Hacia una sociedad sin palabras ni vermutes / Dionisio Sánchez


Por Dionisio Sánchez
Director del Pollo Urbano
elpollo@elpollourbano.net

    Se está hablando tanto de crisis, subidas de la luz, trabajos temporales y futuros inciertos, que poco a poco el “reprete” del bolsillo se está instalando en los licuados cerebros que habitan nuestro mundo cotidiano.

    En los días de diario, los bares permanecen desiertos de esas cuadrillas de vermuteros que hasta hace cuatro días ponían las barras de bote en bote a la hora sagrada del vermú. Está claro que un canguelo sin rostro se está apoderando de nuestros hábitos que, por desgracia, ya están quedando tan lejanos…. Los que aún  practicamos esta sana costumbre nos estamos quedando solos y, a veces,  se nos empieza a mirar con lástima, como quien contempla a unos  viejos residuos andantes de  una tipo de sociedad que van olvidando día a día.

    Los  bares han comenzado inexorablemente a acortar sus jornadas aunque la pandemia esté a punto de amortizarse. Hay algunos que ya solo abren los fines de semana puesto que los nuevos cultivadores del empine del codo han de restringir sus salidas para el disfrute alcohólico dado lo carísimo que se ha puesto el trago. Otros, los más, de jueves a domingo por la mañana. No hay pasta para vermús diarios y, además, con la aplastante irrupción de los móviles a nadie le interesa una frugal conversación de barra teniendo, como tienen, esa pijada del wasap para leer las gilipolladas que se le ocurren a los activistas de los cientos de grupos a los que cada memo mirón de minúscula pantalla pertenece. Y encima se ríen solos, parados en cualquier esquina, y contestando la melonada recibida tecleando con sus dos deditos como un monete de circo.

   En los bares ya no se habla. Se mira la pantalla del móvil. Y aunque haya cuatro o cinco personas sentadas a la misma mesa, a ninguna le interesa la cháchara del otro sino exclusivamente su pantallita de colores que le emite a su cerebrín algún fluído misterioso y lo traslada  a otra dimensión. Y, de vez en cuando, a mover los deditos del monete circense.

    Los vermús, pues,  ya no son los mismos. Cada vez somos menos los que practicamos esa sana costumbre de comentar la mañana con un botellín al morro y la tapa navegando en la góndola platillera. Los que estamos en ello nos miramos y nos consideramos en extinción ¿Dónde se habrá metido Fulano? ¿Por qué no viene Mengano? ¿Has visto a los Zutanos? Está en el paro. Va prieto. No tienen pasta. Está muerto. Le ha dado un “ictus”. Estas son las respuestas frecuentes a las preguntas cotidianas en la barra del bar. Y en vez de cinco o seis botellines, nos bebemos uno y con la cabeza gacha nos vamos a casa, a comer ¡Qué tristeza! ¿Tendremos nosotros, los que fuimos alegres vermuteros, la culpa de las soledades del mostrador? ¿Nos gastábamos tanta pasta que los amigos no nos pudieron seguir? ¡Hosti, tú, eso fue lo que le hizo Reagan a Gorbachov! No, no es posible que sea culpa nuestra….

   Estamos en el Primer Mundo y eso se paga. Las crisis de la pobreza de los tiempos hogaños que  hacían a nuestros padres trabajar como burros y, además, ahorrar una peseta  para “el día de mañana”, eran mucho más alegres porque aquella, “la crisis”, era una prima del pueblo que vivía siempre con ellos. Para ver la tele, que era en blanco y negro, nos llevaban al bar  y con un cortado y una gaseosa para el chaval, se cubría la sed herziana de las  tardes del sábado. Para comer, nos daban legumbre a tope, que era barata  y tajo bajo al rancho para cubrir la necesidad proteica. Para vestir, a la modista a arreglar bajos y cinturillas de padre al hijo y si la tela era de fiar, para el hermano pequeño después. ¿Coches? Ni soñarlos hasta que se era padre veterano…¿Casa? ¡Madre mía, qué sueño! Y eso que el abuelo Paco había determinado que “hipoteca o alquiler el 20% del sueldo habría de ser” ..¡Ay, amigos, que mundo tan cruel es el nuestro!

    De esto no han pasado ni 50 años (una nimiedad en cómputos históricos).  No tenemos más que mirarnos y ver el despilfarro en el que vivimos. Ya no sabemos distinguir entre necesidad –porque se olvida rápidamente- y consumismo. Hemos pasado del cero al cien en tres generaciones y ,además, el globo ha hecho ¡puf! Pero tenemos tres coches por familia, un piso casi pagado (el de los padres) y tres en hipotecas carnívoras (los de los hijos y un apartamento en la playa), diez o doce chaquetas y jerséis, veinte camisas, incontables calzoncillos y calcetines, un equipo de música o dos, tres televisores, Mp3, Dvd, lavavajillas, cuatro bicicletas y dos “scooters”, tres ordenadores de mesa  y un portátil, smarfones con patallitas para mover los deditos de monete que se le están poniendo al personal,  tiramos kilos y kilos de comida…..y aún aspiramos a una “segunda vivienda” en el Pirineo y una apartamento en Salou….Pero el vermú, ¡a cascala!……¡Insostenible!,  que diría el político de turno si no fuera porque él triplica los números anteriores.

    ¿Qué hacer? Una humilde propuesta  taurina: Parar, templar y mandar.

    Amigos, compañeros y camaradas: Otro modelo tiene que ser posible. Y en él, sin duda, no ha de faltar el vermú ¡Aunque se hunda España, cojones! ¡A caballo! ¡Yihíiiii! ¡Salud!

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