Exit: No olvide su Smartphone / Javier López


Por Javier López Clemente

   Demetrio se quedó colgado en el análisis del mundo de hoy que hacía el filósofo surcoreano Byung-Chul Han sobre el vértigo de nuestros movimientos en los entornos digitales de “no-cosas”.

   Un espacio inabarcable en el que terminaba rendido a las nuevas formas de entretenimiento. El Smartphone era el dios todopoderoso de los nuevos territorios: Las salvajes redes sociales y los mares insondables de la desinformación. Un entorno, afirmaba Byung-Chul Han, que nos aboca a la desaparición de los rituales.

   Ritual es todo aquello que se repite, una conducta específica que se puede observar basada en una serie de reglas que muestran un determinado comportamiento social y colectivo que no precisa un objetivo racional. La utilidad de los ritos radica en su capacidad para producir relaciones humanas y Durkheim distingue entre ritos profanos y religiosos porque considera que un mismo objeto puede tener significados diferentes con tan solo situarlo en el ámbito de lo sagrado.

    Byung-Chul Han resumía su preocupación por la relación afectiva con los objetos que ofrecen información o entretenimiento se resumía en un par de frases: “El Smartphone es el artículo de culto de la dominación digital. Como aparato de subyugación actúa como un rosario y sus cuentas; así es como mantenemos el móvil constantemente en la mano”. Demetrio hacía malabares con aquellas frases en las que mezclaba un objeto religioso con rituales profanos y, mientras los recuerdos de los antiguos rituales regresaban, se quedó colgado en una pregunta ¿Estamos utilizando nuestro Smartphone para sustituir los ritos del pasado por otros nuevos como Facebook, Spotify, Instagram o Whatsapp?

   Demetrio fue monaguillo y asistió a muchos rezos del rosario, un ritual en forma de mantra que le producía una agradable sensación de tranquilidad y sosiego, daba igual que los cinco misterios fueran gozosos, gloriosos, dolorosos o luminosos porque el resultado era el mismo. Pero su parte favorita era las letanías de la Santísima Virgen con aquella larga lista de piropos que, cuando llegaba a “Reina de la paz”, se convertía en una señal y abandonaba el ritual del rezo para voltear el tercer toque de las campanas que anunciaba el inmediato comienzo de la misa.

     El ritual empezaba con la espera porque, mientras la prensa regional llegaba con puntualidad mañanera, la prensa nacional se hacía de rogar hasta que llegaba el autobús de línea desde Zaragoza. Demetrio se acercaba al kiosco a las cinco de la tarde compraba el periódico, lo doblaba y se daba un paseo hasta un banco de los Jardines Florida donde leía todas las páginas de arriba abajo hasta la hora en la que cerraba el comercio donde trabajaba su novia. La pareja le daba a la hebra de la conversación en la que siempre había un tiempo dedicado al ritual de viajar hasta la capital, subir las escaleras del hall del cine Palafox y ver los estrenos de la temporada.

    Demetrio gastó sus escasos ahorros cuando compró su primer equipo estereofónico compacto en 1982, dejó atrás las grabaciones en las casetes Orchid y comenzó con el ritual del peregrino que visitaba las tiendas de discos. El ritual consistía en pasar largos ratos entre los miles de LP´s que transitaban entre los dedos hasta detenerse una y otra vez ante la guapura de las portadas, leer la información de la contraportada y decidirse por uno de todos aquellos objetos de adoración que transportaba con delicadeza hasta depositarlo sobre el plato para acariciar sus surcos con la punta de una aguja capaz de extraer los sonidos que le hacía feliz.

    Un aviso sonoro en el Smartphone sacó a Demetrio de sus recuerdos. Leila Guerreiro había publicado su último artículo y pinchó la pantalla para leerlo. Reflexionaba sobre la escritura o el ritual de tomar las historias de otros tiempos, amasarlas con las teclas y construir una salida de emergencia. No había que dudar, se trataba de  agarrar las cosas que te rodean y utilizarlas. Demetrio se detuvo en esa reflexión y se consoló con la idea de que su Smartphone era precisamente eso, una salida de emergencia que le llevaba hasta los escritores, los músicos y las fotografías de personas que eran mucho más felices que él sin embargo, la tecnología no podía llevarlo hasta las charlas de saliva que se habían desvanecido.

    Demetrio había dejado de conversar con la gente. No era una decisión premeditada, simplemente ocurrió y ahora, todos sus rituales relacionados con la comunicación y la cultura se limitaban a diálogos virtuales escritos letra a letra, aliñados con emoticonos en forma de corazón y caritas que sonríen o carcajean cuando él hacía mucho tiempo que siempre tenía una cara muy seria. ¿No se estaría convirtiendo en un caracol? ¿Padecería el síndrome del nido y por eso le costaba traspasar la puerta de casa y darle a la sin hueso en contacto orgánico? ¿Este nuevo ritual de silencio sería un efecto secundario de la pandemia?

   Las preguntas flotaban en el aire hasta que se toparon con la conclusión de Byung-Chul Han: La pantalla estaba empobreciendo la representación de un mundo que giraba obsesivamente a su alrededor, una nueva tierra prometida en la que su Smartphone se había convertido en un objeto religioso para acceder a los rituales modernos y quién sabe si el camino para alcanzar la depresión en el mundo real.

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