, porque sabían que al final TODO es política y, si te desinteresas de ella, dejarás que sean otros los que tomen las decisiones sin ninguna interferencia por tu parte. Lo que en realidad esos líderes, buscan.

   Qué chavales, que no tienen conciencia política, no tengan el más mínimo análisis plausible de su propia realidad y prefieran pelear con la policía en la calle, por su derecho a beber cerveza y no pongan en la picota a quienes les han dejado sin futuro, los mismos que les animan a esta revolución inane, es un signo de los tiempos.

    Creo que los viejos de la «extraparlamentaria» deberíamos preocuparnos, ya que ellos parece ser, al menos muchos, no lo hacen.

    Igual es culpa de cómo se les ha educado. Y eso si es responsabilidad nuestra.

    Pues tendríamos que hacernóslo mirar y ver por qué y cómo podemos cambiarlo.

    Se ha pasado de la vacuidad de una revolución imposible a la lucha callejera por un ocio irresponsable, como si no hubiera problemas más acuciantes para toda la sociedad y especialmente para esos jovenes que se debaten entre el desinterés y la revuelta mal enfocada.

    A ver qué podemos, al menos nosotros, hacer.                                                                                   

*FEN: Formación del Espíritu Nacional.La inmersión política en la única política aceptable durante decenios en España, la del Régimen. Y se daba en la escuela.                 

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